Temas y Devocionales Cristianos

El fenómeno de las mayorías, ¿se equivocan?

El fenómeno de las mayorías, ¿se equivocan?

mayoriasNací y crecí en un país donde el respeto por la opinión de los ciudadanos era desconocido. Para mí fue muchas veces difícil quedarme callado y bajar la cabeza, escuchando cosas asombrosamente absurdas, pero que no podían ser rebatidas. Eso me llevó a la conclusión de que la mayor parte de los problemas de mi nación se debían a esta condición de sometimiento en el cual estaba sumida la población.

En mis años de estudiante universitario opté por lo que fuera un tiempo la pasión de mi vida: el Derecho. Como un aficionado a la ciencia de las pandectas me sumergí en la Historia y la Filosofía de hombres célebres que desde la antigüedad griega hasta la fecha había intentado explicar el fenómeno jurídico social, y cómo a través del mismo, resolver los conflictos que históricamente han afectado a la Humanidad.

Así fue como llegué a un concepto apasionante para mí: la Democracia. Comprendí que las sociedades antiguas más democráticas –Atenas y Roma, habían sido de igual modo las más prósperas. En la Modernidad, también pasó otro tanto; las naciones como Holanda, Gran Bretaña, EE UU y Francia, donde primero estallaron los conflictos revolucionarios democráticos y liberales; fueron las que más han podido desarrollarse; aun por encima de culturas milenarias, como China y la India. Sin duda el sistema de castas y privilegios políticos en manos de una minoría han socavado el desarrollo económico y social de la mayoría de las sociedades orientales.

Pero al continuar mis estudios choqué con una gran desilusión: los hombres muy poco respetan el ideal democrático; en ocasiones por su conveniencia, ora por desconocimiento e ignorancia, pero al final, la democracia ha manchado de sangre la historia de cualquier sociedad.

Los dos genocidios más terribles del siglo XX fueron parte de un plan maquiavélico unido al odio y al rencor más depravado. Hablo de la masacres de judíos en Alemania, a manos de los de raza aria; y la menos conocida matanza de los tootsies en Ruanda, con la mayoría hutus en el papel de victimarios. Me sentí frustrado al conocer que ambos crímenes horrendos se hicieron en el nombre de la Democracia. Hombres de astucia inescrupulosa hicieron enardecer las pasiones de las mayorías y las lanzaron en contra de pobres minorías que no podían defenderse. Ante la acusación universal, la respuesta más simple, lo decidió la mayoría. El final: el holocausto de más de 6 millones de judíos, y casi 3 millones de tootsies vilmente asesinados.

Me pareció alocado, pero asentí, que los seres humanos somos capaces de renunciar a la razón, para continuar con la obra del “hombre masa”, este sujeto reprimido, y bien determinado por Ortega y Gasset, asesino en potencia de sí mismo. Solo mirar mi país, que fue capaz de abandonar el ideal democrático y poner en manos de un solo hombre todo el poder. El tirano, cada vez que le preguntaban, contestaba, que él dominaba al país, porque ese era el deseo del pueblo de Cuba, la sociedad más democrática del mundo.

Luego supe que la primera sociedad democrática de la Historia humana, la polis estado griega Atenas, sufrió el derrotero de la ingobernabilidad. Cuentan que en cierto momento la ciudad corría peligro, cuando los ejércitos persas avanzaban hacia ella. Los pobladores decidieron entonces tomar las armas contra el enemigo. El asunto se les hacía difícil, pues en la ciudad habían dos personajes, alrededor de los cuales, se dividían sus ciudadanos: Temístocles y Arístides, este último a quien apodaban el Justo, por haber sido un magistrado, de justas decisiones.

Como dicen que en una misma valla no pueden haber dos “gallos guapos”, entonces llevaron el asunto a la decisión popular: uno de los dos tendría que irse definitivamente. Esta pena era conocida entonces como ostracismo, pues consistía en gravar el nombre de la persona que el pueblo deseaba fuera expulsada en una ostra o concha.

Cuentan que casi al terminar la votación, había técnicamente un empate. A la sazón un campesino ignorante, que no conocía a ninguno de los contrincantes, se le acercó a Arístides y le pidió por favor, le ayudara a gravar un nombre en la ostra. El llamado Justo, aceptó el reto y delante de los presentes, le preguntó al campesino, que cuál nombre debía escribir, a lo que éste respondió sin titubeos: Arístides.

El propio Arístides tuvo que gravar su nombre sabiendo que eso le costaba su expulsión. Mientras lo hacía, ante el asombro de todos, le preguntó al campesino:

-Buen hombre, ¿me puede Ud. decir qué le hizo este señor, que tanto odio le tiene?-a lo que el campesino contestó.

-¿A mí? Nada, simplemente estoy cansado de oír, que le llamen “el Justo”

Cosas como estas, aun por inexplicables, suceden cuando la vida de un hombre, al menos digno, está en manos de una mayoría enardecida. Mi suerte fue que conocí al Señor, y eso cambió mi vida y mis convicciones. No existe otra alternativa para la sociedad, que la propagación del Evangelio de Jesucristo. Ninguna ideología, por muy positiva que parezca podrá resolver los problemas del hombre, ni el Capitalismo, Socialismo, Comunismo, Neoliberalismo, o cualquiera de esos “ismos” que a diario la gente repite.

Pero como siempre, estamos dispuestos los cristianos a aprender cosas del mundo, que perfectamente pueden adaptarse a la Iglesia. Es triste pero a veces valoramos el éxito eclesial, como valoraríamos el éxito de un producto comercial, o en una campaña política. Esperamos a que las personas nos digan qué quieren, sin preguntarle primero al Esposo fiel, cómo quiere Él, y solo Él, que marche su Esposa, o sea su Iglesia.

Recuerdo cómo una vez un amigo mío, líder pastoral de jóvenes como yo, se sintió muy triste, cuando una mayoría echó por tierra sus intenciones de servir en la Iglesia. El asunto era que en sus clases de Escuela Dominical, había profundizado al parecer mucho en “aburridos y tediosos temas de Teología”. Además tocaba mucho el asunto del juicio y del Infierno, y llamaba a hacer exámenes personales a sus alumnos. Algunos se quejaron, y sin decirle nada, a sus espaldas, fueron con el Pastor, y aquello terminó en una reunión de líderes.

Me contó que una hermana, sin el menor desenfado, le dijo que él debía actuar como la Iglesia había decidido, y abandonar la profundidad en sus clases y sermones, porque “Esto es a gusto del consumidor. Nosotros no deseamos asistir a cultos y clases en donde no haya diversión, porque eso espanta a los asistentes y recién convertidos. Además el tema del Infierno es innecesario, porque todos sabemos que estamos salvos”. También se le acusó que en sus palabras se demostraba poco amor hacia los hermanos.

Me admiré al ver cómo ni el Pastor u otro líder replicó con avidez semejante argumento. Más bien todo lo contrario. Para rematar el Pastor le aconsejó públicamente no darle tantos “biblazos” a la gente.

A él no le quedó más remedio que callar. Y por eso fue retirado como profesor de Escuela Dominical y Pastor de jóvenes. Al consolarle le dije que el único camino era orar para que Dios abriera corazones de piedra y pusiera corazones de carne.

Mientras pasaban los días se angustió mucho, pero no dejó de asistir a su Iglesia local. En menos de lo que esperamos el Señor dio su respuesta, las personas que le habían cuestionado su modo muy bíblico de actuar se retiraron de la iglesia envueltos en escándalos familiares. Otros también se alejaron, porque para pasar ratos divertidos hay otros lugares.

De verdad que Dios les hablaba a través de mi amigo sobre el tema de la salvación. Puedo afirmar, que el Señor sí nos enseñó algo a todos: las mayorías se equivocan. No puedo negar que aquel asunto le dolió muchísimo, y que llegó incluso a cuestionar su llamamiento. Hasta que la propia Palabra de Dios le dio la respuesta. Encontramos en la Biblia muchísimas advertencias acerca de no confiar en las opiniones mayoritarias.

Pensé entonces que una vez, en los albores de la Humanidad, solo 8 personas tuvieron la razón, y el resto, fueron ahogadas en el diluvio. Esta vez las mayorías se equivocaron, para su desgracia al desoír la Palabra de salvación que Dios trajo por medio de Noé, como bien apunta el Apóstol Pedro en su segunda carta, capítulo dos, verso 5: “y si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos”.

También solo una familia fue digna de salvación, porque la maldad de dos ciudades enteras había subido con desagrado a Dios. En uno de sus mensajes de advertencia y juicio el Señor dice:

“Asimismo como sucedió en los días de Lot; comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban;  mas el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos. Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste. En aquel día, el que esté en la azotea, y sus bienes en casa, no descienda a tomarlos; y el que en el campo, asimismo no vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot”, (Lucas 17:28-32)

Bueno, ni siquiera la familia entera se salvó ese día, la mujer miró atrás. Este pasaje debiera alertarnos, el Señor nos advierte, que su segunda venida, sería similar a la destrucción de Sodoma y Gomorra, donde solo unos pocos se salvarían. ¡Conocer esto nos debe mover más hacia la salvación de otros!

En otro momento me dí cuenta que una sociedad entera, hizo mutis de disgusto ante las palabras de un profeta de Dios; el cual se entristecía mucho en declarar su mensaje, viendo el poco resultado que obtenía. El profeta Jeremías desgastó su vida tratando de persuadir a una rebelde y abominable Judá, en que cambiaran su estilo de vida y volvieran al recto camino:

“Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma. Mas dijeron: No andaremos. Puse también sobre vosotros atalayas, que dijesen: Escuchad al sonido de la trompeta. Y dijeron ellos: No escucharemos”. (Jeremías 6:17-18)

Para rematar mi planteamiento es justo decir que ni aun el único hombre justo de la Tierra, escapó de este desatino de las multitudes, cuando una masa de airados le gritaba ¡Crucifícale! ¿Dónde estaban los milagros que había hecho, dónde se habían dejado, las enseñanzas, las dulces palabras? Todo fue obviado en aquel viernes de horror para el Señor, antesala, de su colosal victoria definitiva sobre el maleficio de la muerte y el pecado. Irónicamente ese día, un solo hombre limpiaba a la humanidad entera.

¿Es garantía la democracia, o el mal llamado fenómeno de las mayorías, de la estabilidad y el progreso social? ¿Son resultados de la acción de la sociedad en su conjunto, las ideas más adecuada? Solo admitimos, con los hechos expuestos, un rotundo No como respuesta.

Nosotros los que decidimos un día seguir a Cristo, no debemos estar atentos de la popularidad de las masas, en ella encontraremos muchas veces nefastas equivocaciones, la Puerta al Cielo, no es de dimensiones espaciosas, sino lo contrario. Como afirmara el predicador John Knox “Un hombre que está con Dios, está siempre en mayoría”. Esa sea nuestra meta, encontrar la “mayoría” que es Cristo el Señor, y vivir para la gloria del Padre y dicha nuestra.

Autor: Ignacio L. Prieto

Escrito para www.destellodesugloria.org