Enciende el fuego
Enciende el fuego
El fin de semana que recién pasó me dediqué a ordenar la bodega de mi casa. La tarea era riesgosa, podía aparecer todo tipo de insectos y evidencias de mi pasado con las cuales no querría toparme nuevamente. Entre cajas, fotos, artefactos electrónicos y otros artículos sin uso apareció lo que tanto temía: mis diarios de vida. La verdad es que no eran diarios de vida como los clásicos con aroma y un candado para bloquear el acceso de los curiosos, eran agendas donde relataba TODO lo que me sucedía, pensaba y creía. Sí, una clásica adolescente verbalizadora.
Tenía registros de mi vida desde el año 2004 hasta el año 2008 ININTERRUPIDAMENTE. Era impresionante lo que había en ellas: fotos, envoltorios de dulces, trozos de papel, dedicatorias de amigos y amigas, en toda su plenitud reposaba allí mi pasado. Por instantes, estuve tentada a releer algunos de mis escritos, pero cuando comencé a hacerlo, me di cuenta que no me hacía bien, que había muchas cosas que había olvidado y que no valía la pena revivir. También recordé que muchos de esos diarios partieron por una profunda necesidad de contar algo, de escribirle a “alguien” lo que me pasaba y de la manera en que me sentía. Noté que en el momento en que Cristo formó parte de mi vida, los diarios comenzaron a estar más vacíos y ya desde el año 2008 no existía ningún tipo de registro detallado de mi vida, por lo que asumo que el contarle mis cosas a Jesús fue el mejor antídoto frente a mi incontinencia verbal.
Cuando me encontré con todos estos diarios, sentí una necesidad extrema de deshacerme de ellos, de no verlos más. Seguí mi instinto primario de destrucción y comencé a arrancar las hojas y romperlas con un placer indescriptible. Sentía que eliminaba gran parte de mis penas y decepciones, que mi pasado comenzaba a desaparecer, al menos aquello que quería que así fuese. Es tan fácil volver a hacer lo que uno hacía siempre y es tan difícil cambiar. De lo poco que leí en esas hojas me daba cuenta que Jesús había hecho algo totalmente nuevo en mí ¿quién era esa persona que escribí y escribía? ¿qué tenía en su corazón en ese entonces? La adolescente que escribía cada detalle de su vida se había transformado en una adulta que deseaba comenzar un nuevo capítulo de su historia vital y eliminaba estos diarios de manera simbólica para dejar atrás el pasado y asegurarse de que nunca más volvería a él, salvo para recoger las experiencias de crecimiento y de amistad.
En medio de esta reflexión, vi la foto de una familia de refugiados mozambiqueños que quema su casa antes de volver a su país como un símbolo de no regresar allí jamás. Al otro lado del continente estaba yo, una joven adulta chilena destruyendo sus diarios de vida antes de empezar una nueva etapa como símbolo de que no volvería a aquella vida JAMÁS. Toda etapa tiene su riqueza y sus vivencias que la hacen distinta, tomemos lo que nos sirve y sigamos adelante, no permitamos que lo antes fuimos limite lo que queremos ser, ni que el fantasma del pasado nos recuerde algo que ya no somos, o que no queremos ser. Nunca olvidemos que somos lo que Cristo dice que somos, no lo que nosotros u otras “evidencias” nos digan.
A veces, es necesario “quemar nuestra casa” para recibir y disfrutar lo bueno, lo perfecto y lo agradable que proviene de Dios.
Autora: Poly Toro
Escrito para www.destellodesugloria.org