PERSPECTIVA EMOCIONAL, TRIUNFO RACIONAL
Por Lilo de Sierra
“Me fijé que en esta vida la carrera no la ganan los más veloces, ni ganan la batalla los más valientes; que tampoco los sabios tienen qué comer, ni los inteligentes abundan en dinero, ni los instruidos gozan de simpatía, sino que a todos les llegan buenos y malos tiempos”
(Eclesiastés 9:11NVI)
El Escritor Chileno Pablo Neruda, afirmó: “Cuando crezcas, descubrirás que ya defendiste mentiras, te engañaste a ti mismo o sufriste por tonterías. Si eres un buen guerrero, no te culparás por ello, pero tampoco dejarás que tus errores se repitan.”
La vida es un ir y venir de sin sabores y alegrías, se asemeja a una montaña rusa de emociones, en las que en ocasiones mi corazón siente desfallecer y la angustia de su palpitar, parece ser la roca en la que se cimienta mi vida. Otras veces, soy inmensamente feliz, me siento orgullosa de lo que he podido avanzar y le agradezco a Dios, su infinita misericordia, al permitirme abrir los ojos cada día.
Sé quién soy en Cristo, pero cuando más firme camino hacia Él, más densa se vuelve la oscuridad, cuando más anhelo experimentar la paz que sobrepasa todo entendimiento, es cuando me tropiezo y caigo una y otra vez. En mi cabeza da vueltas el siguiente versículo:
“Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero”
(Romanos 7:18-19 NVI).
Son tan altas las expectativas que la sociedad ha puesto sobre nuestra frente. Esperan perfección, conforme a sus deseos, pero ¿Qué hay del plan que Dios tiene para mí, el propósito por el cual fui creada y aún respiro?. Acaso debo ignorar mi llamado a causa de las presiones de la vida, o debo levantar la frente en alto y como me dijo un día una amiga, recuperar mi dignidad, mi autoestima y decidir dar pasos firmes hacia la felicidad.
Atravesaré mil veces el mismo desierto, y soportaré un millón de veces la misma tormenta, pero no habrán arenas movedizas ni olas gigantes, que impidan que mi caminar con Cristo sea real. Quizás mi mente sea llena de mentiras por parte de mi enemigo, y por efímeros instantes comience a pensar en que mi valor me lo dan los hombres y no aquel que venció la muerte por mí, aquel que libra mis duras batallas y que siempre está a mi lado a pesar de mis defectos y virtudes, para animarme a seguir hacia la meta.
Cuando ya no tengo fuerzas, aparece Dios para recordarme que el que está conmigo es mucho más fuerte que el que me quiere ver derrotada, que me invita a colocar mis angustias en sus manos, que me dice que me fortalecerá y me ayudará sosteniéndome con su diestra victoriosa (Isaías 41:10 nvi), mi mente se aclara y puedo ver mi bendición adelante, el sol brillar, la esperanza plena de un corazón totalmente restaurado, poder descansar tranquila al abrigo del altísimo y tener la seguridad y total confianza, que al arar la tierra que piso, cuidarla, sembrar buena semilla, insistir y persistir en la obra de la fe, podré cosechar sueños, promesas, proyectos, con los que pueda sentirme satisfecha y realizada.
Soy débil, soy frágil, soy un simple ser humano, amado, valorado y perdonado por aquel que me salvó de la las garras de la muerte misma, me redimió, me rescató y le dio sentido a mi existencia. Servir, adorar, exhortar, animar y levantar otras almas caídas, me motiva, me hace sentir libre, me hace sentir viva. No soy yo, es Dios perfeccionándose en mi debilidad, es su poder acrecentando mis fuerzas, su gracia, al darme autoridad para derribar los muros del fracaso que se paran frente a mi camino, tratando de hacer más lenta mi marcha, es su sabiduría susurrando a mi oído, los pasos que debo dar, las decisiones que debo tomar, para superar las pruebas que se me presentan, no dar mi brazo a torcer y permitir que Él crezca en mí para que pueda reflejar su rostro en cualquier circunstancia.
Caemos, fallamos, flaqueamos y eso nos hace menos importantes para Él, no hay nada en éste mundo, que nos separe de su amor, es nuestro Padre el que nos consuela y nos anima a no temer, a conquistar nuestros miedos, a recuperar lo que hemos perdido, a plantear estrategias que nos permita ganar la guerra, haciendo las cosas a su manera, cambiando nuestro estilo de vida y clamando para que su poder se manifieste, de tal manera que logremos transformar nuestro entorno, el de las personas a nuestro alrededor, el de todo un país, un continente o porque no, el mundo entero.
Por último, no debemos olvidar que, la victoria realmente es de Dios y no nuestra, que con humildad reconocemos su soberanía, su mano poderosa sobre cada batalla ganada, que SIEMPRE recibiremos de Él, más de lo que podamos imaginar, o pedir, porque nos ama, así como somos, no nos pide más, que el permiso para hacernos felices, con su toque de ternura, entrega total y amor incondicional.
Crucifiquemos nuestra naturaleza pecaminosa, rindámonos a los pies de la Cruz, busquemos su reino, y tengamos Fe, de que la obra que ha iniciado en nosotros será terminada, simplemente ¡créelo!.
“Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús”.
(Filipenses 1:6-8 NVI)
Escrito para www.destellodesugloria.org