No luches con la incredulidad de los demás

No luches con la incredulidad de los demás

incredulidadEl simple hecho de abrir nuestra boca y comenzar a decir una serie de palabras, determinará un accionar de solución y concreción para cada uno de nuestros proyectos, metas y objetivos. Las palabras tienen poder: poder para construir un vallado que proteja tu sueño, pero poder también para que lo que soñaste tanto tiempo se destruya con palabras de menosprecio si las aceptas en tu vida.

¿Por qué no crecemos más? porque nos conformamos con o dos o tres cosas que hemos aprendido.

Por sentirnos “ilegítimos” hacemos siempre lo mismo porque “no nos merecemos las bendiciones de Dios”, algo dentro de nosotros nos inhabilita para recibir lo nuevo de Dios. Desde chico/a te prometieron cosas en la vida que no  se cumplieron y se te instaló adentro el “no me lo merezco”. Aprendiste que la decepción duele, prefieres no entusiasmarte para que no te duela, no quieres arriesgarte, por si eso que esperas no te ocurre y entonces vas a sufrir, así se forma una persona que cree que no se lo merece y piensas que Dios también es así.

Cuando Moisés estaba en el desierto estaba seguro, pero era esclavo porque “estaba en su sepultura” no había sido llamado para cuidar ovejas sino para ser un libertador.

Por ejemplo el trabajo en la oficina, en la fábrica, aún en tu casa o en cualquier otro lugar puede convertirse en “el sepulcro de tus sueños”. Dios no te descarta por los errores que cometas ni por tus miedos, en un momento Moisés mató a un egipcio que maltrataba a un israelita, su intención fue liberarlo, entonces Dios le redobló la apuesta: “quisiste liberar a uno pero ahora vas a libertar a todo un pueblo, PORQUE ERES HIJO Y HEREDERO DE DIOS.

Hay gente que no se atreve a ir por lo nuevo, por conformismo, vive de los ahorros de la vida pasada, de lo que antes logró: “ya estudié la Biblia, ya hice una carrera, etc.” pero hay que seguir aprendiendo.

Siempre tenemos que ir por más hay muchos cristianos que son estatuas de sal “siempre tienen que rescatar algo del pasado”.

Dios busca a los que piden cosas difíciles, no vamos por más porque tenemos una fe débil, una fe enferma: “ya  oré por esto y casi me lo da”, “casi me mudo”, “casi me regalan un auto”. Hay fe que sirve para “el casi”, pero nunca parar lograrlo. Dios nos dio una medida de fe, por ejemplo: todos pensamos que cada mañana nos vamos a levantar, por eso  ponemos el despertador, acá usamos una medida de fe.

Pero los hijos de Dios tenemos que hacer crecer nuestra fe. De acuerdo a nuestra fe nos será hecho, nos toca hacer crecer esa medida de fe que todos tenemos.

A la mujer sirofenicia Jesús le dijo: “mujer grande es tu fe”, el Señor se asombró de su fe, sin embargo le dijo: “no puedo darte lo que me pides, porque yo vine para los hijos y tú eres extranjera”, lo hacía para tocarla en la fe, él estaba probando su fe.

Ella le dijo: “no me importa si me lo merezco o no, si soy digna o no ¡¡YO QUIERO ES MILAGRO!!

Hay milagros que no hemos recibido porque nos condenamos decimos: “yo pequé mucho”, y olvidas que  Jesús es tu Abogado Defensor. Una fe fuerte no se asusta por el tamaño del milagro, porque a Dios le da lo mismo hacer algo grande o pequeño.

En la vida se nos presentan peleas desiguales, por ejemplo cuando David peleó contra Goliat: al Señor le encantan esas peleas desiguales, para glorificarse en ellas, tal vez sientas que estás en desigualdad de condiciones, pero él te dice así vas a sacar la fe fuerte que está dentro de ti.

¡Da en el blanco, tienes que ir a la raíz del problema, para que los otros problemas se vayan! A veces tienes que usar una “fe inconmovible” como la de la mujer sirofenicia, que no se conmueve ante nada. Es esa fe que no atiende al estado de ánimo de los demás (tu marido, tus hijos, los vecinos, si creen o no creen, no se fija en ellos).

No luches con la incredulidad de los demás, ten una fe inconmovible, mientras todos esperan lo peor, tú espera lo mejor porque entonces ¡eso te vendrá!

Cuando Jesús maldijo la higuera, ésta se secó, porque cuando Dios habla las cosas ocurren.  La confesión, la palabra hablada con autoridad tiene poder.

Quita de tu vida todo lo que no da fruto, sácalo; tu palabra tiene que ser creíble primero para ti y luego para los demás. Abraham tuvo una lucha interna entre la edad que tenía y la promesa que Dios le había dado, por eso “creyó en esperanza contra esperanza”. Puso por encima de su esperanza destrozada la promesa de Dios, ¡y a su tiempo abrazó su milagro!

Autora: Silvia Truffa

Escrito para www.destellodesugloria.org

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