¡Descansa en paz, mamita! (Carta a mi madre)
¡Descansa en paz, mamita! (Carta a mi madre)
Mamá: yo sé que llegué a tu vida de una manera abrupta e inesperada. Sé que irrumpí así de repente, cuando aún eras una flor incipiente. Te llamabas Rosa, pero eras sólo un frágil y hermoso capullo, que aún no empezaba a abrirse a la vida. Sé que trunqué tus sueños de adolescente. Tus libros y cuadernos, pronto fueron desplazados por pañales y biberones. Las veladas con tus amigas, se convirtieron en largas noches de insomnio, por la soledad y la preocupación de un futuro incierto. Aquella fresca y bella sonrisa de niña que te caracterizaba, se fue borrando por el llanto, que de continuo inundaba tu rostro casi angelical. Tus preciosos ojos claros, eran como cuentas de un collar valiosísimo, pero que de a poco se iban opacando. ¡Yo lo sé mamá! ¡Yo sentía cómo se aceleraba tu corazón ahí adentro! Los ríos de sangre corrían furiosos a mi alrededor y ¡parecía que me ahogaba! Quería hablarte mamá; quise hacerte saber, que yo no había planeado aquello; que yo no era responsable de que eso sucediera. Quise decirte mamita, que yo sólo era el resultado de aquel “pacto de amor eterno” que se juraron tú y aquel jovencito imberbe, que jugaba a ser hombre. Una noche los oí hablar mamá y ¡me horroricé! Planeaban arrancarme de tu vientre, como se quita de la tierra, una mala hierba. El decía: “¡Yo no estoy preparado para ser padre! Yo tengo sueños por cumplir ¡yo quiero ser un policía! Me iré a la capital para estudiar…” Al día siguiente se perdió en el horizonte, sin siquiera voltear a saludar. Cada “Yo…yo… Yo” ¡repicaba tan fuerte en mi cabecita en formación! Parecían golpes de estaca, clavando en mi memoria la culpa por existir. Me acurruqué en aquella cuna improvisada para mí ¡y me aferré a la vida! Hecha un ovillo, busqué el lugar más profundo y oscuro de aquella cuevita aterciopelada. Me quedé inmóvil, sin hacer ruido; como para que se olviden de que yo estaba ahí. ¡Pensar que hasta hoy duermo en esa posición!
De pronto, sentí que una luz brillante y muy potente, inundó con su presencia aquel sitio llenándome de paz y de esperanzas. Sus ojos buscaron los míos y de inmediato ¡supe que El me amaba!…¡Mi embrión vieron sus ojos, mamá! Sucedió así, como dijo el salmista (Salmos 139:16). Sus manos me moldeaban a su imagen y semejanza. El entretejía mis arterias y mis venas. Me habló allí mamá; ¡El hizo pacto conmigo! El me apartó, me santificó y ¡me dio por luz a las naciones! (Jeremías 1:5). Además me susurró al oído que “yo soy su especial tesoro” (Exodo 19:5). Con mi autoestima un poco más elevada, llegué a tus brazos, una fría tarde de mayo ¡qué alegría! Aunque te veía a veces llorando por los rincones, sin embargo pasamos juntas ¡3 años inolvidables! Pero como nada es perfecto aún, en este escenario terrenal, tuvo que aparecer desde la capital, aquel hombre ¡Sólo vino para arruinarnos la vida! Llegó como si nada, vestido de policía, y con el arma reglamentaria. ¡Su sueño se había hecho realidad! En ese instante, quise hablarte mamita; quise advertirte que no lo escucharas, que alguien que huyó como el impío, “sin que nadie lo persiga” como dice Proverbios 28:1 ¡No vale la pena! Estaba claro que no nos amaba ni a ti, ni a mí. ¡El resto ya lo sabes! ¿Qué puedo decirte, mamá? Que me hubiera gustado despedirme de ti, en aquella trágica y soleada tarde de otoño. Me hubiese gustado abrazarte y dejarte saber ¡cuánto te amaba! Pero no fue posible; ¡El disparo, la ambulancia, mi hermanita en tu vientre, sin entender si salía o si se iba contigo para siempre! ¡Cuánto dolor! ¡Cuánta confusión! ¡Me hiciste mucha falta mamita! Me quedé sin brújula, sin una hoja de ruta en este largo y penoso camino que es la vida. Pero ¿sabes qué? Yo no estuve sola… ¡El siempre estuvo allí! ¡El estuvo, está y estará siempre conmigo, como un poderoso gigante para guardarme! (Jeremías 20:11) Aunque tú y mi papá me dejaron ¡El me recogió! Y lo hizo con grandes misericordias (Salmos 27:10)
¡Perdóname! ¡Hoy tenía necesidad de decirte todo esto! ¡Te amo mamá! ¡No puedo desearte felicidades en este día, solo te diré: ¡Descansa en paz, mamita!
Autora: Estela Schüsselin
Escrito para: www.destellodesugloria.org