Divina Gracia
Por: Luis Caccia Guerra
para www.destellodesugloria.org
Misericordioso y clemente es el SEÑOR; lento para la ira, y grande en misericordia.
(Salmos 103:8 RV2000)
“Oh, Gracia admirable, dulce es
que a mí pecador salvó.
Perdido estaba yo, mas vine a sus pies;
fui ciego, visión me dio”.
“Gracia Admirable”. John Newton. 1779.
(Todos los derechos reservados. Se transcribe breve cita en los términos del uso legal permitido con fines estrictamente formativos).
“Amazing Grace”, tal su título original en inglés, es uno de los más bellos himnos de todos los tiempos. En doscientos años, desde que nació de la inspirada pluma de John Newton hasta hoy, ha pasado a formar parte del “top ten” de las canciones más escuchadas y cantadas por la humanidad en la historia mundial de la música. Y no es para menos.
El diccionario de la Real Academia Española define “gracia”, entre unas cuantas acepciones como: 1) Don gratuito de Dios que eleva sobrenaturalmente la criatura racional en orden a la bienaventuranza eterna; 2) Beneficio, don y favor que se hace sin merecimiento particular; concesión gratuita y 3) Perdón o indulto de pena que concede el jefe del Estado o el poder público competente.
En la Biblia hallamos implícitas estas definiciones, aunque Jesús mismo nunca le dio una definición. Más bien la mostró y demostró generosamente a través de sus palabras, vida y ministerio mientras estuvo en esta tierra como un ser humano. La palabra “gracia” a veces está traducida como “caridad” en algunas versiones. Independientemente de la traducción, siempre involucra conceptos como “perdón”, “arrepentimiento”, “salvación”, “dádiva”, “don”, “misericordia”, “amor de Dios”, etc. “No hay nada que podamos hacer para que Dios nos ame más. No hay nada que podamos hacer para que Dios nos ame menos” expresa Philip Yancey en su obra “Gracia divina vs. condena humana”.
En las epístolas paulinas el hombre aparece como pecador, pero es justificado por medio de la gracia (Romanos 3:21; 4:25) y donde la fe es la respuesta humana a la Divina Gracia (Romanos 5:2; 10:9; Efesios 2:8). Es la fe un ancla echada en el mar de la gracia de Nuestro Señor.
Toda vez que proviene de Dios, es un don de elevado precio, a título gratuito para quien lo recibe, pero de un elevadísimo costo pagado por quien lo da.
“La gracia les llega sin costo alguno a las personas que no la merecen, y yo soy una de ellas –dice Philip Yancey–. Recuerdo lo que era: resentido, siempre tenso y lleno de ira; un endurecido eslabón más dentro de una larga cadena de falta de gracia aprendida en la familia y en la iglesia. Ahora estoy tratando, con mis pobres esfuerzos, de tocar la tonada de la gracia. Lo hago porque sé, con mayor certeza que ninguna otra cosa, que cuanta sensación de sanidad, perdón o bondad he tenido jamás, procede de la gracia de Dios.” (Philip Yancey. Gracia divina vs. condena humana. Editorial Vida. Miami. 1998).
Un integrante de la Comisión Directiva del Club Deportivo en el que trabajaba, nos invitó a mi esposa y a mí a participar de la Cena de Fin de año a beneficio de la Institución. Asistimos al evento con todos los gastos íntegramente pagados por el directivo. Esa noche nos deleitamos con un excelente menú y exquisitos vinos. Lo cierto es que el sueldo de todo un mes no me hubiera alcanzado para pagar la cena que esa noche tuvimos la oportunidad de disfrutar.
Así es la gracia de Dios manifestada en Cristo Jesús Señor Nuestro. No hay precio que nosotros podamos ser capaces de pagar por sentarnos a la Mesa del Rey. Nuestra entrada en la Eternidad tuvo un alto costo. Para el Hijo de Dios, la cruz. Para nosotros, nada.
Una fría tarde de invierno, una niña observaba la calle desde la ventana de su habitación en el piso alto del más bonito e imponente chalet del barrio. Afuera hacía mucho frío, pero ella estaba abrigada y protegida. No había de qué preocuparse. Sin embargo, esa tarde algo la conmovió. A través del amplio ventanal de su habitación pudo ver a una niña que caminaba por la vereda de enfrente mientras se retorcía de frío con una sucia y raída manta que poco y nada podía resguardar su pequeño y frágil cuerpito. Tomó las suaves y abrigadas mantas de su cama, bajó como pudo la gran escalera, prácticamente arrastrándolas sobre los escalones y saliendo a la calle alcanzó a la otra niña. “-Para que no tengas tanto frío…” le dijo dulcemente mientras ponía las mantas sobre sus hombros.
