Tú Diseñador confeccionó este traje exclusivamente para ti

Tú Diseñador confeccionó este traje exclusivamente para ti

Había una vez, un pordiosero llamado Simei, que todas las noches dormía en diferentes plazas. A pesar de su aspecto y de su forma de vivir, este hombre era considerado el hombre más sabio del pueblo. Un día el rey, decidió ir hacia donde estaba Simei, para ver si le podía resolver ciertos asuntos, que lo estaban realmente perturbando. El hombre le dio las respuestas más creativas que el rey jamás se hubiera podido imaginar. Por lo que lo recompensó por ello, dándole una moneda de oro. Así durante un tiempo, el rey fue a verlo al hombre  por otros temas que necesitaba resolver, hasta que le ofreció llevarlo a su palacio como su asesor personal. Esto despertó la envidia de sus otros consejeros, quienes lo acusaron a Simei ante el rey, de querer conspirar contra él. El rey se creyó esta mentira y un día lo persiguió hasta  una casa, donde Simei regularmente iba a escondidas de todos. Cuando llegó hasta la puerta, tocó y lo llamó a los gritos:

-“Ábreme que soy el rey”.

Al abrirse la puerta el rey le dijo:

-¿Estás conspirando contra mí, después de todo lo que hice por ti?”

A lo que Simei le respondió:

-“Por supuesto que no estoy haciendo nada malo en contra de usted. ¿Por qué lo haría?”

 -“¿Y entonces, a qué vienes aquí?” Prosiguió el rey

Simei respondió, señalando ciertos objetos:

– “Vengo a ver la túnica vieja y sucia que dejé aquí, los zapatos rotos, y la bolsita en que guardaba las poquitas cosas que tenía. Porque ahora soy tan feliz con todo lo que usted me da en el palacio, que vengo cada día para estar seguro de no olvidarme de quién soy y de dónde vine”.

Esta historia me recuerda el día en que recibí a Cristo como mi Salvador personal. Fue un viernes santo del año 1981. Ese día los cielos se abrieron para mí, y al igual que el pordiosero, sentí que Jesús me había sacado del muladar para hacerme sentar a su mesa .Por primera vez disfruté de la mesa del Rey, porque allí recibí  las mejores atenciones que alguien jamás se hubiera podido imaginar, pude  disfrutar de un verdadero banquete real; en donde los invitados, éramos todos los que nunca habíamos tenido la posibilidad de ser los protagonistas principales de una fiesta. En esta celebración los agasajados no tuvimos vergüenza de aceptar que estábamos como Simei, pero que había alguien que nos estaba extendiendo sus manos y sus brazos de amor, para hacernos sentir parte de un lugar digno, en donde lo único que teníamos que tener era un corazón dispuesto a recibir Su Invitación.

El Rey del Universo se vistió de hombre:

“Y le vistieron de púrpura…Después de haberle escarnecido, le desnudaron la púrpura, y le pusieron sus propios vestidos, y le sacaron para crucificarle”.

 Los soldados lo trataron a Jesús como a un cualquiera, le hacían reverencias burlándose de él, sin darse cuenta que el que estaba delante de ellos no  solamente era el rey de los judíos, sino que era el Rey del Universo.

Dice el texto: “Y le vistieron sus propios vestidos”; esos vestidos no eran de él, en realidad eran los nuestros. Él decidió ponérselos, para evitarnos la vergüenza. “Siendo rico se hizo pobre, para que nosotros por su pobreza fuésemos enriquecidos”. Los despistó a todos, haciéndoles creer que él era un indefenso hombre, un miserable, un actor más en el escenario de la vida. Pero en su corazón, Él nos estaba viendo a todos nosotros vestidos con un ropaje espléndido y decidió quitarse su traje real, para vestirnos a nosotros y para que así estemos listos para participar de la gran fiesta, que un día celebraremos todos juntos cuando nos encontremos con Él.

 Nos diseñó un traje exclusivo para un momento único:

Dice en Zacarías capítulo 3: “¿No es éste un tizón arrebatado del incendio? Y Josué estaba vestido de vestiduras viles. Y habló el Ángel, y mandó a los que estaban delante de él, diciendo: Quitadle esas vestiduras viles, Y a él le dijo: Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala”.

¡Que cuadro maravilloso! Pues nos representa a todos los que hemos creído en Jesucristo como nuestro Salvador. Es conmovedor, recordar el momento en que lo recibimos en nuestro corazón, pues al igual que el sumo sacerdote Josué, estábamos “hecho jirones”. Como el trozo desgarrado de una tela o de una prenda de vestir. Así, desgarrados, rotos, hechos pedazos llegamos a los pies del Señor. Como un tizón, un palo a medio quemar, que arde produciendo mucho humo; así nos sacó del mismo infierno, pues hacia allí nos dirigíamos. Y nos vistió de gala, como para una boda:

“En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas”.

 La nueva vida en Cristo  se compara con una celebración de bodas. En este tipo de fiesta, hay mucho gozo, porque dos personas se han unido para siempre, haciendo un pacto, comprometiéndose mutuamente a amarse y  respetarse y  estar juntos para disfrutar de esa unión matrimonial. Y así es la vida con Él; es una relación tan profunda que vale la pena ser vivida. Su Presencia hace la diferencia. Nos vistió de lujo, para que celebremos la vida cada día.

Como Hijos del Rey debemos estar siempre “Bien Vestidos”:

“En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza”.

Si bien resulta imposible mantener un traje como el día que salió de la tienda o la sastrería, si éste no está fabricado con una tela de calidad, también es cierto que sin unos mínimos cuidados, la vida útil de nuestro traje se verá reducida drásticamente. Los avatares de la vida, pueden hacer que el traje se ensucie más de lo debido, que las rayas tan bien trazadas por el buen planchado ya ni se noten, que se haya roto y que  todavía lo sigamos usando así. Antes de que llegue a estar en estas condiciones es necesario mandarlo AL SASTRE para que lo arregle y vuelva a estar listo para ser usado.

La única manera de mantener blancos nuestros vestidos, es llevándolos CONTINUAMENTE al altar de Dios. Es allí donde tomamos consciencia de que nuestro traje es muy caro, el precio por la compra del mismo, fue la sangre de Cristo. Él fue vestido de su propia sangre, fue cubierto por ella; para que así nosotros fuéramos revestidos DE SU VIDA. Esa ropa que llevamos cada día es carísima, debemos ponerle una atención especial. Debemos tener gratitud por tan alto precio que se pagó por ella, porque hubo Alguien, que nos vio vestidos por dentro, como el pordiosero lo estaba por fuera, y se compadeció de nosotros y decidió cambiar el rumbo de nuestro destino.

 Y  nunca nos debe faltar un buen perfume, que es el toque perfecto que necesitamos, para estar listos para el gran banquete, ese perfume es “el grato olor de Jesucristo” que esparciremos por donde vayamos y hará que la gracia en nuestro andar, sea realzado por la belleza de Su Presencia, que nos mantendrá siempre vestidos como para una fiesta.

“Ropaje espléndido divinal

Es el de mi Señor;

Su mirra del cielo sin igual

Mi corazón llenó.

Glorias magníficas él dejó,

para buscarme a mí;

sólo su incomparable amor

le hizo venir aquí.

Con ropa hermosa  vendrá otra vez,

y todos le verán;

postrándose ante sus santos pies,

los suyos le adorarán”.

Autora: Silvia Truffa

Escrito para www.destellodesugloria.org

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