Tengo que cubrir las Heridas del otro, No Mirarlas

Tengo Que Cubrir Las Heridas Del Otro, No Mirarlas

“El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová, me ha enviado a vendar a los quebrantados de corazón”

Se pone una venda en una herida  para que esa herida no siga sangrando, primero se la debe limpiar y luego vendar, hasta que se cierre. Para las heridas del alma  también hay un tratamiento, se debe tener tacto para poder curarlas.  El tacto es la capacidad de construir un puente con el otro, de saber conectarse con el otro, de saber arar la tierra para luego sembrar una semilla, o una promesa, o una palabra. Necesitamos tacto para saber decir las cosas, cuándo decirlas, cómo decirlas, para que haya conexión.

Cuenta la historia bíblica acerca de un niño que era el nieto del rey Saúl e hijo del príncipe Jonatán, sucedió que cuando su abuelo y su padre fueron muertos en batalla, la nodriza que lo cuidaba lo tomó en sus brazos y huyó; pero mientras iba huyendo se le cayó el niño y quedó cojo; su nombre era Mefiboset.

Una tarde el rey David, que había relevado en el trono a Saúl, preguntó si acaso existía alguien de la antigua monarquía, de la casa de Saúl, que pudiese estar vivo, ya que el rey deseaba cumplir un viejo pacto hecho con su difunto amigo Jonatán. Alguien cercano al trono, llamado Siba, le comunica al rey David que efectivamente en Lodebar se encontraba el hijo de Jonatán, alguien a quien le correspondía vivir en un palacio, pero que vivía en el cautiverio. Y entonces ocurre lo impredecible, el rey quiere que busquen a Mefiboset y lo traigan a su mesa.

 David deseaba devolverle su condición de príncipe.

“Y le dijo David: No tengas temor, porque yo a la verdad haré contigo misericordia por amor a Jonatán tu padre, y te devolveré todas las tierras de Saúl; y tú comerás siempre a mi mesa”.

David empezó a sanar la profunda herida que Mefiboset tenía en su corazón.

La herida del abandono:

Aquel hombre vivió por muchos años, en un lugar común y corriente siendo “Un don nadie”. Sin duda cuando se miraba sus pies lisiados, recordaría el trago amargo que había vivido, muy amargo. Había perdido a su padre y a su abuelo en el mismo día. Ya no tenía los lazos afectivos que siempre lo habían contenido. Lo último que recordaba era el ser llevado en brazos por su nodriza y haberse lastimado sus piernas al caer sobre el suelo.

La herida de su identidad:

El verdadero nombre de Mefiboset era Meri-Baal que significa resistir a Baal, contender contra él, el que vence a Baal. Pero después del accidente le fue cambiado a Mefiboset “el que esparce vergüenza”.

Habiéndolo tenido todo, y siendo de ascendencia real,  era alguien digno de lástima. Tenía su estima completamente destruida porque él dijo de sí mismo: “¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro muerto como yo?” al decir eso, él dejaba ver que estaba atado a la vergüenza, y necesitaba que alguien lo desatara. Dios usó a David para esta gran tarea.

David era capaz de cubrir las heridas de Mefiboset porque él también había recibido misericordia de parte del padre de este hombre, que fue Jonatán, un amigo fiel con David.

 Pues, aunque David por aquel tiempo sólo “tocaba el arpa” para Saúl. Jonatán veía más allá de las apariencias, veía en David un líder que sería el que tendría la capacidad de gobernar los destinos de su pueblo.

La herida por la pérdida de sus privilegios:

Qué sabia fue la idea de David, de hacer sentar a Mefiboset a su mesa cada día. Lo hizo volver a ese ambiente real, que ya había olvidado y a los privilegios que había perdido, por las malas decisiones de otros. Le devolvió la alegría de disfrutar de aquellas cosas que hacía tanto tiempo que ya no experimentaba. Le ayudó a olvidar su pasado triste y aburrido, en el que no podía pasear, ni andar a caballo, ni corretear junto con los otros niños de su edad. Pero ahora todo había cambiado para Mefiboset.

Hay una frase que dice: “Las heridas sanan, pero no te avergüences de la cicatriz; recuerda que hay Alguien que lleva cicatrices en sus manos y no se avergüenza de tenerlas”.

En esta historia vemos a dos amigos, Jonatán y David, que supieron cubrir las heridas, que las circunstancias de la vida les trajeron, pero ellos fueron un fiel reflejo del amor verdadero, que se manifiesta a través de los hechos y no solamente de las palabras.

Jesús hizo lo mismo por nosotros: “Más él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados”.

 

POR ESO, SIEMPRE TENEMOS QUE TENER UNA SÁBANA A MANO COMO JOSÉ DE ARIMATEA:

“El cual compró una sábana, y quitándolo, lo envolvió en la sábana…”

Después de muerto, Jesús iba a ir a parar al basurero, porque él no era de Jerusalén. José de Arimatea pidió el cuerpo para llevárselo y lo envolvió en una sábana blanca, para que nadie vea las heridas del cuerpo. ¡Yo tengo que tapar las heridas de otro, no mirarlas, debo abrazarlo! Porque al tercer día Dios va a mandar al Espíritu Santo y lo va a levantar, no tengo que andar con los que muestran las heridas sino con los que las sanan.

El mismo Jesús cuando resucitó, dejó doblada la sábana en un costado para que alguien la tome y sane las heridas de otro. Yo puedo tapar heridas, pero él puede sanarlas.

Jesús les lavó los pies a los discípulos, y a él antes se los había lavado una mujer.

“El Señor me ha enviado a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová para gloria suya”.

Autora: Silvia Truffa

Escrito para www.destellodesugloria.org

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