De acusadores y acusados
Todo quedó finalmente en una anécdota felizmente sin consecuencias que lamentar. Pero no siempre ni en todos los ámbitos es así. ¿Cuántas veces te has visto involucrado en una situación que lisa y llanamente no entiendes, pero que a todas luces te ha perjudicado por causa de las acusaciones de otro?
Puede ser en el trabajo, en la universidad, en el colegio, tu grupo de amigos, en el seno de tu propia familia e inclusive en la mismísima iglesia a la que asistes y te congregas desde hace años. No importa el ámbito. A la hora de las definiciones rara vez viene alguien y te dice exactamente de qué se trata todo esto. Cuando uno recibe los cachetazos, las consecuencias, generalmente ya es tarde y no hay defensa que podamos argumentar en nuestro favor.
Pero hay una realidad y es denominador común de infinidad de circunstancias. Que sin importar la situación, cuando nos vemos objeto de una acusación, generalmente nuestra naturaleza nos urge probar nuestra inocencia, hacer justicia. A veces con razón, otras veces sin ella. Pero si hay algo que siempre se nos escapa, más allá de si nos asiste o no la razón, es que cuando intentamos una defensa ante nuestro acusador, nosotros mismos estamos elevando la categoría de un fiscal a la de Juez. En pocas palabras: al plantearle nuestros argumentos de defensa a nuestro acusador, nosotros mismos lo estamos convirtiendo en nuestro propio juez, toda vez que los alegatos de defensa se esgrimen ante un juez, no ante un simple acusador. Si no es tu juez… ¿por qué tienes que contestarle?
Amada/o: seguramente muchas veces te tocó recibir los golpes de las acusaciones de otro. Desde estas líneas te animamos a que te ahorres muchos más problemas y que en forma victoriosa, simplemente dejes que sus acusaciones caigan en “saco roto”. Que dejes el asunto en manos de Quien Corresponde. Abogado tenemos dice el Señor (1ra. Juan 2:1)
Autor: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.mensajesdeanimo.com