Un matrimonio para la honra de Dios
Escrito por Lilo de Sierra
“Cuando hagas un voto a Dios, no tardes en cumplirlo, porque a Dios no le agradan los necios. Cumple tus votos: Vale más no hacer votos que hacerlos y no cumplirlos”.
(Eclesiastés 5: 4-5 NVI)
Cuando decidimos ir al altar con quien a nuestro parecer es el amor de nuestra vida y cumple todas nuestras expectativas, no sabemos a ciencia cierta a lo que nos enfrentamos. Los votos matrimoniales, son mucho más que un simple requisito para pronunciar en medio de una ceremonia, es tu compromiso con Dios y con tus seres amados de hacer feliz a la persona que junto a ti, ha decidido compartir el resto de sus días, luchando como equipo, para dar cumplimiento a los sueños más ambiciosos de felicidad y estabilidad.
Casarse es fácil, mantenerse unidos es lo difícil y créanme sin Dios puede que las cosas vayan más o menos bien, pero sin Él, es imposible tratar de dirigirse a puerto seguro y sobrevivir en el intento.
La palabra de Dios es clara: “No te apresures, ni con la boca ni con la mente, a proferir ante Dios palabra alguna; él está en el cielo y tú estás en la tierra. Mide, pues, tus palabras” (Eclesiastés 5: 2 NVI).
Para que un matrimonio se sostenga en medio de las pruebas, es necesario darle la importancia que éste merece. El matrimonio no es un contrato que puedes disolver, es un pacto para toda la vida y como dicen por ahí, metida la cabeza, metido el cuerpo; porque si te casaste pensando que tu esposo(a) es perfecto(a) y sin defecto alguno, que todo iba a ser un paraíso y que amar es solo un sentimiento cualquiera, pues ¡te equivocaste!
Amar implica, como lo dice 1 Corintios 13, ser paciente y bondadoso inclusive cuando tu cónyuge no se lo merezca; no da cabida a envidia o a orgullo, así que no se vale dormir en la alcoba del lado o dejarse de hablar por días enteros; no comportarse con rudeza o de manera egoísta aunque creamos que la mejor manera de demostrarle cuanto enojo nos causa su desatinada actitud, sean los gritos, los insultos o las indirectas; no guardar rencor sino darle cabida en el corazón a la verdad, a la confianza y a la reconciliación no con su esposo(a), sino con un Dios que ha prometido unirlos por siempre y para siempre y mantenerlos firmes y unidos cuando la tormenta arrecie.
Así como te apasionas cuando quieres imponer tu punto de vista, apasiónate por entregarte de manera sincera a tu esposo(a), por aceptarlo(a) tal y cómo él o ella es, por ser fiel y huir de las tentaciones, por amarlo(a) y respetarlo(a) en la salud o en la enfermedad, en los momentos buenos y en los malos, cuando halla plata y cuando no; y antes de arrepentirte y ver el divorcio como una opción, recuerda que dijiste sí a compartir con él (ella) todos los días de tu vida y no un ratico; así, le cumplirás a Dios y Él te cumplirá a ti, al derramar sobre ti y tu descendencia las más grandes bendiciones del cielo.
“Ninguna cosa creada escapa a la vista de Dios. Todo está al descubierto, expuesto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.”
(Hebreos 4:13 NVI)
Escrito por Lilo de Sierra para www.destellodesugloria.org