¿Enamorados del exito o de las almas?
¿Enamorados del exito o de las almas?
En todos estos años me he topado con decenas de cristianos que sueñan con un ministerio popular o impactante. Hace poco, un muchacho me miró directamente a los ojos y me dijo con un tono desafiante: «Mira, quiero que recuerdes mi rostro, porque algún día me verás llenando los grandes estadios de mi país». Mi sensación fue preguntarme si honestamente el estaba enamorado de las almas o del éxito. Es que por lo general, la linea termina siendo demasiado delgada, y muy difícil de discernir. Quizás este muchacho cerraba los ojos y se imaginaba caminando en medio de los aplausos ensordecedores. O en la tapa de un disco líder en ventas, en la portada de su propio libro o con una agenda atiborrada de compromisos. Convengamos que todos buscamos, de una u otra forma, la aceptación de nuestros pares, pero el problema incide cuando se construye un ministerio basado en la baja estima o en la pasión por lograr un ministerio reconocido.
A diario me pregunto donde está esa nueva generación de evangelistas por la cual oramos durante tanto tiempo. Me pregunto, como supongo que lo hacen tantos ministros, si acaso no estaremos formando un relevo de gente a la que solo le interesa el triunfar de manera espontánea.
El canal líder de la televisión Argentina nos demostró a través de «Operación triunfo» como se puede generar un «grupete» de cantantes novatos que de la noche a la mañana, se transforman de virtuales anónimos en estrellas de la canción. En menos de tres meses, nacen clubes de fans, histerias, pósters y miles de autógrafos que duraran mientras se sigan generando los dos dígitos de rating y que obviamente, se disolverán tan pronto el programa deje de salir al aire.
«Cuesta mas de veinte años lograr un éxito de la noche a la mañana» dice una vieja frase, que bien podría aplicarse al ministerio, si es que se nos permite la palabra «éxito». El llamado a servir no es el resultado de un reality de talentos, ni el producto del marketing, o de una buena campaña publicitaria. Mucho menos de los buenos contactos o de la cuenta bancaria.
Me llama poderosamente la atencion cuando me cuentan que para lograr llegar a la cima, necesariamente, tienen que vender miles de discos. O los tiene que convocar un gran líder de la adoración para incluirlos en su escudería. O tienen que llenar un estadio. O tienen que lograr hacer un evento más grande que el anterior. Me parece una imbecilidad que no conduce a nada; pasión por el éxito, disfrazada de reverencia.
Todos los que con mucho esfuerzo servimos al Señor, no somos otra cosa que el fruto del trabajo anónimo de decenas de pastores y ministros que invirtieron sus vidas desde las sombras, desde algún sitio remoto de nuestro país. Fue un pastor, que no tuvo en poco a una pequeña familia desconocida de Billinghurst, el que oro por la enfermedad de mi madre y dedico gran parte de su vida a pastorearnos. Por aquel entonces, yo era un niño callado, introvertido, viviendo en el más absoluto ostracismo. Pero a aquel querido pastor, solo le importaba nuestras almas, sin sospechar que su trabajo podía afectar generacionalmente a una multitud.
Siempre me he preguntado porque un ministerio tan revolucionario como los tres años del Señor Jesucristo, apenas lograron convocar a ciento veinte en Pentecostés. Hoy en día, hablaríamos de un incipiente fracaso. Pero El se ocupo de subir los requisitos de admisión cada vez que pudo, nunca les hablo de éxito, o por lo menos, lo que humanamente se entiende como tal. Las filas flaqueaban cada vez que el Señor mencionaba que servirle significaba renunciar a todo lo que poseían. A ser un cargador de cruces. La historia se ocupó de mostrarnos lo que sucede cuando alguien dice servirle pero renuncia al mismo instante que se entera que el Maestro no tiene donde recostar su cabeza. O aquellos que prometen seguirlo por la eternidad, pero abandonan el barco para enterrar primero a su padre. O los que sienten que su integridad intachable merecería enmarcarse para luego descubrir que no es capaz de desprenderse de todo lo que tiene y dárselo a los necesitados.
Quizás hemos confundido la gracia de la salvación con el servicio. Y es por ello que gran parte de esta generación quiere tomar todos los atajos posibles hacia el éxito. Pero servir es renunciar, en ocasiones es endeudarse por una causa, es invertir, luchar contra los opinologos que no hacen nada (excepto opinar, claro), es trabajar en silencio, y proseguir hacia la vision, aunque en ocasiones, el éxito espiritual no sean los números o la popularidad, sino haber cumplido con la perfecta voluntad de Dios.
Autor: Dante Gebel
Nota para El Puente
Buenos Aires, Argentina