¡La vida continúa para ti…!
Hoy acaba de partir a la presencia del Señor, un joven precioso que tenía apenas ¡25 años de edad! Era un ministro de alabanza, que se caracterizaba por ser un muchacho alegre, lleno de sueños y de metas por cumplir. Alguien dijo que sería difícil entrar al templo, y no verlo llegar con su mochila, sus manos en los bolsillos y su gran sonrisa, dirigiéndose al altar para ensayar las alabanzas. Aunque su mamá es una mujer de mucha fe, sin embargo, no puedo imaginar ¡cuán duro habrá sido este golpe para ella!. Cuando la viuda de Naín iba a enterrar a su único hijo, se encontró en el camino con Jesús, quien se compadeció de ella y le dijo: “Mujer, no llores…” (Lucas 7:13) El Señor de la Resurrección y la Vida ¡viene siempre a nuestro encuentro para consolarnos y a darnos una esperanza!. Ciertamente, Héctor no se levantó del féretro, como ocurrió con el hijo de esta mujer, pero sabemos que el partió creyendo en Jesucristo y “El que cree en mí, aunque esté muerto vivirá, dijo Jesús (Juan 11:25) ¡Hay esperanzas para esa madre!
¡Su papá también está destrozado! ¡Héctor era su hijo varón, su primogénito, su compañero! ¡Tenía tantos sueños depositados en este joven! Cuántas veces el papá, se habrá imaginado a él mismo, siendo un ancianito y a su hijo llevándolo del brazo al culto; quizás mirando juntos un partido de fútbol, o sentados en el parque, viendo andar en bicicleta a su nietito. Héctor ni siquiera le pudo dar un nieto, porque aún no había formado su propia familia. Quizás ese papá pensó que un día, su hijo le traería el título de la carrera universitaria, que estaba cursando. Tal vez le tranquilizaba pensar que Héctor, sería el soporte familiar, cuando él faltara. Podríamos seguir haciendo una serie de conjeturas, de lo que posiblemente ocurre en el corazón de un padre, que ha perdido su mejor tesoro; el regalo más preciado que Dios le haya entregado en sus manos: ¡Un hijo!
David, ese hombre tan especial, con un corazón conforme al corazón de Dios, pasó más de una vez, por esta triste experiencia. Sin embargo, el pudo encontrar en Dios, la fortaleza para superar esa prueba tan dolorosa. Cuando el niño que engendró con Betsabé, murió“…David se levantó de la tierra, y se lavó y se ungió, y cambió sus ropas, y entró a la casa de Jehová y adoró.” (2 Samuel 12: 20) Ante el cuestionamiento de sus criados, David respondió que cuando el niño vivía, él ayunaba y lloraba, por si acaso Dios tuviese compasión de él, y le hacía vivir. Pero una vez que el niño había muerto, no tenía sentido el ayuno y el lloro, pues: “¿Podré yo hacerlo volver? Yo voy a él, mas él no volverá a mí” dijo con mucha sabiduría David (2 Samuel 12: 23) ¡Tremenda lección! No quiero pensar en cómo se habrá sentido Papá Dios, al tener que ver a su unigénito hijo, a Jesús, derramando hasta la última gota de sangre en aquella cruz. Padeciendo una muerte totalmente injusta, porque El nunca pecó. Prematura, pues fue en la etapa más vigorosa de su vida; desarrollando un ministerio por demás exitoso! Su muerte, fue además vergonzosa, porque murió en una cruz, entre ladrones ¡como un sedicioso! Dios, que tuvo que sufrir la muerte dolorosísima de su hijo amado Jesucristo:
¿Crees que El no sabe lo que sientes al perder a un hijo? ¿Crees que El no conoce tu dolor? Sin embargo hermano ¡hay una luz al final del camino!. Levántate, lávate y unge tu cabeza, con el aceite de la unción, que es tipo del Espíritu Santo, el Consolador. Mientras Dios no te llame a su presencia…
¡La vida continúa para ti…!
Autora: Estela Schüsselin
Escrito para: www.destellodesugloria.org