Mi Guitarra y Yo
Salmos 42:1-2
Tenía aproximadamente seis meses de haber recibido a Cristo en mi corazón, era un sábado y me habían invitado a un retiro organizado por los jóvenes de mi congregación el cual duraría el día completo, me emocionaba la idea de experimentar nuevas sensaciones en actividades que me ayudarían a conocer más a ese Dios de quien tanto me habían hablado y a sentir su amor más cerca de mi; expectante escuchaba con mucho cuidado las diversas temáticas que se compartieron a lo largo del día mas no tenía ni idea de la grandiosa sorpresa que Jesús tenía preparada para mí.
Fue en la última ministración donde pude ver y palpar la maravillosa presencia de Dios, aquel lugar había pasado de ser un simple auditórium a un glorioso lugar donde se podía sentir su Presencia paseándose alrededor nuestro, puedo decir que todos los que estábamos en esa habitación llorábamos sin parar, algunos caían al piso y aunque aun no entendía por qué ocurría eso lo que si tenía por seguro era que la Gloria de Dios estaba tocando nuestras vidas, algunos recibimos en ese momento cartas de nuestros familiares las cuales expresaban el apoyo de ellos y de lo felices que estaban de que estuviéramos buscando más de Él.
Y fue entonces, que mientras un hermano adoraba a Dios con su cantico y nos guiaba a adorarle que pude sentir algo en mi corazón que al parecer en ese momento era parte de la emoción que sentía, pero poco a poco fue creciendo dentro de mi corazón el llamado a ADORARLE, creo que no capte a plenitud ese llamado que Dios me estaba haciendo simplemente sentía que algo había cambiado en mi corazón, no lo terminaba de comprender porque hay cosas de Dios que no se entienden pero se hacen, así dio por terminado dicho retiro, todos regresábamos muy felices y satisfechos de que todo fue una total bendición.
Pasado el tiempo en casa estaba a punto de abrirse una reunión evangelística y quienes habrían de ser los primeros en servir éramos los de casa por ser los anfitriones, de esta manera se delegaron los privilegios a desarrollar en la reunión pero faltaba alguien que dirigiera las alabanzas y creo que no había absolutamente nadie que cantara o que por lo menos diera una buena nota con su voz, pero en medio de todo ese preguntar de quien quería pasar a cantar a capela algunas alabanzas, algunos de mi familia se les ocurrió la brillante idea de delegarme a mi ese privilegio, obviamente me negué por su puesto, porque nunca en mi vida había cantado, siempre fui una persona tímida y con la cantidad de nervios que generaba pasar frente a algunas personas y sobre todo ¡a cantar!, eso era imposible; luego un primo me sobornó diciéndome que si aceptaba el privilegio me enseñaría a tocar la guitarra para acompañar a otros hermano a cantar lo cual me llamó la atención además de venir a mi mente aquel llamado que sentí aquella tarde, de esta manera acepté; para la semana siguiente conocía y ejecutaba un poco cerca de unos cinco o seis términos que fue lo único que me enseñó dicho primo; el día de que me tocaba cantar… mejor no te cuento.
Luego comencé a pedirle a Dios que me utilizara, quería ser una persona de bendición para muchas más, oraba y le decía que me diera la oportunidad de ser parte del ministerio de alabanza y al mismo tiempo que me capacitara para poder hacerlo bien; pero como todo proceso de Dios tenía que aprender muchas cosas en el camino, apenas comenzaba y no podía de la noche a la mañana ser parte de un ministerio muy importante solo por tener el deseo de hacerlo, Él tenía que moldearme y sanar mi corazón. Recuerdo que en la espera de ese ministerio para lo único que me llamaban era para cantar en velas, vigilias, velas y mas velas ah y por si acaso en alguna vigilia; en ese tiempo creí que nunca iba a poder llegar a mi destino porque pasaba el tiempo y no sucedía nada aunque disfrutaba al máximo esos momentos, no estaba conforme pero me di cuenta que mientras más pasaba a solas con mi guitarra buscando a Dios, esos momentos marcaban mi vida, fue en la habitación donde aprendí a cantarle a Dios canciones que nunca antes había escuchado o que ya estuviesen escritas, fue adorándole junto con mi guitarra que pude entregarle áreas que necesitaba mejorar, mis temores muchos de ellos fueron borrados en esos tiempos de intimidad, mi autoestima fue restablecida, mis resentimientos hacia mis padres fueron borrados, la amargura de mi corazón y el deseo de venganza fueron cambiados por la paz, el gozo, el amor y el perdón de Dios, porque no hay nada que se comparé con el estar cerca de Él, de nuestro amado Jesús, por eso el salmista decía “Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos” (Salmos 84:2,10), porque no hay nada más gratificante que estar a los pies del Maestro. Han pasados los años y he tenido la oportunidad de dirigir la alabanza en congregaciones de ocho mil personas y reconozco que solo su gracia ha hecho posible todo eso, llegué al ministerio de alabanza a los tres años pero aprendí que mas allá de un privilegio se encuentra el MOTIVO de ese privilegio; muchas veces nos esforzamos por que las cosas nos salgan súper bien en las diferentes áreas de servicio dentro de la iglesia y eso está bien pero no hay que olvidarnos que antes de desempeñar cualquier privilegio tenemos que estar con él, nuestra vida está vacía e incompleta sin él y por él y para él fueron creadas todas las cosas incluyendo nuestro tiempo; Jesús lo resalto de esta manera “…Al Señor tu Dios adoraras, y al él solo servirás” (Lucas 4:8), Jesús antepuso la adoración al servicio porque de que nos sirve tener habilidades y talentos si su presencia no ha de estar con nosotros.
Los mejores momentos de mi vida cristiana los he pasado en mi habitación, si, junto con mi guitarra, disfruto y prefiero los momentos a solas con él antes que dirigir ante una gran multitud porque JESUS es el fin de todas las cosas. ¿Qué esperas para estar con él?
Adorar es anteponer a Jesús a nuestro tiempo, a nuestra familia, a nuestro trabajo, a nuestra iglesia, a nuestros anhelos y a nuestra vida misma.
Yo quiero ser un Adorador…
Yo quiero estar con él.
Autor: José Eduardo Sibrián
Escrito para www.devocionaldiario.com