Si hay Deseo hay Milagro
Esta señora tuvo el deseo de ayudar a ese joven, y por esa actitud recibió una bendición inesperada, un verdadero milagro.
Había una mujer conocida como la Sunamita, ella vivía en una ciudad llamada Sunem, que estaba en el camino entre Samaria y Carmel, un camino que Eliseo el profeta frecuentaba. Ella era una mujer importante, no tenía necesidades económicas, y también tenía un corazón sensible, porque siempre invitaba a comer a su casa al profeta, ella veía en él algo especial, percibía que era un ungido de Dios. Por eso se sentía complacida al recibirlo en su casa. Y un día le pidió al marido que le construyese a Eliseo un lugar para que cuando pasara por allí, no sólo se quedase a comer sino también pudiera descansar cómodamente. Le dijo a su esposo: “pongamos allí la cama, la mesa, la silla y el candelero…” o sea ella quería que a la habitación no le faltase nada, era detallista. Ante tanta solicitud, Eliseo mandó a su criado que le pregunte en qué podrían bendecirla, le ofreció sus servicios en la corte del rey; pero ella no quiso pedirle nada, solamente respondió que lo pasaba suficientemente bien en medio de su pueblo. Fue una respuesta un tanto orgullosa, ya que ella tenía deseos profundos en su corazón, sin embargo, no se los quiso descubrir al profeta. Esto me hace pensar que cualquiera de nosotros, podemos reconocer en otros siervos la unción, pero jamás nos acercaríamos a que oren por nosotros o a pedirles algo especial. No hay que luchar con las conexiones divinas; Si estamos en una posición en la cual necesitamos de la asistencia divina, hay que clamar al Señor para que nos envíe a alguien que nos ayude. Podría haber personas en nuestra vida que están dispuestas a traer sanidad y liberación para nosotros. Sin embargo, debemos estar dispuestos a someternos, como lo hizo Saulo (el apóstol Pablo), al ministerio de otras personas.
El criado de Eliseo sabía que la mujer no tenía hijos y que el marido era ya anciano, así que se lo dijo al profeta. Entonces Eliseo la mandó a llamar y le dijo que al año siguiente tendría un hijo. La mujer le contestó: “no te burles de tu sierva” fíjense cómo se contradecía esta mujer, ella podía discernir que Eliseo era un obrador de milagros, porque su fama se conocía por todos lados, pero cuando le tocó a ella mostrar fe, sencillamente “no puede creer en un milagro para ella”.
Quizás te estés identificando con esta mujer, quizás sos de las que oran por todos y tenés fe para pedir por otros, pero cuando de vos se trata, empezás a dudar… Hoy te desafío a que ores por vos y le pidas a Dios un milagro para tu vida!
No niegues la realidad, pero no la aceptes como herencia final, hoy estás bien, pero en Dios, mañana estarás mejor, somos como la luz de la aurora, pequeña al comienzo, pero la luz crece hasta que el día es perfecto, hoy estás mal, pero mañana estarás bendecida.
Así fue que la sunamita al año abrazó a su hijito. Y pudo disfrutar de la dicha de ser mamá. Y el niño creció, sin embargo un día tuvo un fuerte dolor de cabeza, probablemente una insolación y murió en los brazos de su madre. Y ante tan dolorosa situación, ella lo tomó en sus brazos y lo acostó sobre la cama donde dormía Eliseo. Le pidió a su esposo que pusiera a su disposición algunos criados y una de las asnas, pero no le descubrió a su marido nada de lo que estaba pasando. Cuando llegó donde estaba el profeta se echó a sus pies y le dijo: “¿pedí yo hijo a mi señor? ¿No dije yo que no te burlases de mí?, o sea ella en su mente no había cambiado! Seguía pensando que “ella no era digna de un milagro”, habló “como si Dios se hubiera equivocado en haberle dado un hijo”. Luego le pidió a Eliseo que fuera con ella y fue así que el profeta entró a la pieza, cerró la puerta y oró a Dios. Se tendió sobre el niño y el cuerpo del niño entró en calor, hasta que volvió a la vida.
Acá vemos un segundo milagro que sucedió en la vida de esta mujer, fue la segunda oportunidad que tuvo Para Creer en los milagros de Dios… Por supuesto que nadie es tan fuerte como para soportar ciertas situaciones, pero acá hay una gran enseñanza hay que luchar con el momento, no con la duda. A las circunstancias las tengo que enfrentar, pero a la duda la tengo que sacar de raíz con una promesa de Dios.
Cuando tu mente te dice: “no lo vas a lograr”, vos le decís “esa es la segunda palabra; porque la primera me la dijo Papá: te bendeciré y serás de bendición,”
Cuando te diga: “no lo vas a alcanzar”, esa es la segunda palabra; porque la primera dice: “todo lo que hagas te saldrá bien, y yo no me muevo por la segunda; yo me muevo por lo primero que Dios me habló. Y Dios me dijo que: “todo, todo, todo me saldrá bien.” Y también me dijo que si me dio a Su Hijo, ¡cómo no me dará con él también todas las cosas!
Autora: Silvia Truffa
Escrito para www.destellodesugloria.org