¿Qué es el hombre?
Salmos 144:3
De todos los análisis y los divagues en que mi cabecita se ha encontrado inmersa, este parece ser uno de los más intrascendentes; porque es muy difícil tener una apreciación objetiva de uno mismo. Cuesta ser imparcial. No se puede ser juez y parte. Ser la imagen reflejada en un espejo, ser el espejo mismo, pero además el espectador y dueño de ambos. Esto lleva a subestimar o a sobredimensionar, tanto los defectos como las virtudes de aquello que es el objeto de nuestro análisis.
Como estudiante de medicina, apasionada por la anatomía y la fisiología humana, llegué a enamorarme aunque sin conocerlo, del autor, del artista, el diseñador y ejecutor de esta extraña y compleja maquinaria humana. Admiré la capacidad de imprimir en cada una de sus obras de arte, el sello de exclusividad y la garantía de una calidad que trasciende los tiempos y las edades. Fascinada por el funcionamiento del hígado, el cerebro y el corazón; recogiendo huesos para estudiarlos, transitando enredada por kilómetros de arterias, venas y vasos capilares, la pregunta: “¿Qué es el hombre?” dividía mi alma en dos. Era como el señalador entre dos hojas de un libro, ¡tan apasionante como indecifrable!
Entre la anatomía y la fisiología; entre la literatura y la filosofía; entre la materia y el espíritu; la medicina y la sicología, la pregunta: “¿Qué es el hombre?” viene siendo ¡como la pregunta del millón! ¿Qué es el ser humano? ¿Es la mejor de las máquinas? El corazón que inspira a los poetas, ¿es sólo una bomba distribuidora de sangre? ¿Es el hombre, sólo un cerebro capaz de procesar información, como el disco duro de una computadora? ¿Se reduce el hombre a un riñón que filtra, un estómago que consume, un pulmón que ventila y un intestino que desecha? Amanecer como espectadora, en la sala de urgencias de un hospital en busca de respuestas, puede ser la experiencia más frustrante, o la más emocionante y elevadora.
Allí se puede ver al hombre reducido a su mínima expresión. Postrado…sin movilidad. Amordazado…privado del derecho de gritar aún su propia angustia. Desnudo…despojado de títulos y honores. El anciano, con total falta de conciencia y de tiempo, como para rectificar rumbos. El joven y la madre, luchando ambos denodadamente por salirse de aquella prisión sin rejas. Uno, para vivir lo que recién comienza, y ella postrándose ante una imagen inerte y fría, como la mismísima muerte, en un intento de chantaje religioso. Dopado…sin control del tiempo y de las manos que se turnan para explorar e invadir territorios íntimos, de un cuerpo que hasta ése momento, era propiedad privada.
Por favor Señor…¡respóndeme! “…¿ qué es el hombre, para que pienses en él? Y que es el ser humano, para que tanto lo estimes? (Salmos 144:3) Decía el salmista: “Lo hiciste poco inferior a los ángeles…” (Salmos 8:6) y haciendo alusión al carácter transitorio del hombre, éstas eran las palabras del salmista, de las cuales me hago eco:
“Hazme saber Jehová mi fin, y cuánta sea la medida de mis días; sepa yo cuán frágil soy. He aquí, diste a mis días término corto, y mi edad es como nada delante de ti; Ciertamente es completa vanidad, todo hombre que vive… Ciertamente, como una sombra es el hombre; Ciertamente en vano se afana, amontona riquezas y no sabe quién las recogerá“. (Salmos 39:4-6)
Y ahora Señor ¿qué esperaré?…mi esperanza está en ti. (Salmos 39:7)
Autora: Estela Schüsselin
Escrito para: www.destellodesugloria.org