Evidentemente, esta niñita en lo profundo de su corazón, tenía más claro el significado de la palabra “gracia”, que cualquier definición académica o teológica.
Cierto día, cuando caminaba por la ciudad rumbo a mi trabajo, triste y agobiado iba depositando ante la cruz de Jesús mis pesares. Repentinamente di con un aviso pegado en un poste del cableado eléctrico del transporte público de pasajeros que decía: “Perdona. Yo te perdoné. Jesucristo”. Hoy, años después, al escribir estas líneas, caigo en la cuenta de que no era la relación laboral con frecuentes conflictos, no eran mis pecados, sentimientos, preocupaciones, ni cansancio, lo que me agobiaba. Sin saberlo, lo que me entristecía sobremanera era el no estar conciente, no saber experimentar, no saber vivir en plenitud la gracia de Dios en mi vida. Es por eso que cuando salí del “encierro” de mis oraciones, un simple cartelito pegado en un poste que aludía providencialmente a la Gracia Divina, tuvo tanta trascendencia. Debo confesar que lloré cuando lo leí y me quedé unos segundos parado frente a él. Años después Dios me dio el privilegio de conocer personalmente al hombre que escribía y pegaba esos cartelitos en la vía púbica. Muchas veces lo hacía de noche, en horas de la madrugada, porque había recibido golpes y amenazas por realizar ese ministerio. Una vez más: Gracia Divina. A título gratuito para quien la recibe. Pagada a un alto precio por quien la da. Recuerdo que aquella vez que leí ese cartelito, pude sentir el abrazo reconfortante y consolador de mi amado Señor. Experimentaba en forma tangible, palpable, la gracia del Señor.
Daniel Goleman, en su obra “La inteligencia emocional” habla de la fisiología del abrazo y de los cambios que es capaz de producir dentro de nosotros hasta llegar finalmente a lo que definimos como “consuelo”. Pude experimentar esos efectos en una forma tan real que ese incidente no sólo me cambió el día… ¡Me cambió la semana, el mes… la vida!! ¡Me puso a girar la cabeza y el corazón en otro sentido!
Es justamente por ser como soy y ser lo que soy, que Su Gracia Admirable cobra esa trascendencia infinita en mi vida. Años de mi vida pasé creyéndome poca cosa incapaz de lograr nada, cuando en el raudal de la Gracia de Dios lo tenía todo.
(…) Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.
(2 Corintios 12:9 RV60)
No había descubierto nada nuevo, por cierto. Es más, la gracia que sin saber buscaba, SIEMPRE ESTUVO ALLI junto a mí. Paradójicamente, tan cerca… y a la vez tan lejos…
En una comunidad donde me congregaba, descubrí que uno de los jóvenes más nuevos tenía una voz muy especial y además, le gustaba cantar. Extranjero, de familia humilde, estaba solo en el país y la vida le había jugado algunas circunstancias duras, cosas que lo habían traído a Cristo. Asistía todos los domingos al culto y también a las reuniones de jóvenes. Un día le ofrecí acompañarlo en el piano si el próximo domingo se animaba a cantar un tema ante la congregación. Accedió entusiasmado, así es que esa semana ensayamos y el domingo siguiente presentamos el tema. Lo hizo con mucha naturalidad, con humildad, dándole la Gloria a Nuestro Señor. En pocas palabras, CON GRACIA.
No sólo gustó mucho, sino que también fue de mucha bendición para todos. Bueno; para todos, no. El ministro censuró severamente nuestra presentación y no le permitió al muchacho realizar otra, porque no resultó ser de su agrado la forma de vestir de aquel joven. No era escandalosa, por cierto, pero sí de un estilo muy particular, tal como él era. Poco después se alejó de la iglesia. Hablando con él, supe que tan sólo un abrazo, una amorosa sugerencia sobre el modo de vestir, en lugar de la censura sin gracia hubiera sido suficiente para tener a un joven valioso sirviendo al Señor. Hoy es un hombre que vaga sin rumbo y sin Cristo por la vida.
