La Santidad y el Pecado
EL DÍA QUE LA SANTIDAD Y EL PECADO SE SENTARON A COMER
Es sorprendente ver como Dios actúa siempre de manera diferente a la que nosotros esperamos. La manera egoísta en la que amamos nos hace esperar siempre algo a cambio de lo que damos y, cuando ese algo quiebra los parámetros de lo que conocemos como lógico y razonable, es entonces dónde pensamos que deberíamos asesorar a Dios en cuanto a su obrar.
Dice la biblia: “Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.” Lucas 19:1-10 (VRV)
Para financiar su gran imperio mundial, los romanos cargaron de impuestos elevados a las naciones que estaban bajo su dominio. Los judíos se oponían a estos impuestos porque servían para apoyar a un gobierno secular y a sus dioses paganos, pero aun así estaban obligados a pagar. Los cobradores de impuestos eran las personas más impopulares en Israel. A los judíos por nacimiento que optaban trabajar para los romanos se les consideraba traidores. Además, era sabido por todos, que los cobradores de impuestos se enriquecieron a expensas de sus compatriotas. No sorprende, por lo tanto, que las multitudes se sintieron molestas cuando Jesús visitó a Zaqueo, un cobrador de impuestos.
A pesar de que Zaqueo era deshonesto y traidor, Jesús lo amaba y, en respuesta, el pequeño recaudador de impuestos se convirtió. En toda sociedad ciertos grupos de personas se consideran “intocables” ya sea por su opinión política, conducta inmoral o forma de vivir. No debemos ceder a la presión social y evadir a este tipo de personas. Jesús las ama y estas necesitan oír sus buenas nuevas.
Cuando era pequeño me enseñaron que “el hacer amistad con el mundo me constituía en enemigo de Dios”; y esto es verdad pero, se lo había interpretado mal. Al observar este encuentro entre Jesús y Zaqueo, puedo ver a la Santidad comer con el pecado. El negocio del Señor son las almas.
Seguramente que, como nadie quería a Zaqueo, se tomaban revancha no dejando que pudiera saciar su curiosidad, su estatura le jugaba en contra, su impopularidad lo dejaba sin favor de parte de la muchedumbre. Es que nadie quiere a un traidor; los romanos lo odiaban porque él dependía directamente de la oficina del César; y los judíos lo despreciaban por sangrar el bolsillo de su propio pueblo. Intuyendo la ruta que habría de seguir el Maestro, Zaqueo se anticipa y sube a un sicómoro (árbol de la familia de las moras) y desde lo que él cree una posición inadvertida y de privilegio visual, espera poder conocer a ese “alborotador”. Entonces Jesús alza sus ojos y lo desnuda con la mirada, su corazón siente que es confrontado, sus malas acciones pasan en fracción de segundos por su mente y ahí es cuando escucha la frase que nunca esperaba…”Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa…” el Señor es sorprendente, nunca lo hace de la manera que nosotros queremos. Pero el pequeño hombre se aferra a su rama, se siente sucio, siente que no es posible que aquel hombre lo conozca, comienza a dudar de lo que escuchó.
Pero luego recuerda, “es que estamos en Jericó; la ciudad testigo de tantos acontecimientos milagrosos…” vio a Josué por la fe abrir el Jordán y quedar frente a la ciudad, vio los temibles e imponentes muros caerse como si fueran un castillo de naipes; resonó en sus oídos la parábola del buen samaritano. Entonces decidió soltar esa rama que le brindaba una falsa seguridad, un falso refugio, y descendió, y fue lo mejor que le pudo haber pasado.
Para Zaqueo este era un día como cualquier otro, hasta que se encontró con Jesús y fue salvo.
Quizás este sea un día como cualquier otro para muchos de nosotros; quizás no para otros pero, lo cierto es que podemos estar aferrados al dinero que tenemos en nuestro haber, teniendo una falsa sensación de seguridad, o bien sentirnos rechazados por todos porque esta es una sociedad egoísta.
Jesucristo pagó por todos el mismo precio y “…nada puede separarnos del amor de Dios…” (Romanos 8:39) Aun cuando el ser humano decide darle la espalda al Señor; Él decide amarnos igual.
Zaqueo tenía todo lo que el dinero puede comprar; pero la verdadera felicidad viene sólo son la salvación de Jesucristo. Zaqueo también era hijo de Abraham aunque sus compatriotas no lo querían ver así; y no por ser descendiente del “padre de la fe” era salvo. No nos aferremos a cosas que no podemos retener. Nada tiene más valor que nuestra alma.
La biblia dice: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre, entraré, y cenaré con él, y él conmigo”. Apocalipsis 3:20 (NVI)
Autor: Gustavo J. Iriart
Escrito para www.destellodesugloria.org