¡Desentierra a tus “muertos”!
Esto me hizo reflexionar, acerca de nuestra condición espiritual. Venimos al Señor ¡pero no llegamos a desenterrar a nuestros “muertos”! Seguimos con un montón de cosas enterradas en el fondo de nuestro corazón, que nos hacen andar por ahí, despidiendo un fuerte olor nauseabundo. Recuerdos de cosas que nos sucedieron alguna vez, quizás años atrás y que no logramos perdonar. ¡Nos sorprendería saber con cuántos “muertos” somos capaces de convivir! En estos días, estuve visitando a algunas hermanas que padecían diversas enfermedades. Ni bien comenzaban a hablar, se podía percibir el fétido olor de sus “muertos”. Recordaban vívidamente cosas, que le sucedieron en sus vidas ¡hacía ya muchos años! Al hablar de lo sucedido, se abría nuevamente la herida, quedando en evidencia el dolor que había en sus vidas y la falta de perdón. Algunos de los hechos narrados, sin duda revestían importancia, pero muchas de las historias, consistían en pequeñeces que permanecían enterradas, tapando el precioso aroma con que Jesús les ungió. Me estoy refiriendo, a vidas lavadas y regeneradas, por la preciosa sangre que Jesucristo derramó en la Cruz del Calvario, para darles vida eterna y abundante. ¡Me refiero a hijas de Dios! ¡A personas que han experimentado el amor del Padre y que disfrutaron de su perdón! ¿Cómo es posible que en el momento de entregar su corazón a Cristo, no fueron capaces de declararles los “muertos” que tenían enterrados en el fondo? ¿Habrán creído que Jesús podría colocar su trono sobre esa osamenta nauseabunda? Amados, el convivir con los muertos, enferma el cuerpo, el alma y el espíritu.
Conocí a un hombre que tras perderlo todo, se dio a la bebida y se fue a vivir a un cementerio. Hacía de un panteón vacío, su habitación. ¡Había perdido hasta su identidad!. Un día, lo confronté: le pregunté su verdadero nombre, ya que era conocido como: “Don nene” Se quedó mudo por unos instantes, como tratando de recordar. Luego, dejando caer unas lágrimas, me dijo su nombre completo. ¿Cómo podía este hombre vivir en el cementerio? Es que los “muertos” que él tenía enterrados en su corazón ¡hedían más fuerte que los que estaban afuera! La traición de su esposa, la pérdida de los bienes materiales, del amor y el respeto de sus hijos, el perder su dignidad y aún su propia identidad. ¡Era para él, algo tan difícil de perdonar! Pero Pedro (así se llamaba este hombre) escuchó un día la Palabra de Dios y entendió que “no envió Dios a su hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El” (Juan 3:17) Pedro sintió el profundo amor del Padre, y experimentó su perdón. Diligentemente, abrió un boquete en su corazón y comenzó a desenterrar uno a uno a sus “muertos” ¡Pedro, limpió su corazón, para que Jesús colocara allí su trono para siempre! Al perdonar, soltó también la vida de aquellos que permanecían atados por su falta de perdón. La vida de aquel hombre cambió. Dios lo dignificó y le devolvió con creces lo que el enemigo de nuestras almas le había robado. Amado:
¡Desentierra a tus “muertos”! ¡Limpia tu corazón y deja salir el dulce aroma de Cristo en tu vida!
Autora: Estela Schüsselin
Escrito para: www.destellodesugloria.org