La majestuosidad de las nubes – Reflexiones Cristianas

La majestuosidad de las nubes

Desde muy niño me gustaba permanecer largos ratos contemplando las nubes. Más tarde, con mi hija tuve más oportunidades de continuar disfrutando de esa majestuosa danza celestial. Aún hoy, siendo un adulto me fascina contemplar el inmenso cielo creado por Nuestro Señor engalanado con sus bellísimas formaciones nubosas. La imaginación remonta su vuelo libre y lejos, adentrándose entre ellas. Es así como “aparecen” batallas, rostros, formas de animales, árboles, barcos, paisajes… y cuanta figura sea posible pasar por mi mente… ¡Qué hermosura, Señor!.

Ante semejante majestuosidad mi alma prorrumpe en alabanza, como bien lo expresara el salmista: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, … ¡Oh Jehová, Señor nuestro, Cuán grande es tu nombre en toda la tierra!” (Salmos cap. 8).

Desde el espacio exterior, las nubes le otorgan un aspecto muy particular y muy bello a nuestro planeta. Por su parte, los meteorólogos conocen unos diez tipos de nubes, según su movimiento interno, temperatura, espesor, densidad, altura.

Las nubes no solamente acumulan grandes cantidades de agua, sino que también participan del ciclo biológico de la vida, participan en la transformación de la energía proveniente del sol y ayudan a regular la temperatura del planeta.

“Las nubes son literalmente, portadoras de vida, reguladoras térmicas y uno de los prodigios naturales más hermosos y sublimes de la Tierra” (“Agua y clima”. Rafael L. Bras-Mario Molina. Agua, la crisis del siglo XXI. Nacional Geographic. Ed. Televisa. Marzo/2006).

Sin embargo, existe un hecho inexorable: que para completar la misión para la cual fueron creadas, DEBEN DEJAR DE SER. No para siempre dura su bellísima danza celestial. La nube muere cuando se transforma en lluvia.

Dios nos ha hecho así a sus siervos. Nos hizo bellos ante sus ojos con la inconmesurable gracia del perdón, liberándonos así del poder y esclavitud del pecado. Finalmente nos dotó de dones y talentos para que brillemos, para que podamos desplegar ante el mundo la hermosura de la gracia y el amor de Dios, a fin de que muchas vidas sean transformadas por Su Poder. Pero como la nube, esa misión no podrá llevarse completamente a cabo, a menos que dejemos de ser nosotros mismos.

“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.

(Gálatas 2:20 RV60)

Autor: Luis Caccia Guerra

Escrito para www.devocionaldiario.com

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