¡No Juzgues!

¡No Juzgues!

Días como hoy son los que me canso de ver y leer a tanta gente perfecta, y digo perfecta porque hoy en día abundan personas que lo saben todo, que son muy buenos para todo, que siempre tienen la opinión perfecta, que siempre saben cómo se tienen que hacer las cosas, que siempre encuentran un error en los demás, y que sobre todo son dueños de la verdad absoluta.

Es muy triste pero nosotros los cristianos a veces podemos llegar a ser las personas más despreciables del momento, porque decimos saberlo todo, porque decimos amar a Dios cuando ni siquiera somos capaces de amar al que está frente de nosotros porque simplemente no hace lo que nosotros quisiéramos que hiciera o porque simplemente no apoya lo que nosotros decimos.

Se nos hace tan fácil criticar, menospreciar, destruir, pero sobre todo pisotear al que se tropieza, pero se nos hace imposible extender una mano sin prejuicio alguno y aun mas imposible tratar de levantar y restaurar a aquel que fue despreciado por toda la comunidad.

¡Si Jesús caminara en estos tiempos por nuestras calles y visitara nuestras Iglesias!

(Ojo, lo hablo en sentido físico)

Y es que la reflexión de hoy es de esas que se te va ser difícil compartir, comentar o se te va hacer difícil terminar de leer, es de esas con las que no me hare popular (que por cierto no lo pretendo), pero es una de esas en donde personalmente estoy cansado de tanta injusticia e hipocresía.

¿Por qué somos así?, ¿Por qué somos tan duros y crueles con nosotros mismos?, ¿Acaso no jugamos para el mismo equipo?, ¿Acaso no tenemos todos un mismo objetivo? ¿No somos hijos de un mismo Padre? ¿No estaremos juntos por una eternidad?

A veces queremos hacer el trabajo que le corresponde a Dios, y menos mal que no somos Dios, porque si lo fuéramos ya hubiéramos enviado a muchos al puro infierno. Y es que somos tan profesionales para juzgar y decretar un juicio, pero somos tan lentos para verificar si lo que vemos o pensamos es lo que realmente sucede.

¿Cuándo te delego Dios para juzgar a tu hermano?, ¿En qué momento te otorgó el privilegio de enjuiciar a la persona con la que no compartes ideas o visión?

Si vemos que alguien tropieza o cae, somos los primeros en desaparecer de su círculo, somos los primeros en apártalo de lo “santo”, somos los primeros en olvidarnos que un día también nosotros necesitamos de una mano extendida que nos ayudara a restaurarnos.

Si alguien que era usado por Dios y que admirábamos humanamente hablando, comete un error, pareciera que todo lo que anteriormente hizo no valió la pena para nada y ahora se ha convertido en un derrotado y pecador empedernido, ¡Como que nosotros fuéramos tan perfectos y nunca falláramos!

A veces lo que nos falta es sinceridad y humildad para reconocer que nosotros a veces estamos hasta peor que algunos a quienes juzgamos, a veces nos sobra valor para juzgar y criticar, pero no somos lo suficientemente hombres (hablándolo en el sentido espiritual), como para reconocer que también tenemos muchas áreas en nuestra vida de las cuales no nos orgullecemos y que de salir a la luz nos avergonzarían.

¡Si Jesús viviera entre nosotros en este tiempo!

¿Sabes porque admiro a Jesús?, lo admiro porque se hizo hombre, viviendo entre nosotros, conociendo nuestro estado de primera mano y decidiendo morir por mí y por ti, pero también lo admiro porque nunca tuvo una palabra de juicio para los débiles, para los fracasados, para los que se les hacía difícil acercarse a Él. Jesús no juzgaba, Él perdonaba, Jesús no menospreciaba, Él les daba valor.

A los únicos que Jesús critica era a los que se creían tan bueno, a esos fariseos y escribas, a esos doctores de la ley que creían que eran superiores a todos por su vana religiosidad, a esos que se les era más fácil ponerles carga a los hombre y no llevarlas ellos mismos.

Esos que aparentaban lo que en realidad no vivían, esos que creían saber todo pero que en realidad no sabían nada, esos que tenían un manual de “santidad” muy diferente al que Jesús vino a enseñar, esos que se les hacía más fácil cerrar las puertas del perdón que perdonar. Esos que se les hacía más fácil menospreciar que aceptar. Esos que excluían en lugar de incluir.

A veces nos parecemos tanto a los fariseos que si Jesús viviera entre nosotros en estos tiempos no gritaría: “¡Sepulcros Blanqueados!”.

Yo me pregunto: Si Jesús viviera entre nosotros, ¿Seriamos capaces de juzgar y criticar como lo solemos hacer?, Si Jesús estuviera frente a nosotros, ¿Nos sería fácil pisotear al caído en lugar de levantarlo?, Si Jesús estuviera viéndonos frente a frente, ¿Seriamos capaces de poner tantas normas humanas olvidándonos de su gracia y misericordia? ¡Ay! Si Jesús estuviera frente a nosotros seriamos las ovejitas mas mansas que existieran. Pero como físicamente no lo vemos en lugar de ser ovejitas muchas veces nos convertimos en lobos que devoran a sus ovejas.

Discúlpenme pero no me puedo imaginar a Jesús criticando, menospreciando, dándole la espalda a los que tropiezan, no puedo imaginármelo pisoteando la mano del caído, no puedo imaginármelo echando a la gente de la Iglesia, no puedo imaginármelo poniéndole cargas a las personas que son difíciles de sobrellevar, ¡No! Lo siento, no puedo tener una imagen de Jesús diferente a lo que la Biblia nos enseña.

