El valor del perdón
Habitualmente es vivaracho, no se pierde de ningún evento de la familia y allí está siempre encima de todos nosotros llamando la atención y haciendo de las suyas. A veces, “demasiado encima” de nosotros. Parece que deja de ser quien es si no está literalmente acaparando toda la atención sobre él.
Pero esta noche, estaba triste y melancólico. Finalmente buscó un rincón solitario, frío y oscuro de la casa y allí se quedó por un rato. Extrañado por su conducta, fui a buscarlo, pero no había nada con qué entretenerlo esta vez. Fui a la cocina, le corté un trozo del pan que a él le gusta y se lo dí. ¡Lo rechazó! Ahora sí que no entendía nada. No parecía estar enfermo ni haberse lastimado. ¿Pero qué le estaba pasando?
Lo abracé y le dí unas palmadas en la cabeza y en el lomo. Esto pareció un “remedio mágico”. Rápidamente se animó, le ofrecí nuevamente el trozo de pan y contento lo comió. Al momento de escribir estas líneas otra vez está haciendo de las suyas. Lentamente comencé a entender qué había pasado. Una hora antes, una de sus tantas travesuras me había sacado de quicio y lo reté. Había sido duro con él. Los fox terrier tienen una “personalidad” muy especial. Yo ya no recordaba el incidente, pero él había sentido mi enojo y se había quedado mal. Cuando me acerqué a él y lo abracé todo volvió a la normalidad. Tuvo la necesidad de ese abrazo reconfortante y restaurador, sin importar cuál ni qué tan grave había sido la travesura.
El perro no comprende mis palabras, pero sí puede sentir el ácido de mis actitudes. Las personas sí entienden, a veces mucho más de lo que uno cree. Esto me hizo reflexionar en cuántas veces nuestras palabras y actitudes muy lejos de ser bendición a quienes nos rodean, se convierten en saetas que se clavan muy en lo profundo del corazón. Que el paso del tiempo muy lejos de hacer que las heridas mejoren, no consigue otra cosa que aumentar más y más el dolor.
Hay veces en que ya no es posible reparar el daño hecho. Las heridas grandes y profundas pueden ser cerradas con hilo quirúrgico, pero siempre dejan cicatrices y continúan doliendo, a veces por toda la vida. Muchas veces he vivido amasando el remordimiento; con la angustia, el dolor y el temor de que la vida “me pase factura” por las injurias causadas.
Pero hoy el Señor me señala con claridad, lo que un humilde “perdón por lo que dije o hice” puede hacer, pero por sobre todas las cosas, el valor de un abrazo sincero con un corazón arrepentido, contrito y humillado, que tal vez no sea capaz de sanar una herida o reparar el daño hecho, pero sí de mitigar el dolor causado y llevar consuelo a quien le tocó sufrirlo.
Asimismo hoy, rendido a los pies de la cruz, puedo ver y sentir ese cálido y dulce abrazo del Señor, percibir con claridad su amor y el valor del perdón, sin importar qué tan malo o grave pudo haber sido el quebranto.
“…soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.”
(Colosenses 3:13 RV60)
Autor: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.devocionaldiario.com