Sus manos

Sus manos

El día lunes cuando desperté parecía que algo horrendo le había ocurrido a mi mano izquierda, estaba hinchada,  roja y con una protuberancia que no sabía de dónde venía. Además del aspecto, le acompañaba un dolor intenso que me impedía moverla e incluso extender el brazo. El día martes fue peor, el miércoles aún más y el jueves ya era insoportable. Cuando fui al médico inmediatamente se escandalizó al ver la hinchazón, me tomé radiografías y el hueso estaba en perfecto estado, el diagnóstico fue claro: tendinitis y un posible quiste sinovial. Las instrucciones también fueron, claras: reposo ABSOLUTO, inmovilización de la muñeca, kinesioterapia y medicamentos.

Lo más difícil de todo ha sido el no poder hacer las cosas por mi misma, desde vestirme hasta prepararme algo de comer, para todo requiero de ayuda y cuando intento hacer algo sola, termino haciendo un despelote o tirándolo todo al piso, acompañado por supuesto de mucha impotencia y luego de una carcajada tragi-cómica por la situación vivida.

Pienso que esta situación no está tan distante de nuestra realidad cristiana, todos en algún momento hemos tenido un brazo inmovilizado por alguna razón, tal vez estábamos esperando una respuesta que tardaba en llegar, o tal vez estábamos viviendo una situación familiar extrema, o la enfermedad de un ser querido, no lo sé…pero experimentamos la sensación de que  nos falta un brazo, nos faltan apoyos para poder lograrlo y cuando intentamos hacer algo, sólo estropeamos la situación poniéndolo todo aún más tenso o triste. Tener este brazo inmovilizado te llena de impotencia, de incomodidad, de dolor.

Luego de mi ida al doctor mi  mano y muñeca continuaron de la misma manera, el dolor disminuyó un poco y la hinchazón también, pero la incomodidad e inmovilidad persistieron. Sin embargo, el día viernes al almorzar, vi mi plato y estaba toda la comida trozada, llegar y comerla ¿quién había sido? Mi madre. Entendiendo mi dolor e incomodidad, trozó todo lo que requeriría yo cortar sin preguntármelo antes, para facilitar mi alimentación y cooperarme.  Y así han sido todos estos días, mi madre y hermana me han ayudado a vestirme, ducharme, preparar mis comidas, preparar mis bolsos, todo lo que por mí misma no he sido capaz de realizar.

Así ocurre también con Dios, son Sus brazos los que aparecen en las mejores y peores escenas de nuestra vida, esas en que pensamos que no hay nada más que podamos hacer, que por más que intentemos realizar algo, todo resulta mal. Dios está allí, con Sus manos disponibles para arreglar tus desastres, para sacarte adelante. No seas porfiada como yo, que en vez de dejar el brazo inmóvil se me ocurre  hasta irme a un campamento misionero por una semana, permite que Él se  transformes en tus brazos, en tus manos y que todo lo que toque lo transforme en bendición, para ti y para otros.

¡Disfruta del mejor par de brazos que jamás imaginaste tener!

Autora: Poly Toro

Escrito para www.destellodesugloria.org

COMPARTE


Ahora puedes comentar con tu cuenta de Facebook: