Constantemente escuchamos, personas que hablan de la inseguridad de una ciudad, de la maldad en el mundo, de los fenómenos naturales, de las guerras, de todo lo que como seres humanos en algún momento nos llega a preocupar, situaciones que la mayoría de las veces no están en nuestras manos, salimos a la calle, tal vez oramos un poco antes de hacerlo, o simplemente salimos así nada más, a las prisas como la mayoría de las personas, llenas de ocupaciones, nos dirigimos a nuestro trabajo, escuela, reunión, actividades normales a las que estamos acostumbrados y nos olvidamos de cosas importantes como esas situaciones que aunque queramos pasar por alto, nos causan preocupación y lo peor de todo es que esas si están en nuestras manos, situaciones como ese disgusto familiar, como esa discusión con la pareja, esas diferencias entre padres e hijos, ese vecino incómodo, esas discusiones con compañeros de trabajo, esas peleas entre hermanos, todos esos detalles que empiezan por pequeñas diferencias o simples discusiones, esas son cosas que tienen una pronta solución, cosas que está en nosotros cambiar, a veces simplemente con hablarlas, pero nos cuesta tanto tomar la iniciativa, y decimos: ¡yo no tuve la culpa!, ¡yo no comencé la discusión!, ¡yo no provoqué esto! Y nos sentamos a esperar que vengan y nos pidan disculpas, que sean ellos los que nos busquen para aclarar el problema, y nos cruzamos de brazos ante la situación aunque nos incomode, anteponemos el orgullo y la falta de humildad para ir y hablar de lo sucedido, y a pesar que es hasta cierto punto normal por nuestra naturaleza humana comportarnos así, decimos: mañana lo hablamos, después se solucionará, o no me nace por ahora hacerlo y dejamos pasar y pasar el tiempo con aquella situación que se va formando como una bolita de nieve que va rodando en picada formando una avalancha que después será difícil detener o causará un daño más grande que se pudo evitar, si no se hubiera dejado para “mañana”.
Comenzamos a acostumbrarnos a pensar: si no tuve la culpa no pediré las disculpas, y vamos guardando en el corazón sentimientos de dolor, desilusión, tristeza, que no tardan en convertirse en amargura, resentimiento o coraje y todo por no haber actuado a tiempo, decimos “mañana” y no sabemos si llegaremos a ese día, no sabemos que pasará, que cosas vendrán, tal vez algún accidente, alguna enfermedad, alguna situación fuerte en la que no habrá mañana, cuando el tiempo y la oportunidad se habrán terminado.
Detengámonos por un momento a pensar en una pregunta algo fuerte, ¿Qué harías o que sentirías si ya no hubiera un mañana, si ya la oportunidad de arreglar las cosas no la tienes más?, puede ser que no hay mañana para ti, o puede ser que no hay mañana para esa persona, creo que tendríamos solamente el sentimiento tan fuerte de querer cambiar las cosas, retroceder el tiempo para tener de nuevo la oportunidad de hacerlo.
No dejes que suceda, no permitas pasar más tiempo para hablar las cosas, no dejes que en ti quede un sentimiento de deuda con nadie, si Dios te ha perdonado, ¿porque no habrías de perdonar?, si Él fue humilde, ¿Por qué no tener un poco de humildad? La solución a muchos de nuestros problemas está en nuestras manos.
Si se enojan, no pequen. No dejen que el sol se ponga estando aún enojados
(Efesios 4:26 NVI)
Siendo o no los responsables de lo que pasa, podemos hacer algo hoy, porque: