María, sierva de Dios
MARÍA, SIERVA DE DIOS
Cuán miserable es el ser humano en cuyo entendimiento la sabiduría de Dios no tiene lugar alguno; es tan necio que al estar apartado de Dios su mente cree fácilmente cualquier tipo de falacia, incluso la más absurda que pueda existir. Así era yo cuando estaba perdida, sumergida en las tonterías de la religión y la tradición. En ese entonces, yo idolatraba a “la virgen María”, no la madre de Jesús de la que se habla en la Biblia, sino la figura de una mujer de la que no tengo idea siquiera si alguna vez existió o simplemente alguien se la imaginó; adoraba una cosa hecha de barro, yeso o madera, algo a lo que llamaba reina cuando no lo es y ante quien me inclinaba para pedirle ayuda, cuando nunca podía oírme ni moverse porque es sólo un pedazo de yeso que con cualquier golpe o caída se puede destruir. Esta “virgen” suele portar diversos nombres que el hombre le asigna según la nación donde fue fundida o el milagro que supuestamente sabe hacer, pero la verdad, es que ninguna de estas nominaciones puede hacer lo que Jesucristo hace en la vida de aquella persona que le recibe y en Él cree conforme lo dicen las Sagradas Escrituras. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Juan 1:12 (RVR1960).
Cuando mis ojos fueron abiertos por la pura gracia y misericordia de Dios, no pude más que reconocer la maldad que ejercía ante el Señor; yo idolatraba a un dios falso, a una imagen de una mujer cuyo origen desconocía; no sabía si era la réplica de una persona real o una obra de arte más imaginada por un artesano, por un mortal que llevado por su carne hizo tal aberración ante los ojos del Señor y a quien ignorantemente me uní para perpetuar tal pecado. “Se creían sabios, pero sólo eran unos tontos, y cambiaron la grandeza del Dios inmortal para adorar ídolos, hechos con forma de simples hombres mortales, aves, cuadrúpedos y serpientes”. Romanos 1:22-23 (Palabra de Dios para Todos).
“No hagas ningún ídolo ni nada parecido de lo que hay arriba en el cielo, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas que están debajo de la tierra. No te inclines ante ellos ni los adores, porque Yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso”. Deuteronomio 5:8-9a (PDT).
“Maldito sea el que haga una imagen o un ídolo de metal, algo que es detestable al Señor, el trabajo de las manos de un artesano que lo prepara en secreto para adorarlo. Luego todo el pueblo dirá: Así sea”. Deuteronomio 27:15 (PDT).
Cuando Dios por su preciosa bondad abrió mi entendimiento, pude comprender que esa “virgen” a quien adoraba no era la madre de Jesús; además me hizo comprender que María, la madre de Jesús, no merece ningún tipo de reverencia o adoración. María fue una sierva, una servidora de Dios, María la madre de Jesús, la sierva de Dios; fue una mujer alcanzada por la gracia del Señor, fue elegida para llevar en su vientre al Salvador de la humanidad, pero este privilegio no le dio ninguna potestad de ser enaltecida para recibir adoración. Ella, así como Pablo, Pedro, Juan y otros Apóstoles, siervos y discípulos del Señor, fue una escogida de Dios para cumplir con su plan divino; ellos no fueron escogidos por Dios porque fueran santos, buenos o piadosos, no fue su condición la que hizo que Dios les escogiera, fueron elegidos por su bendita gracia. “Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin… El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios. Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia”. Lucas 1:30-33, 35, 38 (RVR1960).
María no es digna de adoración, el único digno de tal tributo es Jesucristo el Señor, Salvador y Redentor de la humanidad.
“Todos los que hacen ídolos son indignos. Los ídolos que ellos atesoran no sirven para nada. Los que los adoran son sus testigos, no ven ni entienden nada, por eso serán avergonzados. ¿Cómo se le ocurre a alguien hacer un ídolo que no sirve para nada? Todos los que lo adoren quedarán en ridículo, porque los que lo hicieron son tan solo seres humanos. Que se junten todos ellos, que se presenten a juicio. Estarán temerosos y avergonzados.
Corta cedros o escoge un ciprés o un roble. Lo deja crecer entre los árboles del bosque. Siembra un cedro y la lluvia lo hace crecer bastante. Cuando está lo suficientemente crecido como para servir como leña para la gente, él usa una parte para calentarse. También usa otra parte para hacer fuego y hornear un pan. Pero también usa otra parte del árbol para hacer un dios y adorarlo. Hace un ídolo y se inclina ante él. La mitad del árbol la quema en el fuego y hace un asado; come la carne y queda satisfecho. También con ella se calienta y dice: Me caliento en el calor del fuego. Con el resto, hace un dios, su ídolo, se inclina y lo adora. Le reza y dice: “Sálvame, porque tú eres mi dios.” No saben ni entienden. Sus ojos están cerrados para que no puedan ver. Lo mismo pasa con su mente, para que no entiendan. Ninguno se detiene a pensar y no cuentan con el conocimiento o entendimiento necesario para decir: La mitad del árbol la quemé en el fuego y horneé pan sobre ella, asé carne y me la comí. ¿Cómo es que hago con el resto algo tan despreciable? ¿Cómo es que me estoy inclinando ante un pedazo de madera? Es como alimentarse de cenizas. Su mente trastornada lo ha llevado a desviarse. No se puede salvar a sí mismo, ni dirá: Lo que tengo en mi mano es un fraude”. Isaías 44:9-11, 14-20 (PDT).
Yo me creía sabia en mi propio entendimiento hasta que Dios por su gracia me hizo saber de mi ridícula insensatez; así como estaba yo, están muchas personas el día de hoy. Siguen ciegas y vendadas por la falta de conocimiento del Dios vivo y real que se encuentra en la Biblia. Por causa del pecado y la iniquidad que embarga al ser humano, le es difícil desarraigarse de tales costumbres y creencias concebidas para blasfemar el nombre del Señor. Sabemos que Jesucristo es el único que puede liberar a estas personas de tal ceguera, que únicamente el poder del Espíritu puede convencerles de pecado, justicia y juicio; es claro que Él es quien obra en los corazones de las personas.
Nosotros, los que hemos sido libres de tal velo, debemos tener compasión por aquellos que se encuentran adorando a un falso dios, y una forma de demostrarles el amor del Señor es predicándoles la verdad, la divina palabra. Cómo no dolernos al ver la cantidad de personas que siguen en fornicación e idolatría; cómo no hablarles de Jesucristo, el único intermediario e intercesor entre Dios y los hombres, (1 Timoteo 2:5). Nuestro deber como hijos de Dios es dar gratuitamente de lo que Dios nos ha dado a nosotros, Él se encargará de hacer la obra sobrenatural de convencer a las personas. Nuestro deber es predicar el Evangelio de Jesucristo mientras tengamos oportunidad de hacerlo; hay muchos que se están perdiendo por causa de no conocer a Dios, movámonos a misericordia y clamemos por la salvación de estas personas. “Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento”. Mateo 9:13 (RVR1960).
¡Padre Celestial, así como lo hiciste conmigo y sé que con muchos más; quita la venda que tienen algunas personas en sus ojos y permíteles reconocer tu amor y tu justicia por medio de Cristo Jesús, amén!
¡Bendito el nombre de nuestro Señor Jesucristo por siempre y para siempre!
Por: Marisela Ocampo O.
Escrito para www.destellodesugloria.org