Personalmente no estoy de acuerdo a permitir cualquier cosa en las personas, pero no se puede obligar a las personas a no hacerlo, ese no es trabajo nuestro, ese es trabajo de Dios en la vida de cada uno, de hecho Pablo decía: “Todo me es licito, pero no todo me conviene”, Jesús lo dijo de esta forma: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y las demás cosas os vendrán por añadidura”.

Pero hay algo que Jesús dijo que es la base de todo lo que hoy quiero que reflexionemos y es lo siguiente:

“Algunos fariseos y maestros de la Ley comenzaron a hablar contra los discípulos de Jesús, y les dijeron: —¿Por qué comen ustedes con los cobradores de impuestos y con toda esta gente mala? Jesús les respondió: —Los que necesitan del médico son los enfermos, no los que están sanos. Yo vine a invitar a los pecadores para que regresen a Dios, no a los que se creen buenos”.

Lucas 5:30-32 (Traducción en lenguaje actual)

Esta es la clave: “Yo vine a invitar a los pecadores para que regresen a Dios, no a los que se creen buenos”.

Muchos oramos para que Dios nos haga que nos parezcamos a Jesús, de hecho el anhelo de muchos de nosotros es ser iguales a Jesús, pero no seremos igual a Él mientras no sintamos compasión por la gente, no seremos igual a Él mientras sigamos apedreando gente en lugar de perdonar, no seremos igual a Él mientras menospreciemos a los débiles y nos sintamos orgullosos de los “buenos”.

Cuando alguien se atreve a juzgar es porque se supone que tiene la suficiente autoridad moral y espiritual para hacerlo, sin embargo Jesús dijo:

“»¿Por qué te fijas en lo malo que hacen otros, y no te das cuenta de las muchas cosas malas que haces tú? Es como si te fijaras que en el ojo del otro hay una basurita, y no te dieras cuenta de que en tu ojo hay una rama. ¿Cómo te atreves a decirle a otro: “Déjame sacarte la basurita que tienes en el ojo”, si en tu ojo tienes una rama? ¡Hipócrita! Primero saca la rama que tienes en tu ojo, y así podrás ver bien para sacar la basurita que está en el ojo del otro.»”

Mateo 7:3-5 (Traducción en lenguaje actual)

¿Sabes? Yo sé de lo que te hablo, porque yo mismo hace unos años fui muy duro, me creí que casi era perfecto, juzgaba tan fácil al débil, llegue a menospreciar a los que no eran tan fuerte como yo (según mi ignorancia), era a veces muy cruel con el que tropezaba o caía, era un joven que tenía ideas equivocadas del amor de Dios y ahora me arrepiento de cómo llegue a ser, ahora que soy un adulto y madurado espiritualmente un poco más me doy cuenta lo que es realmente el amor de Dios, su misericordia, su gracia, la forma como cada día nos regala una oportunidad más para hacer mejor las cosas, me doy cuenta que la gente en lugar de rechazo quiere una mano extendida, me doy cuenta que es más fácil enseñarle a las personas del amor de Dios, porque estando enamorados de Dios nuestra vida tiene un cambio sobrenatural.

No tratemos de hacer el trabajo que le corresponde a Dios, Él es el único que puede juzgar y cuando lo hace su juicio es perfecto. No critiquemos, no menospreciemos, no nos creamos tan perfectos porque en realidad no lo somos, no pensemos que todos tienen que ser como nosotros, porque cada uno tiene una relación personal con Dios. No creamos que somos mejores que alguien, porque en realidad no somos mejores que nadie.

Vivamos cada día agradecidos porque Dios nos dio la oportunidad de ser sus hijos, si vemos a alguien que tropieza, extendámosle la mano, si alguien cae, levantémoslo, si alguien es débil, fortalézcamelo, si alguien falla, corrijámoslo con amor, mostremos lo que Dios nos ha dado a nosotros, ese amor tan puro con el que nos llamo, nos acepto, nos perdono y nos está restaurando.

Deja de criticar, menospreciar y creerte el más bueno de los buenos, porque no hay ninguno bueno sino solo Dios.

Jesús mismo nos hace esta invitación:

“No se conviertan en jueces de los demás, y así Dios no los juzgará a ustedes. Si son muy duros para juzgar a otras personas, Dios será igualmente duro con ustedes. Él los tratará como ustedes traten a los demás”.

Mateo 7:1-2 (Traducción en lenguaje actual)

Cuando nosotros en lugar de juzgar nos dedicamos a amar, a comprender, pero sobre todo a ayudar, nuestra vida cristiana se vuelve diferente, un gozo real inunda nuestra vida, toda amargura, enojo, resentimiento y todo sentimiento que nos lleva a juzgar desaparece, porque el amor de Dios estará inundando nuestra vida y es allí, y nada mas a allí cuando vamos a comenzar a disfrutar de lo que realmente es la vida en Cristo, una vida de amor verdadero hacia Dios y hacia nuestro prójimo.

¡No juzgues, ama!

Autor: Enrique Monterroza

Escrito originalmente para www.destellodesugloria.org

Autorizado para publicarse simultáneamente en: www.devocionaldiario.comwww.enriquemonterroza.com y https://reflexionesydevocionales.blogspot.com

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