Siguiendo la visión de Dios
En una gran ciudad existía un pequeño restaurante, en el trabajaban toda clase de personas, entre esos un joven cantinero que se había destacado por ser muy alegre y eficiente, por lo que captaba fácilmente la atención de los demás.
El restaurante era bastante visitado, algunas personas eran clientes fijos, otros solo pasaban una que otra vez por el lugar. Había un viejo que tenía más tiempo que cualquier otra persona dentro del restaurante pero solo se sentaba en una retirada mesa para leer. Como el joven cantinero era muy famoso por su carisma, siempre tenía muchas personas que atender, por lo que nunca se preocupo en acercarse a la mesa de aquel viejo y preguntarle que deseaba.
Un día el viejo se le acercó al joven cantinero y le dijo “todos los días soy el primero en llegar a este restaurante, me siento en el mismo lugar de siempre, esperando a que tu llegues y solo pedirte que me sirvas un vaso con agua y un pequeño pan, en vez de esto le pides a otros que me atiendan, mientras tú te encargas de servir a aquellos que con lujos y buen porte logran llamar tu atención, deberías saber que yo soy el dueño de este local y fui yo quien te contrato, pero tú te has dejado deslumbrar por las propinas y regalos que te ofrecen los demás clientes, quienes son solo pasajeros en este sitio mientras que a mí solo me ignoras”, el muchacho con gran asombro no hizo más que sentir vergüenza, puesto que se había olvidado totalmente del viejo y ciertamente gracias a él trabajaba allí.
Muchas veces nos planteamos una visión personal que no va acorde con la visión que Dios tiene para nosotros, prestamos casi toda nuestra atención a metas y deseos que al fin y al cabo solo dejan recompensas pasajeras, El Señor no espera que descuidemos nuestras responsabilidades personales, pero si quiere que enfoquemos nuestra mirada primeramente en la visión que Él tiene para nosotros, que trabajemos para Él. No busquemos las riquezas y deseos de este mundo, busquemos las riquezas celestiales cuyas recompensas serán para la eternidad.
Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia.
Hebreo 12:28 (Versión Reina – Valera 1960).
Autora: Marianny I. Gutiérrez
Escrito originalmente para www.destellodesugloria.org