Saber observar… ¡una gran virtud!
En el apóstol Pablo, tenemos un verdadero ejemplo de esto. No solamente fue un hombre muy sabio, sino que era evidente, la capacidad de observación que demostró cuando visitó el Areópago (Hechos 17:16-34) La Colina de Ares (como le conocía al Areópago) era una especie un tribunal, en el que se juzgaba a los dioses en la mitología griega. Cuando Pablo entró allí, vio que ese sitio, estaba lleno de altares, erigidos a las diferentes deidades que ellos adoraban. Es notable la actitud del apóstol; el no criticó la idolatría, a pesar de que esto le enardecía en su espíritu, según (Hechos 17:16) No fue combativo; no se centró en remarcar lo que “no debía ser”, o “lo que estaba mal allí, con todos esos altares”, sino que se detuvo a observar, y rompió el hielo, hablando de esta manera:
“Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo anuncio” En otras palabras, Pablo hizo una especie de escaneo rápido del lugar y como producto de esa observación, encontró que los atenienses eran gente de fe. Equivocada…una fe mal dirigida, pero ¡eran personas temerosas de sus dioses! ¡Eran muy religiosos!. Tanto así, que si acaso existiera un Dios, al que ellos no conocían, ¡de todos modos, le habían hecho un altar y lo adoraban…! Pablo obtuvo información, que capitalizó, para exponerles lo que venía a “venderles” el evangelio de salvación ¡Y le resultó muy bien!
Una vez, vino a verme una mujer, en busca de consejería. Cada vez que yo le mencionaba a Dios, ella me decía que ya sabía todo, acerca de lo que le estaba hablando… En ese contexto, era muy difícil llevarla a tomar una decisión por Cristo. De pronto, recuerdo las clases de ventas y empiezo a observarla con detenimiento. Esta mujer, tenía en su cuello, una cadenilla con una cruz; de sus orejas, colgaban unos pendientes en forma de pirámides; tenía una cinta roja en el brazo, a manera de pulsera; un amuleto por llavero y llevaba una estatuita de la virgen en la cartera ¡era un verdadero areópago andante! No obstante, resalté la fe que tenía y le dije, que a ese Dios, al que ella adoraba sin conocerle, es a quien yo le iba a presentar. Se dispuso entonces a escucharme y pude llevarla finalmente a los pies de Cristo.
Amados, desarrollemos pues la virtud de ser observadores; ¡vale la pena intentarlo! El apóstol Pablo, gracias a ello, logró excelentes resultados, pues:
“… algunos creyeron, juntándose con él; entre los cuales estaba Dionisio el aeropagita, una mujer llamada Dámaris, y otros con ellos” (Hechos 17:34)
Autora: Estela Schüsselin
Escrito para: www.destellodesugloria.org