La mujer de sus sueños – Parte 2
La mujer de sus sueños parte 2
¿Orar yo?… ¡que pereza!
Escrito por Lilo de Sierra
“Alégrense en la esperanza, muestren paciencia en el sufrimiento, perseveren en la oración”.
(Romanos 12:12 NVI)
Años atrás, orar para mí era muy complicado. En nuestra iglesia nos habían insistido en los diferentes grupos de edificación, sobre la importancia de orar en familia, en pareja y de manera individual, buscando fortalecer nuestra relación con Dios. Sin embargo, cuando me disponía a hacerlo, me quedaba dormida, no lograba concentrarme o algo interrumpía mi intento de tener un tiempo de intimidad con el Señor.
Me costó lagrimas entender que, jamás lograría ser la mujer soñada del hombre que amo, sin la oración. El día que delante de Dios lo acepté como mi esposo, para amarlo y respetarlo en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, incluía también cuando estuviera de buen ánimo y también de mal genio, en sus aciertos y desaciertos, con TODOS sus defectos y con todas sus virtudes, que haría lo que estuviera a mi alcance para que mi matrimonio funcionara conforme a la voluntad de Dios, incluso perdonarlo las veces que fuera necesario, conforme a las enseñanzas de Jesús:
“Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: —Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces? —No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces —le contestó Jesús—.”
(Mateo 18: 21 – 22 NVI)
De nada me sirve ser exitosa profesionalmente, si como esposa soy un fracaso, así que para evitar éste frío panorama, debo acercarme al origen de todas las cosas en oración y reafirmar de una manera sobrenatural el contrato suscrito entre tres partes por amor: Dios, esposo y esposa.
Nuestro Padre nos dio a nosotras las mujeres el título de honor “Ayuda idónea”, para levantar a nuestro esposo, animarlo, sostener sus brazos, ser su complemento, cubrirlo de los pies a la cabeza con nuestro clamor al cielo por sabiduría, respaldo y santidad. Hay de aquellas que son gotera constante, mujer pendenciera, experta ´quejetas´ y especialistas en regaños, porque sus esfuerzos serán fallidos y su desgaste terminará ahondando mucho más en el problema de la falta de paz y armonía en el hogar.
Nuestra casa debe ser un lugar de reposo para nuestros esposos, y aunque sé que a veces no ayudan y que en verdad su actitud con frecuencia arrogante nos molesta, como se trata de agradarle al Señor, eso debe darnos la fuerza para hacer lo correcto delante de Él.
La oración no debería ser nuestro último recurso, debe ser nuestra primera línea de defensa. Si dejamos de presionar a nuestros esposos, para comenzar a importunar al Señor con nuestras peticiones, clamando de la manera correcta, Él puede lograr que un mal matrimonio se convierta en uno bueno, por medio de nuestra intercesión.
Por último amigas, ¿Por qué no orar por nosotras mismas?, partamos del hecho que no podemos cambiar a nuestros hombres, pero si podemos tomar la decisión de cambiar lo que podemos cambiar, con la ayuda del Espíritu Santo. El moldeamiento de nuestro carácter, nos debe capacitar para hacer de la definición de amor descrita en 1 corintios 13 NVI, una realidad:
“El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
Llegarás a ser la mujer soñada de tu esposo, cuando optes por ganar su corazón en vez de querer ganar la discusión; hacer lo correcto en vez de tener la razón; dar en vez de recibir y envolverlo en tu abrazo antes que en tu egoísmo y tus caprichos.
“Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre”.
(Mateo 7:7-8 NVI)
Escrito para www.destellodesugloria.org