¡El mejor momento para Alfredo..!
¡El mejor momento para Alfredo..!
Me pregunto: ¿Qué habrá sido de aquel joven? Nunca supe su apellido, ni recuerdo su rostro. Entró en nuestras vidas, de una manera muy especial, y así mismo salió. Sencillamente se retiró sin dejar rastro alguno…
Hace unos años, me encontraba en la empresa en la cual trabajaba, cuando de pronto me anunciaron que afuera, mi esposo estaba aguardándome. Era extraño, porque él no solía acudir a mi lugar de trabajo, así que pensé: “algo no estará bien en casa…quizás los niños…”. Salí tan pronto como pude, y encontré a mi esposo ¡totalmente ensangrentado y a bordo de un taxi! Me explicó que minutos antes, ese mismo taxista, lo había embestido mientras el manejaba su motocicleta. Alfredo, el joven conductor, estaba como atornillado en el asiento, y sus manos parecían pegadas al volante; ¡estaba tan asustado! Es que según las leyes de nuestro país, el sólo hecho de que haya derramamiento de sangre en el lugar del accidente, es motivo más que suficiente, para la aplicación de una pena carcelaria. Seguramente, Alfredo pensaba en la tragedia que se le avecinaba. Según manifestó, recién había adquirido ese auto, que aunque estaba un tanto deteriorado, igual le serviría para trabajar con él, como taxi. Nos contó también, que tenía una familia numerosa, con niños pequeños y ¡muchas deudas!
Sus recursos eran tan escasos, que ni siquiera podría cubrir los gastos médicos y materiales derivados del accidente. Mientras nos dirigíamos al sanatorio, desde el asiento de atrás, yo veía brotar la sangre de la cabeza de mi esposo. ¡La toalla apenas si podía contener aquella “catarata”! Oraba en silencio, y confiaba en que no habría de tener consecuencias tan serias, como algún daño cerebral, u otra cosa muy grave. Veía también a Alfredo: un joven acorralado, sufriendo de antemano al pensar que ¡le caeríamos con todo el “peso de la ley”! Probablemente creía que nos aprovecharíamos de las circunstancias, para sacar algún tipo de ventaja. No sería extraño, pues muchos oportunistas, no dudarían en hacerlo. Incluso algunos amigos y hasta hermanos en la fe, nos aconsejaban que si es que no queríamos enviarlo a la cárcel, por lo menos deberíamos ¡hacerle pagar con creces, por las heridas que le había causado a mi esposo! Llegamos al fin al sanatorio, y mientras el accidentado era atendido, nos quedamos Alfredo y yo solos, en la sala de espera. El ya me había contado su historia, ahora escucharía la mía .…. ¡la nuestra!
Comencé a testificarle, acerca de cómo fue que un día, mi esposo y yo, entregamos nuestras vidas a Cristo y de que ahora, ya nos vivíamos nosotros, sino que era el mismo Jesús, quien vivía en nuestros corazones. Le hice saber que desde entonces, somos nuevas criaturas: ”De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”…(2Corintios 5:17) Le conté también, que ya no había lugar en nuestros corazones, para el egoísmo, la mezquindad, la falta de amor, de comprensión y de perdón, porque todo eso fue crucificado con nuestra vieja criatura y ahora ¡hemos resucitado a novedad de vida con Cristo…! Conforme avanzaba en el testimonio, Alfredo comenzó a relajarse… suspiró profundamente aliviado, y ya no hizo nada, por atajar esas lágrimas que rodaban por sus mejillas. Estaban cargadas de gratitud ¡de paz! y sé también que desde lo más profundo de su corazón, tomó una de las decisiones más importantes de su vida: ¡Entregarse también a Cristo! Y digo que esta es “una de las decisiones más importantes”, porque la mejor decisión, es la de: ¡Jamás permitir que Cristo salga de nuestro corazón! ¡Gloria sea al nombre de nuestro Señor Jesucristo! La camilla ya se acercaba por el pasillo y mi esposo, al ver aquella escena, comprendió enseguida lo que allí estaba sucediendo. No había necesidad de palabra ¡Los tres nos fundimos en un abrazo, como si ese lazo de hermanos, nos hubiese unido desde toda la vida! Alfredo, caminando erguido y con el rostro resplandeciente, se encaminó a la puerta y ¡jamás volvimos a saber de él! En medio de la adversidad, el amor que le mostramos, le hizo sentirse confiado…indudablemente,¡ ese era el día, que Dios escogió para darle la salvación!…
Y es que ¡el amor cubre, multitud de faltas! (1Pedro 4:8) Indudablemente..
¡Ese fue el mejor momento para Alfredo!
Autora: Estela Schüsselin
Escrito para: www.destellodesugloria.org
que lindo =) como Dios prepara todas las cosas, es grandioso!!