En la recta final…

En la recta final…

“No me deseches en el tiempo de la vejez; no me desampares cuando mi fuerza se acabe. Aun en la vejez y en las canas, no me desampares, oh Dios…”

(Salmo 71:9-18) 

Hay un momento, en el que la vida nos iguala a todos y a todas…sin importar si hemos vivido en la cumbre del éxito, de la opulencia, o si hemos sobrevivido apenas, en el valle de la supervivencia. La vida es un camino quebrado, compuesto de grandes elevaciones y profundos declives; pero allá, en la recta final, todo se vuelve ¡espeluznantemente lineal y monótono!

Me cupo la oportunidad de transitar por una de las rutas más perfectamente planas, en la República Argentina. Allí se puede conducir por horas sin hacer ni un solo cambio, porque la marcha es uniforme; no hay sorpresas, ni se necesita de tantas señalizaciones. Los vehículos que nos pasan, como los que vienen de frente, pueden ser visualizados desde muy lejos…El conductor podría fácilmente dormirse y ocasionar un accidente, si no cuenta con un buen copiloto.

Hace unos días, visité un lugar, donde habitan sólo personas ancianas. Cada una tiene su casita, que les proporcionó el gobierno uruguayo, luego de que ellos se jubilaran. Algunos viven allí con sus esposas, otros están solos. Cuando se determina que ya no están aptos, para vivir sin una supervisión cercana,  entonces los derivan a un hogar de ancianos, propiamente dicho. Permanecer en medio de ellos, me hizo pensar, observar y analizar, la realidad del ser humano que transita por este tramo.. ¡por la recta final en el  largo camino de su vida!

Me quedaba viéndoles… su andar era lento y taciturno. Ellos cargan en sus espaldas ¡una larga vida llena de vivencias! Alegrías, tristezas, logros y frustraciones, todas conspiraban para encorvar un poco más la tan malograda espalda de esos hombres y mujeres, con cabellos de plata. Los observaba perderse en el tiempo y el espacio. Hacían planes y proyectos a largo plazo, como si la vida les brindara un “replay”. Algunos, sólo tenían erguido el mentón, como resistiéndose a la entrega. Trataban de visualizar a lo lejos, confundiendo lo que fue, con lo que será; igual que el conductor confunde las luces en aquella ruta plana y monótona.

¡Cuánta soledad les rodea! ¡Cuánta falta de afecto y de gratitud, de parte de las generaciones a las que de alguna manera, les están pasando la posta! Es triste ver el menosprecio, que algunos demuestran hacia aquel manantial inagotable, de riquezas y sabiduría acumulados con los años. Sus manos callosas y arrugadas, hablan de trabajo duro y constante;  ¡Nos dan cátedra sobre cómo levantar al caído, defender la patria, o de arrullar a un niño! Definitivamente, la vida nos pondrá también al ras, un día. Igualará los desniveles de los que ahora podamos alardear, o incluso de aquellos de los que solemos renegar.

Si al Señor le plació que en nuestra familia, en la iglesia, o en la comunidad tengamos ancianos, considerémonos privilegiados. Quizás por medio de ellos, Dios nos brinda la oportunidad de servir. Quizás nos quiera enseñar a amarlos, a visitarlos, a compartir tiempo con ellos, a escuchar sus historias, aunque la realidad venga mezclada con sus fantasías. Vamos a transitar con ellos como copilotos, en la monotonía de esta recta final. Acompañémosle en este proceso, en el que han de cambiar este  vestuario corruptible, que han vestido toda su vida, por uno ¡glorioso e incorruptible, apto para habitar eternamente en las moradas celestiale!. Honremos al Señor, honrando al anciano, porque este es su mandato:

“Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano” (Levíticos 19:31)

Autora: Estela Schüsselin

Escrito para: www.destellodesugloria.org

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