UN MENTOR INIGUALABLE
Salmos 16.7
C.S Lewis, el gran apologista cristiano del siglo veinte, tuvo durante doce años de su vida la grata inspiración de Walter Frederick Adams, quien hizo aportes valiosos a su vida como pocos. Lewis lo busca por primera vez cuando Adams ya tenía 71 años y su relación con este veterano siervo de Dios fue fundamental para marcar pautas que preservaron a Lewis de caer en la vanagloria y lo superfluo de la fama. Aunque Lewis siempre fue muy reservado para hablar de sí, nos preguntamos ¿qué habría pasado si en 1940 Lewis no hubiera trabado amistad con Adams? ¿Qué derroteros habría tomado su vida ante la popularidad creciente que sus escritos tuvieron en aquellos años? Quizás la historia de su vida habría sido diferente. El éxito puede nublar la mente y sacar de nosotros lo peor. Sin embargo, Lewis pudo mantener un perfil de humildad durante toda su vida hasta su fallecimiento en 1963. Toda su existencia desde su conversión a los 32 años, fue un proceso de crecimiento espiritual y reconocimiento de la grandeza de Dios. Adams fue una persona clave en este proceso. Como lo fue desde su comienzo J. R. R. Tolkien y Hugo Dyson quienes lo condujeron a su conversión. También ayudaron en su crecimiento y formación: Owen Barfield, Charles Williams, Warren Lewis (hermano mayor de C. S. Lewis), Roger Lancelyn Green, Adam Fox, Robert A. Havard, J. A. W. Bennett, Lord David Cecil y Nevill Coghill. Hombres que modelaron ante Lewis un carácter y le ayudaron a construir el suyo.
La historia entre C.S. Lewis y Walter Frederick Adams es solo un ejemplo de tantos, donde el mentor influyó determinantemente en el discípulo. Jetro y Moisés, Mardoqueo y Ester, Noemí y Rut, o Pablo y Timoteo, son todos ejemplos de la eficacia del mentorado. Personas que fueron de influencia, que se implicaron en la vida de otros y les ayudaron a llevar el rumbo correcto.
Dios sabe que todos necesitamos de un mentor, alguien que nos ayude a entendernos, a corregir nuestro carácter y a perfilar nuestras acciones. Lo maravilloso es que Dios se ofrece para ser esa persona. Su promesa para nosotros es: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos” (Salmo 32:8). Él tiene los consejos que necesitamos, el aliento que buscamos y la sabiduría que nos falta. Asaf, un salmista de la Biblia, reconoció que el consejo de Dios es determinante para conducirse en esta tierra hasta el arribo a la eternidad. Él escribió sobre Dios: Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria (Salmo 73:24).
Nos conviene a todos tener mentores francos, juiciosos. Personas que nos puedan asesorar en situaciones determinadas con acentuada precisión. Sin embargo, nadie es tan eficiente mentor como Dios. Él tiene la palabra adecuada para cada uno de nosotros. Sus dichos tienen la habilidad única de proporcionar vida a aquellos que la reciben con fe: “las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:63).
No hay razón para zozobrar ante la confusión si hacemos acopio de sus promesas bíblicas. Ni hay por qué detenerse en el avance a la Tierra prometida si él nos ha garantizado su sabia compañía. Solo hay que prestar atención al que todo lo sabe y ser dóciles al consejo del mentor sin igual del que nos habla la Biblia: Dios.
Autor: Osmany Cruz Ferrer
Escrito para www.devocionaldiario.com