El Amor Erótico Individual
Hasta que un flechazo, sí, algo como un flechazo, le llegó al mismo corazón, cuando vio en los ojos de él o ella, algo hasta ese día desconocido. Al mirar a los cielos, Eros, el Dios del amor, le guiñaba un ojo, diciéndole, “ahora sí te atrapé”.
Así es la vida de cualquiera de nosotros cuando sin esperarlo, aparece esa persona que complementa nuestra existencia. No podemos explicar el por qué es tan importante para nosotros, y nos damos cuentas rápidamente que su sonrisa no es comparable al destello de las estrellas; en su mirada no hay esa ternura que creíamos; es tan imperfecta o imperfecto como cualquier otra u otro. Sin embargo no sabemos por qué aun así, sigue poseyendo esos encantos, que nos hacen pensar, que bien pudiéramos compartir, lo que nos queda de vida, juntos.
Ese es el tema que apasiona a muchos, sobre todo en este hermoso mes de Febrero según el calendario occidental. Sin determinar si es cierta o no la Historia que conecta al obispo Valentino de la ciudad de Roma, con el Día de los Enamorado; si es real o mitológica, como la del dios Eros, lo único que sí estamos convencidos es que el Amor erótico es un regalo de los Cielos, para la dicha y disfrute de los seres humanos.
El comienzo del Amor en sentido erótico, como sentimiento, se remonta a los albores mismos de la Humanidad. Es bueno conocer esto, que no podemos explicar por qué amamos en el sentido sexual, si antes no comprendemos el plan de Dios.
Había acabado Dios de crear al hombre y le da potestad sobre la Tierra, incluyendo todo lo que en ella había. El primitivo Adán, cumplió con lo que Dios le había requerido. Pero aun así se sentía solo. Pese a las muchas tareas, obviamente divertidas, Adán sentía que le faltaba algo. ¿Qué era? Claro está que aun no lo sabía.
Desde lo alto el Señor se compadeció de su mayordomo hasta ese momento fiel, y percibe su necesidad, necesidad que Adán desconocía, pero Dios sí sabía cuál era.
“Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre. Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea para él”. (Génesis 2:18-20).
¿Estaba Adán realmente solo? Estaba muy bien acompañado, Dios mismo estaba con él. Pero aun así Adán requería de una ayuda especial, complementaria. Dios se decía así mismo, “No es bueno que el hombre viva sin amor”.
Y por eso Dios hizo algo importante para el amado Adán, le dio a Eva, su mujer su complemente para sellarlos por siempre. Cuando el hombre vio a su mujer, cantó de gozo, porque había hallado lo que necesitaba desde siempre: “Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada”, (Génesis 2:23).
¡Es esto! No sabía lo que era, pero ahora que la veo, me he dado cuenta de que sí, es ella. Y ahora seremos una misma carne, un mismo cuerpo, una misma familia, porque en alma y Espíritu éramos uno ya. Y por eso serás mi esposa, porque Dios te hizo para mí.
Y Dios hizo de aquel encuentro el sello de una unión inquebrantable: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”, (Génesis 2:24).
Esta es la base del amor cristiano, una unión eterna para el goce y disfrute de los cónyuges, con la anuencia de nuestro Padre celestial. Siglos más tarde el Señor encarnado declaró: “Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”, (Mateo 19:6).
La enseñanza cristiana acerca del amor sexual, como base para un matrimonio indisoluble solo por la voluntad de Dios, está presente desde los albores mismos de la Humanidad, llegando a nuestros días.
Ahora bien una pregunta recurrente en los jóvenes solteros de mi clase siempre ha sido ésta: ¿cómo encontrar pareja? Sobre el tema mucho se pudiera decir, y afirmo daré lo que es mi modesta opinión basada en las enseñanzas bíblicas que Dios me ha brindado en su Palabra. Entiendo que cada quien tiene ideas distintas y las respeto, como también pido respeto hacia las mías.
Había en mi Iglesia madre Salem de Arroyo Apolo en Cuba, cierta creencia que disponía que los jóvenes no debían buscar pareja sino solo esperar en Dios. Esperar, sí, así mismo, sentados en un sillón. Me dediqué a buscar una cita bíblica que justificara tal planteamiento, y de verdad el Espíritu no me reveló nada.
