El Milagro más grande: La Navidad de Cristo en ti
Pero al mismo tiempo, que el milagro para el creyente es la consolidación de su Fe en el inquebrantable amor del Señor, este es la cuestión en la cual los inconfesos yerran, al negar o bien la divinidad del Señor, o incluso su propia existencia.
En un mundo tan materialista y racionalista como es hoy Occidente, es difícil para muchos aceptar el Evangelio de salvación porque en este se narran hechos milagrosos. En contraste con otras culturas “menos civilizadas”, como las orientales y africanas, donde la Palabra se abre paso; gracias a que los habitantes de estas tierras, por tanta “ignorancia”, aceptan que los milagros pueden ser ciertos. Una vez más como afirma la Escritura sagrada: “sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; (1ra Corintios 1:27).
Podemos parcialmente concluir que un milagro es todo hecho que acontece en el marco de lo sobrenatural –porque solo ocurre por voluntad divina y de manera improbable, puesto que si es un acontecimiento diario, llegamos a la conclusión de que se trata de algo natural. Como la salida del Sol, o la visita cada 75 años del cometa Halley, por solo citar ejemplos.
En mi caso personal, una vez tuve una experiencia que marcó mi vida en el Evangelio, y aun cuando han pasado algunos años, no se borran de mi memoria los detalles de ese suceso. Estudiaba yo en la Universidad de La Habana, cuando hice amistad con un prestigioso profesor de Biología. El hombre era de aquellos simpatizantes acérrimos del darwinismo, y que al buscar amistades con cristianos, lo hacía para “rescatarlos” de sus necias concepciones. Siempre me decía “Ignacio, cómo es posible que tú creas esas bobadas acerca de la Biblia y Cristo. Suenan muy lindas, pero no es más que pura ficción, tal como la Bella Durmiente o 20 000 Leguas de Viaje Submarino.”
En mis años pre cristianos, así mismo pensaba yo, y considero que es muy difícil para alguien poder explicar qué acontecimiento marcó su vida de tal manera que decidiste creer en el Señor y punto. Sin más argumentos que la voluntad de creer.
Pero un buen día tuvimos una larga charla-debate, como todas sujetas al respeto por el otro, atacando ideas, no personas. Reconozco que “peleaba” yo en un terreno en que él me vencía fácilmente: las ciencias biológicas. Pero de momento aquel hombre me dijo:
-¿Sabes qué? Existe para la ciencia algo tan difícil de explicar, que consideramos que es un milagro.
-¿Cómo es eso?-le pregunté.
-Sí. La reproducción humana, es tan difícil que se den todas las circunstancias que se dan en ella, que la ciencia considera eso un milagro.
Ahí mismo empezó a contarme el proceso reproductivo, que para mí hasta ese día resultaba bien simple: un espermatozoide llegaba y fecundaba el óvulo, y estaba todo hecho. El asunto es que el hombre expulsa alrededor de 60 millones de espermatozoides en cada eyaculación, cada uno con un código genético distinto. ¿Qué significa esto? Pues bien, si no hubiese sido el que finalmente fue, y hubiera sido otro de los 59 millones 999 999 restantes, yo o Ud. no seríamos quiénes somos, sino otra persona.
Lo más curioso es que ellos “colaboran” por así decirlo, para que sea ese y no otro el que fecunde al óvulo. Otro dato bien interesante es que ellos son células vivas, pero sin conexión con el Sistema Nervioso Central. Cada célula del organismo realiza sus funciones, por “órdenes” del cerebro, a través de los tejidos nerviosos. Pero entre los espermatozoides y el cerebro del hombre, no existe tal conexión, entonces la pregunta es ¿qué o quién le indica al espermatozoide que su función únicamente en su corta duración es fecundar al óvulo?
Hay otros organismos unicelulares como las bacterias que actúan sobre el organismo del hombre sin pertenecer a él. Pero lo hacen para sobrevivir, alimentarse, reproducirse, etc. No así el espermatozoide, cuya única función es hacer que otros organismos se reproduzcan.
