En cierta ciudad americana se estaba realizando un remate popular en que figuraban una gran variedad de objetos. Entre ellos había un viejo violín que el martillero apenas pensaba que valiese la pena de ofrecer, de tan deteriorado que estaba. Pero, de todos modos, lo levanto, y, sacudiendo el polvo, anunció con una sonrisa: “aquí tienen Señores su oportunidad, ¿quién iniciará la postura? … ¿Cuánto me ofrecen por el violín?”. Una voz respondió: “Un dólar.” “¿Un dólar, no más?” preguntó el martillero; “¿quién me ofrece dos?”. Tras una pausa, otro ofreció dos dólares; y finalmente un tercero ofreció tres, pero era evidente que no había más interés.
Estaba el martillero en el acto de levantar su martillo para rematar el violín en tres dólares, cuando divisó a un anciano de canas que venia avanzando hacia él. y se detuvo. El martillo no descendió. En cambio, el anciano pidió permiso para tocar el instrumento, permiso que le fue concedido. Toda la concurrencia entonces le observó mientras ajustaba las cuerdas y colocaba el violín en la posición correcta para tocarlo. Y luego, tomando el arco, el viejo violinista comenzó a tocar la más maravillosa melodía que oídos humanos jamás hubiesen oído. Con singular maestría continuó tocando mientras su audiencia contenía su aliento, fascinada y extasiada. Les parecía que estaban escuchando un coro celestial; y algunos, conmovidos, lloraban.
Entonces, en medio del silencio y expectación de todos, el martillero, con voz suave y casi reverente, volvió a hablar. “Señores, ¿qué me dicen AHORA? … Cuánto me ofrecen AHORA por el viejo violín?”. Para espanto de algunos y admiración de otros, resuena una voz que dice: “¡Mil dólares!” Otro postor ofrece dos mil; un tercero tres mil; y en ese precio fue vendido. Entre otras voces se oía una que preguntaba: “¿Cómo pudo el violín cambiar de valor tan fenomenalmente en tan poco tiempo?”. Y la respuesta dada fue muy acertada: “Fue el toque de la mano del maestro”.
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