La torpeza de un beso
La torpeza de un beso
“Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto”.
(Colosenses 3:14 NVI)
Con su autoestima astillada por las duras palabras, llegó Dios para restaurarla de una manera impensable, pero a la vez digna de la más romántica escena de una novela de amor.
Allí estaba él, con su imagen de niño conquistador, seguro de sí mismo, capaz de vencer cualquier barrera emocional erigida en el corazón de una mujer lastimada, humillada y sin salida.
Ella, con infulas de superioridad, no de aquella que surge del orgullo o la arrogancia, sino de la valentía obligada de un destino impuesto por el abandono y la ceguera; ceguera que proviene de la oscuridad de un alma pero que es disipada por la luz del verdadero amor, uno que desde el cielo, sonríe, confía y ama sin esperar nada a cambio.
Nerviosa arrivó a su cita especial, él como todo un caballero ansioso por atraparla entre sus brazos, pero prudente al acercarse. Su necesidad de hacerla suya, era evidente, pero era un campo minado de emociones, frustraciones y heridas por sanar. Sus cuerpos eran un imán de una fuerza indescriptible, pero se resistían a creer que su encuentro no era fortuito ni por casualidad, sino el cumplimiento del misterioso plan de un padre que estaría dispuesto a hacer TODO por la felicidad de su hija amada y consentida.
El tiempo transcurrió mientras viajaban a su pasado y llegaban a su presente, para finalmente converger en el momento justo en el que el extasis lo llevó a tomar el riesgo de acercarse y tratar de rozar sus labios con los suyos…
La tomó de sorpresa su corazón latía a una velocidad impresionante, anhelaba sentirlo cerca, volver a creer en el amor, sentirse deseada, pero no podía dejarse llevar tan fácilmente al abismo del deseo y la lujuria. El destino los tenía allí, tan juntos pero tan lejos; fue valiente y al intentar besarla, su cabeza chocó con la suya en un bochornoso pero efectivo intento de asombrarla con su galantería. Por un efímero instante, ella volvió a sentirse bella, amada; agitada sólo podía pensar…¡Dios! ¿sería posible volverse a enamorar?¿Existía la esperanza de que fuera real? o ¿simplemente era un sueño del que despertaría en cualquier momento?…
Señor, tus planes son perfectos y tus promesas mi esperanza, pensó ella y él apesadumbrado por su torpeza aún no lo sabía, pero comenzaría a partir de ese preciso instante la más grande aventura al lado de la compañera de vida que elegiría para ser su cómplice, amiga, apoyo y amor, hasta el último día de su existencia.
“Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor”.
(1 Corintios 13:13 NVI)
Escrito por Lilo de Sierra