Un Destellito en las manos de Dios.-
El lápiz de dos colores.-
Destellito, se dispuso a contar la siguiente historia. Había una vez una sala de clases de una escuela rural, pequeña, de madera pero bien hecha, con un patio inmenso para divertirse en el recreo, era el mismo campo, con un césped muy verde, y varios frondosos árboles, rodeándola. Allí, eran felices los pocos niños, doce en total, unos, jugando a las escondidas, ocasión que aprovechaban para ocultarse entre el follaje, y otros, al fútbol, con el balón que les prestaba el profesor; a las dos únicas niñas, les gustaba vestir y desvestir a sus muñecas, combinando las diminutas prendas que traían ambas para jugar. Llegar a la escuela no era fácil, todos, o mejor dicho casi todos, dijo Destellito, tratando de superar una leve carraspera, vivían lejos, por lo que debían caminar bastante distancia para estudiar, excepto el hijo del profesor, Daniel, que tenía un problema del que no se había dado cuenta, hasta hoy.
Era una mañana fría de otoño. Los niños fueron llegando uno a uno, cansados después de la larga caminata desde sus hogares, el profesor les permitía descansar junto a la chimenea que había encendido para calentar la sala de clases, contaba Destellito rascándose la nariz. Una de las niñas, Carmen, estaba muy contenta, y el motivo lo quiso compartir con sus compañeros, buscó ansiosa en su mochila para luego mostrar un hermoso lápiz de dos colores que su papá le había comprado en la ciudad, nuevecito. Todos se alegraron, menos Daniel; durante la jornada no pudo dejar de pensar en el lápiz de dos colores de Carmen, ¡era tan bonito!, “si papá lo hubiera visto, seguro me lo hubiera comprado”, se dijo. Esa noche casi no pudo dormir. Al siguiente día, a la hora del recreo, Daniel se aseguró que Carmen y su amiga estuvieran jugando con sus muñecas debajo del árbol de siempre, acudió sin que nadie lo viera a la sala de clases, y abriendo la mochila de Carmen, tomó el lápiz de dos colores, lo contempló un rato acariciándolo entre sus manos, para luego romperlo en varios pedazos, y devolverlo a su lugar, concluyó Destellito dando un largo suspiro.
La Biblia dice en Proverbios 27:4, “Cruel es la ira, e impetuoso el furor; mas ¿quién podrá sostenerse delante de la envidia?”, y también dice en Tito 3:3, “porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros”. El problema de Daniel, argumentó serio Destellito, era la envidia, la que no pudo controlar; es tan poderosa que daña terriblemente, primero, al que la tiene, y también, cuando no es sujetada, todo a su alrededor, aún a los seres que supuestamente se aman, la envidia refleja carencia de amor. Sólo Cristo Jesús puede liberar de este gran mal. Es muy fortificante para el alma, hablar de la envidia como algo que ya pasó, terminó por reflexionar Destellito.-
Autor: Oscar Olivares Dondero
Escrito para www.destellodesugloria.org