Libres como el viento

LIBRES COMO EL VIENTO

Por favor cambia tu mente a la forma de la de un niño para que puedas entender la Palabra que Dios tiene para ti hoy.

Cita bíblica: Juan 3:8

En anteriores devocionales, constantemente, he hecho hacer alusión al concepto de “nacer de nuevo”. Por la guía de Dios me encuentro leyendo el pasaje de Juan 3:1-15 con mucha frecuencia, pero cuando llegaba al versículo 8 lo pasaba por alto porque simple y sencillamente no lo entendía. Ahora lo entiendo y me parece muy importante compartirlo con ustedes.

¿Cuál es tu concepto de libertad? Si tu concepto de libertad es hacer lo que quieras, cuando quieras y donde quieras estás equivocado, eso no es liberad; si lo fuera ¿Por qué cuando terminas de hacer lo que quieras y te encuentras contigo mismo te das cuenta que nada de eso ha valido la pena? Salomón una vez habló acerca de esto y dijo que él había probado todo cuanto su corazón quería, pero que una vez lo había hecho se había dado cuenta que nada de eso había valido la pena. Eso no es libertad.

Sería muy difícil para mí definir libertad, pero lo intentaré; considero que la libertad es la humildad de aceptar ser guiado por alguien mayor que uno mismo. Parece paradójico, pero antes de juzgar mi definición piense en cuando era niño; no creo que exista una época en que hayamos vivido un mayor grado de libertad porque, pese a que no podíamos hacer lo que quisiéramos cuando quisiéramos, vivíamos seguros y confiados en nuestros padres y, al obedecerlos, sabíamos que todo iba a salir bien. Piense ahora en un rebaño de ovejas guiadas por su pastor; es, justamente, la dirección del pastor la que las hace libres, libres para disfrutar de la confianza de saber que estarán seguras y que nada malo les va a pasar.

Es muy tonto pensar que la libertad es ausencia de reglas; todo lo contario en la obediencia está la verdadera libertad. Cuando obedecemos las reglas que Dios nos presenta sabemos que podemos vivir una vida confiada y sin temor. Eso es libertad.

La libertad es la ausencia de esclavitud, la esclavitud es temor; por tanto la libertad es la ausencia de temor; el temor huye frente al amor, así que la libertad nace del amor, del perfecto amor de Dios por nosotros. Vivir una vida sin temor sólo es posible cuando el perfecto amor de Dios entra en nuestros corazones y nos hace vivir llenos de confianza y seguridad.

No sé si alcanza a dimensionar la magnitud de lo que esto significa. Los seres humanos estamos llenos de temores, temores que hemos desarrollado en el transcurso de nuestras vidas, temores que matan la esperanza y la fe, temores que nos alejan de Dios y temores que no existen cuando hay amor.

El que es nacido del Espíritu, es aquél que ha entendido su gran debilidad y necesidad, y ha optado por convertirse por completo a Dios, muriendo a todo lo que es, confiado que con Dios tendrá una esperanza mayor. Es decir, es aquél que ha optado por dejar atrás todo por obedecer la palabra de Dios, confiado en sus promesas.

El que es nacido del Espíritu es un hombre completamente dependiente de Dios.

La dependencia nace de la necesidad, en el caso de aquél que es nacido del Espíritu, la necesidad que tiene tal hombre es una profunda necesidad de amor; la necesidad que tiene de amor sólo puede ser saciada por Dios y cuando conoce el inmenso amor de Dios y su necesidad ha sido saciada por completo, aprende a depender de él, pues comprende que Dios es su Padre y que al obedecerlo será verdaderamente libre.

La libertad nace de la dependencia absoluta y completa de aquél que, con su infinito amor, destruye por completo el temor.

Es por esa razón que todo aquél que confía en Dios y depende de él por completo es tan libre como el viento.

Dios es nuestro Padre, su amor por nosotros es más grande de lo que podamos alcanzar a imaginar y es el único amor tan grande que puede llenar el vacío de nuestro corazón y liberarnos de la opresión del temor. ¿Quieres ser verdaderamente libre? ¿Quieres vivir una vida sin temor? Deja que Jesucristo de Nazareth, el Hijo de Dios, te haga verdaderamente libre.

Autor: Juan Felipe Caro Valencia

Escrito para www.destellodesugloria.org

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