Siempre se ha tratado de ÉL
Me apena cuando veo jóvenes sobre exigidos y demandados en la iglesia, cuando están agotados después de una larga y pesada jornada universitaria o escolar y se les obliga a inscribirse en un horario de oración y ayuno, o bien, a algún curso que se hace cerca de las nueve de la noche después de haber estado TODO el día lejos de su casa, con hambre y sueño. Me enoja que no es entiendan los procesos ni se respeten los llamados, todos somos distintos (¡Gracias a Dios!) y nos mueven distintas cosas y tareas dentro de la iglesia, entendida como templo o espacio físico. Sin embargo, he observado esta sobre exigencia por años en círculos cristianos y noto como cada vez aumenta el desencanto por comprometerse con un trabajo eclesiástico y priorizar otras actividades. Me pasa muchas veces que siento que existen muchos jóvenes universitarios, por ejemplo, que son brillantes en sus instituciones académicas, los proyectan y hablan bien de ellos y muchas veces en las iglesias ni sus nombres son conocidos. Y no es que me vaya a quejar todos los párrafos que me faltan por escribir, pero quiero escribir sobre una realidad en la que tú y yo vivimos. Tal vez los jóvenes y adolescentes la experimentan con más fuerza, pero me parece preocupante que el mismo lugar físico que permitió que alguien conozca a Cristo sea ahora el que le muestre un mundo de exigencias y tareas obligadas.
Cuando nos enfrentamos a un contexto así, cuando estamos en presencia de un sistema así no nos queda otra que mirarnos a nosotros mismos y reflexionar en el porqué estamos donde estamos y haciendo lo que hacemos.
El fin de semana conversó conmigo mi líder de jóvenes y muy sabiamente me dijo que ella creía que si yo no hubiese tenido el espacio para trabajar con los adolescentes lo más probable es que me hubiese ido de la iglesia, no de la que asisto, de cualquier sistema eclesiástico. Y tiene toda la razón. Con esto no estoy diciendo que esté inconforme con mi iglesia o mucho menos, sólo estoy intentando reflejar una realidad con la que todos en algún momento nos hemos encontrado y hemos tenido que tomar una determinación: me alejo o me quedo.
Cuando decido alejarme me decepciono, sufro, me duelo y lo más probable, es que me sumerja en una serie de pensamientos que poco y nada servirán para que salga adelante. Sin embrago, si me quedo, el desafío es mayor, pues tengo que preguntarme por qué me quedo…mejor dicho POR QUIÉN ME QUEDO. Ante esta pregunta de alto impacto tomo una determinación, si me quedo por amor a Dios me hago libre de la gente para poder servir a la gente. No espero estar 100% de acuerdo, si no que cumplir con aquello que arde en mi corazón.
Lo más relevante de todo esto, es que no se trata en lo absoluto de ti, se trata solamente de Él. Me encanta un pasaje que sale en el libro de Gálatas 1:10 (NTV) que dice:
“Queda claro que no es mi intención ganarme el favor de la gente, sino el de Dios. Si mi objetivo fuera agradar a la gente, no sería un siervo de Cristo”
Y acá está la gran receta cuando me decepciono o algo no me gusta, entender que no se trata de mí y de que mi intención no es hacer por hacer, sino que es hacer porque soy un siervo, una sierva de Dios. Cuando logro entender esto soy LIBRE, pero lo mejor de todo, es que puedo servir a Dios sin importar si todos están conmigo o si camino totalmente sola…
Autora: Poly Toro
Escrito para www.destellodesugloria.org