De igual manera algo que asombra a los científicos es la velocidad de traslación de ellos. Un espermatozoide mide aproximadamente 6 micras, y una micra es el equivalente a la milésima parte de un milímetro. En pocas palabras, son bien chicos. Sin embargo deben recorrer una distancia de aproximadamente 7 a 10 centímetros hacia el interior de la cavidad vaginal. Proporcionalmente hablando, prácticamente es como si atravesáramos el territorio de EE UU impulsados por nuestras propias fuerzas de traslación y en muy pocos segundos.
Pero lo más extraño en este proceso es que el espermatozoide esta “obligado” a fecundar al óvulo en un lugar específico de la anatomía femenina: el segundo tercio de la trompa de Falopio. Es un punto minúsculo, definitivo, si ocurre más hacia abajo, o hacia arriba, no es posible la fecundación. Está claro que es un hecho tan sobrenatural como improbable. No nos caben dudas, detrás de todo eso está la mano, poderosa en amor, de nuestro Dios.
Después de esto, y agobiado por sus propias palabras, mi amigo, cayó en la cuenta de que Dios y su obra creadora eran reales. Ese mismo día el Espíritu tocó su corazón y aceptó a Cristo como su Salvador. En mis años como evangelista no puedo decir otra cosa, esta fue la vez en que fui testigo de una conversión sin haber dicho una palabra. El Espíritu hizo su parte, yo la mía, por cierto bien, pequeña.
Ahora eso sí, fui testigo de otra clase de acontecimiento milagroso, aun mayor que la propia reproducción humana. Dios me dio la oportunidad de ver cómo un perdido por el pecado, se reconocía así mismo como tal, y amanecía en su oscuro corazón la aurora del Evangelio.
Me pregunto cuántas personas ingresan en Hospitales psiquiátricos, para curarse del vicio de las drogas y el alcohol, y de esos cuántos se curan. No tengo a la mano la estadística, pero al menos los que tuve la oportunidad de conocer, ninguno se curó. Es lamentable, pero la ciencia no puede resolver estos males. Sin embargo la obra del Evangelio ha hecho millones de millones de milagros como este. Testimonios de conversiones espectaculares tenemos día a día en nuestras Iglesias. ¿Qué pudo hacerlo? Como dijera mi querida hermana y Pastora Gladys M. Castro, la mejor medicina, la que cura las dolencias del alma: el Evangelio de Jesucristo.
En esta Navidad, cuando millones de personas celebran una fiesta para los deleites carnales, es el momento de proclamarles al mundo, que ya la luz que no se apagará jamás alumbra, y si no la pueden ver es porque las tinieblas los han entenebrecido, como deja constancia el evangelio de Juan capítulo 1, versos 9 y 10: “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció”.
Si queremos eso podemos revertirlo ahora mismo. Podemos darle luz a este mundo y así glorificar al Señor en esta su Navidad. Él no nos pidió que hiciéramos fiestas; que adornemos árboles; que inventáramos fábulas acerca de un viejo barbudo y canoso; sino que proclamemos lo que nos enseñó un día, cuando hizo su Navidad, o sea su nacimiento como Señor y Rey en nuestro corazón.
El Señor nos dice Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;”.(Mateo 28:19). ¿Te parece difícil? A mí también, y por eso jamás creí poder alcanzar a mi amigo, pero cómo pudiste ver, así se hizo, porque como continúa hablándonos el Señor, no estamos solos en esto. Él nos dice: “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; Y HE AQUÍ YO ESTOY CON VOSOTROS TODOS LOS DÍAS, HASTA EL FIN DEL MUNDO. Amén”, (Mateo 28:20).
Hazte ese propósito en esta Navidad, glorifica al Señor como Él desea, rescatando de las garras del maligno a un perdido y ponerlo a los pies del Señor. Si quiso Dios que leyeras esto, sin antes haber tenido un encuentro con Él, entonces este es tu momento, en el cual puedes entregarle tu vida a Jesús, y hacer de este día la Navidad de Cristo en tu corazón, para la Gloria del Padre y dicha nuestra.
Autor: Ignacio L. Prieto
Escrito para www.destellodesugloria.org