MATRIMONIO… ¿CARGA O DESAFÍO?
PARTE 1
ANTES DE LA BODA…
Por Lilo de Sierra
“Encomienda al Señor tu camino; confía en él, y él actuará. Hará que tu justicia resplandezca como el alba; tu justa causa, como el sol de mediodía”.
(Salmo 37:5 NVI).
El matrimonio se ha convertido para algunos, en un tabú o una idea sacada de un cuento de hadas, en el que prima el… “si no funciona nos separamos y punto”.
Pensar en casarse es algo pasado de moda y mantener una relación sin ningún tipo de compromiso de por medio, es mucho mejor. Si decides hacerlo, te encuentras con comentarios despectivos como ¿te cansaste de ser feliz? ¿Es que estás embarazada? ¿Estás realmente segura?, entre otros.
Lo primero que debo decir, es que un buen noviazgo, con Dios como protagonista principal, es el fundamento para un futuro matrimonio feliz.
Toda mi vida soñé con casarme con mi príncipe azul, jamás le pedí a Dios en oración que me mostrara quién era el candidato que Él tenía para mí. Me enamoré de mi mejor amigo, excelente persona, buen hijo y hermano, conocía mis secretos, sabía que me gustaba y que no, era perfecto para mí, durante 7 años, no peleamos, era detallista, atento y romántico. Jamás supe que fue lo que agrietó nuestra relación, muy jóvenes los dos, sin la aprobación de nuestros padres, listos para iniciar nuestra vida profesional, con un embarazo a bordo y con un Dios bombero que respondía a una tradición familiar, decidimos casarnos.
En un principio, él solo quería que se llevara a cabo una boda civil sin mucho bombo, pero yo, había idealizado mi boda como las bodas que nos describen al final de los cuentos, un vestido estilo princesa blanco muy ancho y con una cola muy larga, tacones altos, peinado hermoso y con un velo que cubriera mi rostro, para que cuando el sacerdote dijera “puede besar a la novia”, mi esposo lo retirara para finalmente, poder sentir los labios de mi amado y mi corazón, la ovación de los invitados.
La entrada a la Iglesia fue tal y como me la imaginé, del brazo de mi padre y con mis familiares y amigos a cada costado, avancé hasta donde estaba mi futuro esposo, su madre y el sacerdote. La larga cola de mi vestido, fue pisada por una de las pajecitas y se desprendió, pero seguí caminando sonriente, era mi sueño y quien me esperaba era mi amor.
La ceremonia fue linda, pero rara, la desilusión fue mayúscula al darme cuenta que el sacerdote, no nos dio la bendición, ni nos declaró marido y mujer, jamás mencionó el tan esperado puede besar a la novia…pero igual, portábamos las argollas del pacto de amor que ese día habíamos firmado ante Dios. ¡Éramos marido y mujer!.
La fiesta fue tal como la había soñado, grupo musical en vivo, un gran discurso al brindar, lleno total en el lugar y me sentía la mujer más feliz y realizada del mundo.
Nos fuimos de luna de miel a San Andrés, todo parecía haberse cumplido…no recuerdo haberle agradecido a Dios por eso, era un simple espectador, no lo invité a mi boda…estaba tan ocupada, que olvidé enviarle invitación.
La felicidad, duró solo tres meses…después de ese momento, todo se deterioró hasta terminar después de 7 años de unión, en un infortunado divorcio, en el que no solo sufrimos nosotros, sino también nuestras hijas.
Cuando decidimos casarnos, lo hacemos con el pleno convencimiento de ser felices, vemos en nuestro cónyuge el complemento perfecto, pero una vez casados, el panorama comienza a cambiar, porque la convivencia no es para nada fácil, y como normalmente yo lo describo, se convierte en una aventura extrema que exige lo mejor de cada uno para llegar a la meta.
Quisiera que entendieras, que casarse implica más que una adecuada planeación de los pormenores de la ceremonia. No es el vestido, la entrada nupcial, el coro de la Iglesia, las suntuosas argollas, un delicioso y costoso menú o la cantidad de invitados, lo que te permitirá alcanzar la tan anhelada felicidad.
Es analizar lo que motiva tu decisión, es tener claro que tus votos se los harás a Dios y que el objetivo no es que seas feliz tú, sino que te esfuerces cada día por hacer feliz a tu cónyuge hasta el final. No importa la situación en la que se encuentren, estar seguros, que aunque se presenten pruebas y tormentas, Dios proveerá al futuro hogar, todo lo que necesiten.
El matrimonio no es un juego, es un pacto de amor, unión y lealtad, que hacen los dos con nuestro Padre celestial, es primordial invitarlo a su noviazgo, a la boda y a su hogar para que funcione.
Si eres soltero y piensas casarte algún día, ¡no te dejes engañar!, Si entregas tus proyectos al Señor, todo irá bien, no debes temer. Es fundamental preparase antes de dar el ¡sí!, hacer un pacto de pureza (no tener relaciones sexuales) durante el noviazgo, vivir conforme a la palabra y en verdadera comunión con Dios, para que puedas disfrutar las bendiciones que traen los derechos conyugales otorgados por Él, en tu futuro, ¡éste es el verdadero desafío!
“Pon en manos del Señor todas tus obras, y tus proyectos se cumplirán”.
(Proverbios 16:3 NVI)
Escrito para www.destellodesugloria.org