¡Soy infiel y que!
Escrito por Lilo de Sierra
“Tengan todos en alta estima el matrimonio y la fidelidad conyugal, porque Dios juzgará a los adúlteros y a todos los que cometen inmoralidades sexuales.”
(Hebreos 13:4 NVI)
Con varias infidelidades consumadas por parte de su esposo, Diana lloraba sin entender por qué tenía que pasar ésta prueba tan dura. Los sentimientos de rabia, dolor y decepción invadían su corazón, una tormenta de emociones le impedían ver con claridad su futuro después del inminente divorcio que se veía venir. Había aguantado por mucho tiempo el desamor de Reinaldo, su relación era fría, distante y ya no existía lo que 10 años atrás, la había hecho enamorarse del hombre al que le había jurado amor eterno.
Reinaldo, había sido el mejor novio del mundo, nadie podía emitir queja alguna sobre su comportamiento, era buen hijo, excelente persona, responsable en su trabajo y un hombre detallista, pero después de dar el “Sí acepto” en la Iglesia, fue como si todas las mujeres del mundo fueran su mujer ideal, menos aquella por la que tanto había luchado y que en algún momento de su existencia, había ocupado el 100% de su corazón con esa imagen tierna de mujer enamorada, que lo hacía sentir el mejor hombre del mundo.
Se perdió la emoción decía él, justificando su falta de amor para con su esposa, la rutina, las obligaciones, sus expectativas no resueltas eran la excusa perfecta para involucrarse con cuanta mujer se le atravesaba en el camino.
Con su comportamiento se había encargado de sembrar una profunda raíz de amargura en el corazón de Diana y los dos, alejados totalmente de Dios, veían como única salida a semejante problema la separación.
Las faltas de respeto fueron cada vez más graves, gritos, discusiones, insultos, humillaciones y finalmente golpes, se convirtieron en el día a día de aquel hogar.
Aunque duraron por un largo tiempo conviviendo en medio de ésta difícil situación, los dos tomaron caminos distintos. Mientras Reinaldo continuó con esa vida desordenada en contra de la voluntad de Dios, irrespetando su matrimonio, Diana por su parte, decidió luchar por recuperar a su esposo. Con la ayuda de pastores y consejeros de una Iglesia local, comenzó a entender el rol de esposa a la manera de Dios, su carácter poco a poco se fue moldeando, perdonó a su esposo y estaba decidida a eliminar la palabra divorcio por completo. Sin embargo, la necedad y ceguera espiritual de Reinaldo entregado al desenfreno, la lujuria y la inmoralidad sexual ofrecida por sus amantes, lo llevaban rápidamente a la ruina y a la muerte.
En las sagradas escrituras, nuestro Padre, nos hace una advertencia frente el adulterio:
“De los labios de la adúltera fluye miel; su lengua es más suave que el aceite. Pero al fin resulta más amarga que la hiel y más cortante que una espada de dos filos. Sus pies descienden hasta la muerte; sus pasos van derecho al sepulcro.”
(Proverbios 5: 3-5 NVI)
En toda situación de conflicto, generalmente hay dos versiones y en éste caso específico, existe la del engañador y el engañado. Si tu posición es la de engañador debes saber, que el adulterio es un pecado muy grave ante los ojos de Dios y mucho más, cuando se da en medio de un matrimonio bendecido por Él.
Tal vez creas que cogiste el mundo con las dos manos, que tu felicidad es completa al compartir tiempo especial con tu amante, pero nada que sea construido sobre la tristeza de otro ser humano, tendrá éxito. Con el tiempo, te será revelada tu equivocación, y al mirar atrás, podrás dimensionar lo que perdiste por tu insensatez.
“Con palabras persuasivas lo convenció; con lisonjas de sus labios lo sedujo. Y él en seguida fue tras ella, como el buey que va camino al matadero; como el ciervo que cae en la trampa, hasta que una flecha le abre las entrañas; como el ave que se lanza contra la red, sin saber que en ello le va la vida. Así que, hijo mío, escúchame; presta atención a mis palabras.
No desvíes tu corazón hacia sus sendas, ni te extravíes por sus caminos, pues muchos han muerto por su causa; sus víctimas han sido innumerables. Su casa lleva derecho al sepulcro; ¡conduce al reino de la muerte!”
(Proverbios 7: 25 – 27 NVI)
Si eres dueño(a) del título de amante y eres el o la causante de la ruptura de un hogar, no saldrás bien librado(a), porque Dios es quien sale a defender a su hijo(a) amado(a) de quien quiere hacerle daño. Pide perdón, aparta tu mirada del hombre o la mujer ajena y no lo vuelvas a hacer, para que la ira de Dios no caiga sobre ti.
Si por el contrario, tu posición es la del engañado, nunca un(a) hijo(a) de Dios será avergonzado(a). “Nuestros caminos están a la vista del Señor; Él examina nuestras sendas” (Proverbios 5: 21 NVI) y así mismo, recompensará a cada uno conforme a sus obras.
Tu esposo(a), no fue una equivocación del Señor, si eres portador del anillo con el que hiciste unos votos de amor frente a un altar, debes saber que esa persona con sus defectos y sus virtudes, hace parte de tu historia, porque así Dios lo quiso, no es una coincidencia ni es un error cometido en un instante de descuido por parte del Señor.
Rectificar tu camino es posible, con la dirección de Dios en tu matrimonio, Él está en la capacidad de restaurar tu relación y fortalecer los lazos de amor que un día los unió.
Perdonar una infidelidad es posible, cuando hay voluntad de cambio, porque el amor cubre todo tipo de faltas (1 Pedro 4:8). No vendas tus bendiciones al mejor postor por un plato de lentejas, en tu casa está quien es portador de las bendiciones del cielo que te han sido concedidas por el Todopoderoso.
“Quien halla esposa halla la felicidad: muestras de su favor le ha dado el Señor.”
(Proverbios 18:22 NVI)
Escrito para www.destellodesugloria.org