No es en vano que muchas personas piensan: “Primero arreglo mis cosas con Dios y luego voy a la iglesia”. Aunque debería ser exactamente al revés, prefieren que sea así antes que exponerse a la murmuración o franca censura del medio eclesiástico. Philip Yancey en su libro “Gracia divina vs. condena humana” dice que muchas personas llegan a las iglesias buscando la gracia de Dios y lo que hallan es justamente la más absoluta ausencia de ella.
No es en todas, pero en muchas congregaciones, gente gris con días grises, continúa cantando sin gracia y al unísono los consagrados himnos de Phillip Bliss, Isaac Watts, Fanny Crosby, William Bradbury, John Newton entre otros tantos… como “Amazing Grace”. O tal vez los nuevos cánticos del cantante cristiano de moda… no sé. ¡Han cambiado tanto las cosas…!
En ese mismo Club Deportivo del que hablé en párrafos anteriores, tuve oportunidad de compartir mi trabajo con un reconocido entrenador de Hockey sobre Patines. Recuerdo haber escuchado unas cuantas veces de este hombre, una filosofía muy simple y concreta, pero tremendamente efectiva: “Los partidos se pueden jugar bien o jugar mal, pero no se «merecen». SE HACEN GOLES.” Por su parte, en un mismo sentido, el D.T. de un equipo de fútbol sabe que tiene que salir a la cancha con los mejores jugadores de que dispone. En ninguno de los dos casos hay espacio para los que fallan.
Desde pequeñitos, en la escuela elemental y hasta que llegamos a la Universidad, tenemos que rendir exámenes y evaluaciones. En los Institutos Bíblicos y Seminarios, también lo hacemos. Cuando firmaba los exámenes de mi hija calificados por sus profesores y conversaba con ella sobre los resultados obtenidos, si había un evidente denominador común en todo esto, es que lo que siempre venía destacado en los papeles no eran justamente los aciertos, SINO LOS ERRORES.
Todo esto sirve para poner en evidencia esa gran falta de gracia que rodea nuestras vidas.
Estamos acostumbrados a luchar por lo que queremos, nadie nos regala nada y lo que somos y tenemos es fruto de nuestro esfuerzo. Hemos sido enseñados a ganarnos lo que tenemos. Hasta aquí, todo esto está muy bien. Pero en cuanto a la relación con Dios y su gracia, estos conceptos introducidos inconscientemente dentro de la Iglesia nos enseñan una lección sumamente peligrosa; toda vez que EL FAVOR DE DIOS NO SE GANA, se RECIBE con humildad y gratitud, que es otra cosa bien distinta. Él es quien lo da y lo pone a disposición para cada uno de nosotros a título gratuito. Es en la gracia de Dios donde SÍ hay espacio para las debilidades, las derrotas y los fracasos. Toda vez que Dios es quien te ve con sus propios ojos, con los ojos del triunfo, del producto final terminado en victoria en Cristo Jesús.
En mi juventud conocí a Dolores, una amada hermana en ese entonces de mediana edad, que apenas si sabía leer y escribir. No tenía instrucción elemental, mucho menos instituto ni academia. Sus papás nunca la habían enviado a ninguna escuela cuando niña. Alguien le había enseñado a leer, ya adulta, leyendo la Biblia. Han transcurrido poco más de treinta años, pero todavía hoy suenan en mis oídos sus oraciones por mí. Me hizo sentir valioso ante la atenta mirada de Dios, en sus sencillas y dulces palabras llenas de gracia y de poder. Me hizo sentir ese abrazo de mi Señor interesándose nada más ni nada menos que en mí, a pesar de mí.
A mediados de los ’80 tuve oportunidad de conocer a Jorge Sedaca, músico argentino que colaboró en la traducción de “Canta a Dios con alegría”, himno incluído en el Himnario Bautista (#290). El no lo sabe, pero casi quince años después tomé una decisión muy importante en mi familia en la que mucho tuvo que ver más su vida, que su ministerio. El Señor me había mostrado mucho más que música.
LA VIDA que nos ha sido dada es un cántico para la Gloria de Nuestro Señor. Difícilmente va a poder llegar a las almas que adolecen de hambre y sed de la Gracia de Dios, SIN LA GRACIA DE DIOS.