En cambio sí existían dos pasajes que justificaban lo contrario, o sea una búsqueda en oración, esperando eso sí que Dios hiciera el resto. El primero lo hallamos en el Libro de Génesis capítulo 24: 2-4: “Y dijo Abraham a un criado suyo, el más viejo de su casa, que era el que gobernaba en todo lo que tenía: Pon ahora tu mano debajo de mi muslo, y te juramentaré por Jehová, Dios de los cielos y Dios de la tierra, que no tomarás para mi hijo mujer de las hijas de los cananeos, entre los cuales yo habito; sino que irás a mi tierra y a mi parentela, y tomarás mujer para mi hijo Isaac”.
También tenemos otro ejemplo donde la protagonista es una mujer, que no se quedó sentada en un sillón esperando a que Dios lo hiciera todo. Es el caso de Ruth, la muchacha moabita que se llegó a la tierra de su suegra la aldea de Betel. Allí conoció a Booz, el gran amor de su vida, con quien compartió una de las historias más apasionantes de la Biblia. Esta mujer extranjera, tuvo que ser asistida por su suegra Nohemí, pues desconocía acerca de las costumbres legales de los israelitas.
“Después le dijo su suegra Noemí: Hija mía, ¿no he de buscar hogar para ti, para que te vaya bien? ¿No es Booz nuestro pariente, con cuyas criadas tú has estado? He aquí que él avienta esta noche la parva de las cebadas. Te lavarás, pues, y te ungirás, y vistiéndote tus vestidos, irás a la era; mas no te darás a conocer al varón hasta que él haya acabado de comer y de beber. Y cuando él se acueste, notarás el lugar donde se acuesta, e irás y descubrirás sus pies, y te acostarás allí; y él te dirá lo que hayas de hacer. Y ella respondió: Haré todo lo que tú me mandes”, (Ruth 3:1-5)
En ambos casos vemos cómo los protagonistas hicieron su parte, Dios se encargaría del resto. Su parte fue en buscar, pero buscar con la ayuda de Dios. Fueron consecuentes con seguir lo que Dios manda en cuanto a cómo debe ser nuestra media naranja. Y obsérvese que la búsqueda se centró en personas que tenían al menos una relación adecuada con Dios. Abraham descartó a las jóvenes cananeas, que desconocía el temor de Dios. Fue a su casa natal en Ur. Algo parecido le ocurrió a Ruth, no se quedó en Moab con sus ídolos, sino que siguió a su suegra Nohemí, para insertarse en una cultura extraña, pero que seguía al Dios vivo.
Siglos más tarde el Apóstol Pablo apuntaba lo siguiente en su segunda carta a los corintios: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?, (2da Corintios 6:14-15)
No es una opción viable para un cristiano o cristiana, en tanto, busca su pareja mirar al mundo. La relación será realmente tormentosa y hay que entender que las personas del mundo, están fuera de la luz de Cristo, y sin saberlo cumplen mandato de las tinieblas. La mayor parte de los jóvenes que conozco que empezaron noviazgos con personas del mundo, tenían la esperanza de atraerlos a Dios. Pero al final, fueron ellos los que se alejaron de la Iglesia, cayendo en el pecado de la fornicación.
Es cierto no podemos dudar que Dios nos llama a salvar a otros, pero tampoco ignorar que el Diablo actúa para nuestra contra, y que en esencia nuestra inocencia es mayor que la de los inconversos. El Señor nos dice: “porque los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz”, (Lucas 6: 8). Esto debe ser una alerta para nosotros.
En esencia tanto Abraham buscando novia para Isaac, como Ruth en su encuentro con el encantador Booz, querían una unión inquebrantable como la del Génesis 2. Y Dios desde lo alto, hizo a ambos, Isaac y Ruth, vivir ese bello sentimiento, ese complemento vívido, que solo podían encontrar en los inexplorables corazones de Rebeca y Booz.
Es hora de terminar de escribir, el Día de los enamorados se acerca y aun no he comprado el regalo que adornará la sonrisa de ella. Pero no me apresuro, sé que el más bello de los regalos fue el amor que Dios nos enseñó a vivir. Vivamos ese amor, para la Gloria de Dios que es la dicha nuestra.
Autor: Ignacio L. Prieto
Escrito para www.destellodesugloria.org