El precio de ser discípulo de Cristo

EL PRECIO DE SER DISCÍPULO DE CRISTO

Cuando era niño, acompañaba a mi madre y hermana mayor al hospital de nuestra ciudad a predicar el evangelio; repartíamos folletos, y a la gente que nos daba acceso les hablábamos del amor de Cristo, orábamos por los enfermos y Dios se glorificaba. No era mucha la experiencia que habíamos tenido con Dios, apenas unos pocos meses de profesar la fe cristiana; y esto hacía difícil explicar muchas cosas de la biblia. Fueron experiencias muy lindas; aprender a servir al Señor. Pero el precio de ser discípulos no ha sido fácil; todos nuestros seres queridos, los amigos de la familia, todos se retiraron de nosotros. Luego vino la burla de mis compañeros de escuela, el desprecio constante de vecinos y amigos.

Dice la Biblia: Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz. Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. Lucas 14:25-33 (VRV’60)

Este último versículo, sobre todo, me ha llamado mucho la atención. La renuncia a toda posesión, a todo aquello en lo que nos hemos esforzado para poseer, las relaciones interpersonales, todo. En mi corta edad yo no podía comprender muchas cosas pero, fue muy fuerte la llegada del Señor a nuestra familia. Tenía yo cinco años de edad cuando acompañe a mi madre a una campaña evangelística cerca del barrio donde vivíamos, nuestra casa era un caos; violencia de género, bebidas alcohólicas, cigarrillos, y todo lo que significa no conocer la verdad. Mi madre había pensado varias veces en quitarse la vida (esto nos lo dijo mucho después) era una mujer muy religiosa pero nada cambiaba su vida, hasta ese día, 14 de Abril de 1975, en que aceptamos a Jesús como salvador, dos años después fui lleno del Espíritu Santo; entonces fuimos más rechazados pero nada podía hacernos callar; compartíamos con todo el que podíamos aquello que había cambiado nuestras vidas. Sentíamos en el corazón el llamado.

Hay una historia en la biblia que ilustra éste llamado: Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón. Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible. Por la fe celebró la pascua y la aspersión de la sangre, para que el que destruía a los primogénitos no los tocase a ellos. Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca; e intentando los egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados. Hebreos 11:24-29 (VRV’60)

La galería de la fe habla, entre otros gigantes, de Moisés. Un hombre con preparación para gobernar Egipto, con todo lo que eso significaba en aquella época. Un hombre que había de ser considerado un dios para los egipcios, conocedor de arquitectura, de agrimensura, de las leyes vigentes, fama, riquezas, reconocimiento y todo lo que implica ser un hombre de notoria importancia. Renunció a todo lo que poseía por amor a Dios.

¿Qué lo impulsaba? La fe; ella hizo que tuviese visón de lo sobrenatural, esa fe le permitió comprender que el galardón en esta decisión era mucho más grande que toda la riqueza de los egipcios.

El secreto está en su niñez. Dice la biblia: Entonces su hermana dijo a la hija de Faraón: ¿Iré a llamarte una nodriza de las hebreas, para que te críe este niño?
Y la hija de Faraón respondió: Ve. Entonces fue la doncella, y llamó a la madre del niño, a la cual dijo la hija de Faraón: Lleva a este niño y críamelo, y yo te lo pagaré. Y la mujer tomó al niño y lo crió. Y cuando el niño creció, ella lo trajo a la hija de Faraón, la cual lo prohijó, y le puso por nombre Moisés, diciendo: Porque de las aguas lo saqué. Éxodo 2:7-10 (VRV’60)

Quebrantando la orden diabólica de faraón, de matar a los niños de los hebreos, un niño fue escondido y luego echado al río en una canasta, lo encontró la hija de faraón y se lo dio, sin saber, a la madre de dicho niño para que lo criara. La biblia no lo dice pero lo implica; en los años de crianza, su madre lo instruyó en la fe en el Dios vivo, comenzó a arder en su pequeño corazón el fuego de un llamado que se manifestaría años más tarde; convirtiéndose en el brazo ejecutor de Dios en su plan para sacar a Israel de la esclavitud de Egipto.

Dios está acelerando los tiempos y nos está impulsando hacia afuera, a predicar el mensaje de salvación y liberación; Dios quiere restaurar y nos ha dotado de dones para dicha tarea. No hace falta mucho para anunciar el evangelio, solo lo que Dios hizo en tu vida es suficiente.

“Porque no podemos callar lo que hemos visto y oído”

Autor: Gustavo J. Iriart

Escrito para www.destellodesugloria.org

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