¡Sí, acepto!
Escrito por Lilo de Sierra
“Nadie ha visto jamás a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece entre nosotros, y entre nosotros su amor se ha manifestado plenamente”.
(1 Juan 4:12 NVI)
Tengo un amigo al que aprecio mucho, no solo por su evidente talento como escritor, sino por su capacidad de ser el cómplice perfecto de Dios, para trabajar en mí, actuando como una especie de polo a tierra a través del equilibrio, la sabiduría y la actitud soñadora con la que me confronta con su testimonio lleno de estilo y calidad humana.
Él decidió creerle a Dios, como príncipe de cuento de hadas buscaba ansioso encontrar su amada princesa, una mujer capaz de hacerlo feliz por siempre y para siempre y que estuviera dispuesta a compartir con él por el resto de su vida y ¡la encontró!.
El Señor se lució con tan hermoso regalo. La que se convertiría en su esposa, era más de lo que él había esperado. Preciosa por fuera, apasionada por Dios desde lo más profundo de su corazón. Se encontraron, se enamoraron, se comprometieron y finalmente sellaron con un rotundo Sí, un pacto de amor con nuestro Padre.
No podía contener mi llanto de felicidad, mi corazón latía fuertemente cuando vi la novia entrar por la puerta principal de la capilla. Radiante, sencillamente encantadora, se acercó a su amado con sus manos temblorosas presa de los nervios. Con su mirada, pudo decirle cuanto lo amaba y que se encontraba muy feliz de haber podido cumplir la cita más importante de su vida. Dios presente en cada detalle, verla alabar al Padre me hizo experimentar una sensación de paz indescriptible, jamás había visto a alguien cantarle al Señor con tanta entrega y conexión, tenía un remolino de sentimientos, llegué a ese lugar para asistir a una boda, pero fue una conversación cercana con quien me confirmaba que mi esposo es el dueño de mi corazón, que lo amo y que a partir de aquel instante me esmeraría aún más, por enamorarlo no de mí, sino de Dios.
Es impresionante ver el poder que tiene nuestro Padre de restaurar y sanar las heridas del pasado. Cada uno en sus votos confirmó lo que con tanto amor, paciencia, bondad y perfección, habían logrado en unidad de manera majestuosa, se glorificaba Dios en aquel lugar, susurrándonos al oído que cuando caminamos en su voluntad y con total obediencia, los sueños se hacen realidad.
Este cuento de hadas aún no tiene un final, tienen una tierra prometida que conquistar juntos, el cumplimiento de un propósito maravilloso y el inicio de un ministerio, su propia familia.
Me resta bendecirlos por lo que han hecho en mí, desearles lo mejor y agradecerles por lo que significan en mi proceso de crecimiento y formación, pues hacen y serán para siempre parte de mi historia como una bella Diosidencia que debo honrar por su ejemplo de fidelidad y confianza en aquel para el que NADA es imposible.
“Yo soy el SEÑOR, Dios de toda la humanidad. ¿Hay algo imposible para mí?”
(Jeremías 32:27 NVI)
Escrito para www.destellodesugloria.org