Temas y Devocionales Cristianos

Lista de Contactos

Lista de contactos

En mis primeros años de ministerio, recuerdo que sólo tenía una ansiada y única meta, una ambición santa: intentar ser un hombre de oración. Sabía que si lograba cruzar la línea de la oración superficial, recién entonces accedería a los grandes secretos del Señor. A los misterios escondidos del Reino.
Debo reconocer que lo intenté todo, absolutamente.
Con mi esposa, orábamos por las madrugadas, hasta caernos de cansancio.
Liliana solía alentarme diciendo:
-Es mucho mejor quedarse dormido en el intento de orar, que irse a dormir sin por lo menos, haberlo intentado.

Colocábamos música de adoración para calmar nuestro alma y de esa manera, estar más calibrados con el corazón del Creador.
Cada vez que me disponía a subir a un nuevo nivel de oración y búsqueda, sentía que mis pensamientos funcionaban como un tropel de caballos salvajes. Me era casi imposible hilvanar tres o cuatro frases seguidas en la presencia del Señor, sin que mi mente comenzara a divagar o dispersarse.

Sentía que existía una fuerza maligna que se había empecinado en que no pudiera lograr la ansiada comunión con el Señor.
Seguramente has estado allí, sintiendo exactamente lo mismo.
Un ejército de interrupciones.
Discusiones matrimoniales sin sentido, minutos antes de comenzar a orar.
Un teléfono que no para de sonar.
Visitas inesperadas a deshora.
Un niño con ataques de rebeldía.
Una preocupación que logra ocupar toda tu mente.
Un estreno favorito por televisión.
Y el cansancio demoledor. Ese eterno gigante que llega cada vez que te dispones a cruzar la barrera de la superficialidad.

Pero no hay treguas cuando has decidido subir un escalón. Las alarmas del infierno ya comenzaron a sonar y alguien alertó al mismísimo infierno que estás a punto de transformarte en un individuo peligroso. Estás en un punto sin retorno, o te quedas a vivir en aguas tranquilas, o te sumerges en las profundidades de la verdadera comunión. Aquella que te colocará directamente en el directorio de la Agenda Divina.
Recuerdo que fue por aquellos años, de muchísima disciplina y antes de experimentar el deleite de estar con El, cuando determiné que tendría una filosofía de vida, en cuanto a mi búsqueda personal.
Un día, parafraseé algo que solía mencionar Kathryn Kuhlman:
-El día que me toque encontrarme cara a cara con el Señor, quiero mirarlo directamente a los ojos, y decirle: «Si no quisiste usarme para servirte fue porque no se te antojó, pero no podrás culparme a mí, yo estuve ahí, todos los días de mi vida, esperando que me hables».

A eso se reducía mi búsqueda. Si bien estaba consciente que me costaba horrores entablar un diálogo con El, por lo menos, quería estar en el lugar correcto, en el sitio oportuno, a la hora indicada. Así que, me decidí a no irme a la cama, sin antes buscar su rostro, todos los días de mi vida. Debo confesar que me costaba todo el mayor esfuerzo de mi mismo, pero tenía la esperanza que algún día, lograría que El me atendiera de un modo especial.

No estoy diciendo que mis oraciones no fuesen escuchadas hasta ese entonces, si no que necesitaba subir a un nuevo nivel de comunicación. Me frustraba el solo pensar que mis ruegos fueran una suerte de monólogo y que tuviese que creer por la fe, que El estaría oyéndome. Al igual que Abraham, ambicionaba una comunión, no solamente una relación.
Soy el menor de cuatro hermanos, y nos separan varios años. De hecho, cuando llegué a este mundo, mi hermano mayor acababa de casarse. Por alguna razón, nunca logramos ser demasiado unidos, es decir, no nos llevamos mal, pero tampoco hemos logrado ser íntimos amigos. Nos conocemos, nos amamos, nos respetamos y llevamos la misma sangre. Pero por alguna razón, tenemos muy buena relación, pero no hemos logrado tener comunión. Supongo que la intensa actividad que cada uno de nosotros desarrolla, hace que nos veamos en alguna ocasión muy especial, como una boda o un funeral.

Sam Hinn suele decir que las promesas descriptas en todo el magnífico Salmo 91, tienen una pequeña cláusula. Como si se tratara de las letras pequeñas de un contrato, excepto que éstas están al principio, como un alerta que curiosamente pasamos por alto cada vez.
«El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente».
No dice «el que visita», sino «el que habita».
No puedes pretender acceder a los propósitos y regalos del Señor haciéndole una visita de cortesía cada domingo.
La relación es casi una obligación de todos los que oramos. Pero la comunión es opcional. Es estar en la lista de contactos. No tener que avisar previamente para realizar una visita, llamar por teléfono o enviar un correo electrónico fuera de itinerario. Y por sobre todas las cosas, tener la plena seguridad que no serás una molestia.
Por esa razón, mi mayor anhelo era aparecer en la agenda dorada de los Cielos, en el directorio de personas importantes para el Reino.

Una madrugada del cuatro de Junio de 1991, El decidió venir a visitarme. Quizá fueron aquellos dos minutos extras que decidí quedarme de rodillas, luego de haber dicho amén. Pero me gusta más la idea que El quiso ingresarme a su lista de contactos. Tuve la visión más grandiosa de toda mi vida. El Señor me mostró un estadio repleto de jóvenes, mientras que podía verme a mi mismo predicando y recorriendo el enorme palacio del fútbol. Pero lo que más logró impactarme no fue exactamente lo que estaba viendo, sino el hecho que Dios me había considerado para ofrecerme una función privada. Una premier de aquello que El mismo había preparado para un futuro cercano.

Definitivamente, ese fue el día que accedí pasé de la sencilla relación a una intensa comunión. Nadie es igual, luego de ingresar a la agenda del Padre.
A partir del momento que subes a ese nuevo nivel, puedes saber cuando el Padre viene a visitarte. Simplemente aprendes a reconocer su estilo.
Observa bien y notarás que juega con tus cabellos.
Acaricia tus mejillas.
Puedes sentir el pesado abrazo de un Padre tierno.
Y por sobre todas las cosas: no necesitas ser tan adulto. Cuando El visita tu habitación, cuentas con el lujo de sentirte niño otra vez.
Sin estar agobiado por las responsabilidades, escondido tras su gran espalda.
No tienes que ser demasiado correcto ni estructurado para dialogar con El.
El no está esperando que pronuncies un discurso de frases elaboradas.
Puedes hablarle de tus torpezas y de aquello que te ha robado la paz estas últimas semanas. Puedes contarle acerca de tus suspiros más íntimos y tus anhelos más escondidos.
El desea que la atareada ama de casa olvide por un momento la vajilla para lavar y los hijos que atender, para arrojarse como una niña en los brazos del Padre.
Aguarda que ese rudo hombre de negocios, olvide los golpes de la vida y las traiciones de la empresa, y que por unos minutos, se desmorone en las rodillas del Creador. Desea que el enérgico e incansable líder le cuente de sus miedos más ocultos y de aquello que lo sonroja en la intimidad.
Espera que ese muchacho, al que la vida no le dio respiro, sienta el reposo del guerrero, sólo por estar en Su compañía.

Autor: Dante Gebel
Adaptado de «Las arenas del alma»
(Editorial Vida-Zondervan)