Honra a tu padre y a tu madre
-Ahí viene mi corredor de seguros.
Pocos minutos después de bajar de su automóvil, el corredor de seguros se encontraba frente a ellos. Atentamente, el gerente de la empresa se apresuró a presentarlos:
Juan Mirkorz, Esteban, también Mirkorz… qué coincidencia… Un apellido tan poco común ¿No serán parientes? bromeó. Hubo un cruce de miradas entre Juan y Esteban. La situación se tornó pesada y densa. Se estrecharon la mano. Ciertamente, un apellido para nada común… que lo único que tenía en común era que ambos tenían el mismo.
–Mucho gusto, dijo Esteban. Mucho gusto, respondió Juan, mientras su corazón latía con fuerza como si quisiera escapársele del pecho sin saber por qué.
Pasó el tiempo y un día, mientras Juan se hallaba de visita en casa de su padre, llegó Esteban con su familia. Rápida y brevemente, el papá de Juan se apresuró a presentarlos.
–Juan. Esteban. Dijo escuetamente y disimulando su nerviosismo. Se estrecharon la mano, como si se conocieran por primera vez.
La conversación fue superficial, aunque algo tensa. Algo había que no había sido dicho. Muy poco por hablar, pero sí mucho por decir. El padre de Juan, fiel a su estilo, prefirió continuar con su juego de mentiras y silencio.
Juan sintió desde aquella vez primera en que se habían conocido, una conexión muy particular con aquel hombre unos diez años mayor que él. Aunque lo sospechaba, no tenía las certezas que necesitaba. Poco tiempo después, llegaron las respuestas. Juan supo por otros medios –no por su padre, claro está– que Esteban no era sólo un “conocido de su padre”. ¡Era su hermano!
Juan no le dijo nada a su padre. No confiaba en él. Sabía que si lo enfrentaba, hallaría el modo de escabullirse y esquivar a su modo la situación para seguir mintiendo y escondiendo.
Muy lejos estaba Juan de conocer la sorpresa que Dios le tenía preparada. Poco después de aquél encuentro en casa de su padre alguien se presentó en la oficina de Juan anunciándole:
-Juan… un señor mayor está en el salón. Pregunta por tí y dice que necesita hablarte.
-¿Quién es?, preguntó Juan rutinariamente.
-Mirkorz, Antonio Mirkorz; Juan, respondió el empleado.
-¿Mi padre aquí? Se preguntó intrigado Juan. ¡Qué raro! ¿Habría pasado algo?
En cuanto le fue posible, Juan hizo pasar a su oficina a su padre. Ya acomodado en un sillón frente a su escritorio, después de un breve pero denso silencio, el papá de Juan se quebró y entre lágrimas, le dijo:
-Juan, ya no puedo con esto. No sé cómo manejarlo.
-Es muy simple. Ya no lo “manejes” más, respondió, en la certeza de qué se trataba.
-Por favor… ¿tienes el número del teléfono de Esteban?
El lugar al que hizo la llamada, estaba justamente enfrente de donde Juan trabajaba. Todo el tiempo sin saberlo Juan, había estado ahí. Juan no sabía exactamente a qué se estaba enfrentando. Muchos años habían transcurrido sin conocer a sus hermanos y esa otra parte de su familia que su padre le había estado ocultando. No esperaba que del otro lado lo recibieran con los brazos abiertos. Tal vez hallaría rechazo y eso lo preocupaba.
Nerviosamente marcó el número.
-Por favor, con Esteban.
-Está ocupado. ¿De parte de quién? Respondió la recepcionista.
-De Juan Mirkorz, dígale por favor.
Estaban atendió inmediatamente y ambos concretaron una cita en su oficina para ese mismo día después del horario de trabajo. Era el principio de todo.
Juan tenía 30 años cuando esto acontecía. El puso conocer a su “otra familia.” Hubo sutilezas, diplomacia, rechazos y también algunos brazos abiertos. Pudo saber mucho más de lo que esperaba y algunas cosas resultaron decididamente tristes y penosas. Pero lo principal, es que Juan pudo perdonar a su padre por sus mentiras. “Honra a tu padre y a tu madre” dice el Señor. Y Juan ahora podía sentirse bien con esto.
Este es un testimonio real y de primera mano. Los nombres han sido cambiados para preservar la privacidad de las personas involucradas. Con la debida autorización de Juan, lo publicamos en la certeza de que hay tantas situaciones parecidas, algunas más tristes o complejas que otras, pero que muchas veces no sabemos cómo enfrentar, pero que de la Mano de Nuestro Amado Señor y confiados en Su Poder, podemos encarar con éxito sin importar qué tanto nos gusten las soluciones que Dios nos propone.
Autor: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.mensajesdeanimo.com