Lectura: Salmos 42
Mirando hacia las costas occidentales de Sri Lanka, se me hacía difícil imaginar que éstas habían sido azotadas por un tsunami tan sólo unos cuantos meses antes. El mar estaba quieto y se veía hermoso, las parejas caminaban bajo el brillante sol, y la gente se ocupaba de sus asuntos – todo ello brindando el escenario de un sentimiento simple para el que yo no estaba preparado. El impacto del desastre seguía allí, pero se había enterrado en los corazones y las mentes de los sobrevivientes. El trauma mismo no se olvidaría fácilmente.
Fue el dolor catastrófico lo que dio lugar a que el salmista clamara en angustia: «Mis lágrimas han sido mi alimento de día y de noche, mientras me dicen todo el día: ¿Dónde está tu Dios?» (Salmos 42:3). La lucha de su corazón se había interiorizado. Mientras que el resto del mundo seguía con sus asuntos como siempre, él llevaba en su corazón la necesidad de una santidad profunda y completa.
Sólo cuando entregamos nuestro quebrantamiento al buen y gran Pastor de nuestros corazones podemos encontrar la paz que nos permite responder a la vida: «¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez por la salvación de Su presencia» (v.5).
Espera en Dios – es la única solución para los profundos traumas del corazón.
Reflexión: Nadie, cuya esperanza está en Dios, está desesperado.