Rescatando al soldado Ryan
«Los que solo ven lo natural creen que tienen que descubrir su destino; los visionarios hicieron un viaje de expedición con Dios y ya estuvieron ahí.» Los que están adelantados no están capacitados para disfrutar de lo que alcanzan. Tienen la sed del oro. Van por más. Quieren el campeonato. No pueden detenerse a observar el diploma que pende de la pared. Ellos quieren hacer la milla extra. Otro round. Una victoria más. Una nota sorprendente.
El hombre camina entre las tumbas, encorvado y en silencio.
Una brisa otoñal recorre el frío cementerio. Está más cerca del final que del principio de la vida. Vive sus últimos años, los de la vejez, los de la experiencia. Se lo nota cansado, pero hace un esfuerzo por caminar. Detrás de él, los que parecen ser sus familiares, lo observan con profundo respeto.
El caballero se inclina sobre una de las tumbas. La lápida lleva el nombre de un teniente del ejército estadounidense.
No es de cualquier teniente, para el viejo hombre, pertenece a quien le devolvió la vida. Fue quien cruzó el mapa en plena guerra para devolverle su libertad.
Hacía muchos años el gobierno estadounidense había revisado los archivos para descubrir que una madre había perdido cuatro hijos en el frente de batalla. Y no era justo que perdiera a su quinto muchacho, bajo bandera en el ejército.
Había que indemnizar a la madre de algún modo, y lo mejor era buscar al quinto hijo en medio de la batalla, darle de baja y enviarlo de regreso a casa. Que viviera los últimos años junto a una madre que lo perdió casi todo. Durante el rescate, el mismísimo teniente no puede creer que todo un pelotón se sacrificara para rescatar a un solo soldado.
Pero le costó su propia vida y sus mejores hombres, y antes de morir el teniente mira al soldado a los ojos y le dedica sus últimas palabras:
– Espero que te merezcas este sacrificio, por lo menos vive una vida digna, que valga la pena.
Ahora el soldado es el viejo que observa la lápida. La guerra terminó hace muchos años, pero él quiere saber si saldó su deuda con el teniente. Contempla su tumba y le hace una pregunta a su anciana esposa, que está a unos pasos detrás de él.
– Necesito que me digas si fui un buen hombre -dice-. Dime si viví una vida buena. Dime si fui digno de tanto sacrificio -insiste entre lágrimas mientras se funde en un abrazo con la mujer de su vida.
La escena es la más lograda del filme Rescatando al soldado Ryan, interpretada por el laureado Tom Hanks.
Siempre me ha fascinado tratar de definir el corazón de un visionario. Y posiblemente, esta escena de la película de Spielberg sea la que más lo describa. Todo soñador siente que tiene una deuda eterna con la cruz, está consciente de que lo recibió de gracia, pero aun así, siente la presión de hacer valer cada minuto de su vida, cada día de su existencia.
Ryan no podía permitirse el lujo de pasarse la vida jugando al baloncesto o pescando junto al río. Todo un pelotón murió para darle la opción de tener vida. Y debía hacer algo importante, algo que valiera semejante esfuerzo. Nunca inventó nada, ni ganó un Pulitzer o el Nobel de la paz. Pero le bastaba con saber si al menos había logrado ser un buen padre y mejor esposo.
Esa extraña raza de visionarios
Esta es una nota para campeones, para los que tienen sed del oro del primer lugar. Pero fundamentalmente, este artículo es para los que sufren de insatisfacción santa, los que poseen una doble dosis de ambición espiritual.
A través de los años me sigue sorprendiendo la manera en que se ha malinterpretado la palabra «visionario». Cualquier persona que construye una iglesia prominente o emprende algún proyecto nuevo, no necesariamente está nominado a engalanar la galería de los que pueden ver más allá que los demás.
El visionario respira, duerme, se baña, sueña, ríe y llora a través de su visión. No tiene ganas de emprender algo porque el sermón del domingo pasado llegó a su corazón. Camina por encima de lo sobrenatural, aunque el mundo se derrumbe a su alrededor.
Quiero que lo veas de esta forma: Dios no cumple años, no festeja aniversarios, no está gobernado por el reloj. El Creador ya tenía resuelto el pecado, aun antes de que Adán pecara. El tiempo es una cápsula para el hombre, pero no para Dios. Él está en tu presente, en tu pasado y en tu futuro. Parece algo infantil, demasiado lógico, pero si logras entenderlo, descubres que solo Él es quien puede darte una palabra en el presente, para sanar tu pasado y afectar tu futuro.
Ahora bien, si entre otras cosas, Él ya estuvo en tu futuro, significa que vio lo que hay para ti algunos años más adelante.
Los que solo ven lo natural creen que tienen que descubrir su destino; los visionarios hicieron un viaje de expedición con Dios y ya estuvieron ahí.
Semillas y cheques posdatados
Imagínate que compras semillas de tomate. Remueves las hierbas molestas, abonas la tierra, rastrillas el suelo y plantas tus semillas. Cada tanto, excavas el lugar, riegas la zona y esperas. Nadie sabe lo que hay bajo tierra fuera de ti. Tú plantaste semillas de tomate y eso es lo que esperas que germine.
Cuando el tiempo se cumpla y tus tomateras asomen a la luz, vendrán los que antes no veían nada y harán los comentarios pertinentes al caso:
– ¡Eh! ¡Qué buenos tomates!
– ¡Quién se hubiese imaginado que estas bellezas rojas crecieran en tu huerta!
– ¡Se me hace agua la boca solo con imaginarme una gran ensalada!
Todos están sorprendidos, todo el mundo lo disfruta. Pasen y vean la gran atracción turística, observen y deléitense con los increíbles e inimitables tomates que conmueven al planeta.
Solo hay alguien que aparenta no disfrutarlo, o por lo menos no parece sorprendido: el visionario.
No te culpes, sucede que ya lo habías visto mucho antes.
Si viajaste hasta la semillería e invertiste tu dinero en semillas de tomate, abonaste la tierra fértil, e hiciste lo que se suponía que hicieras… ¿qué esperabas que creciera? La respuesta es más que lógica: ¡tomateras! ¡Tomateras que dieran tomates!
Mientras el gentío se deleita con tu flamante plantío e imagina unas frugales ensaladas, tú ya tienes otros proyectos bajo tierra. Otras semillas que germinan y se bifurcan bajo la misma huerta.
De eso se trata. El visionario ya estuvo en su futuro y sabe lo que sencillamente ocurrirá cuando el Sol vuelva a aparecer en el horizonte. Él no se sorprende del lugar donde ya estuvo. Es por eso que los que están adelantados tampoco están capacitados para disfrutar de lo que alcanzan. Tienen la sed del oro. Van por más. Quieren el campeonato. No pueden detenerse a observar el diploma que pende de la pared. Ellos quieren hacer la milla extra. Otro round. Una victoria más.
Una visión, hace catorce años
Antes de realizar nuestra primera gran cruzada, tuve una visión. Fue en el año 1991. Recuerdo que caminé en el Espíritu por todo el imponente estadio Vélez Sarsfield. Recorrí cada pulgada del lugar. Subí cada grada y observé con cuidado cada detalle del sitio. Y lo vi colmado de jóvenes de todos los puntos del país. No existía la más remota posibilidad de que eso ocurriera, era una perfecta utopía, un joven desconocido no podía alquilar ese estadio y, mucho menos, en base al sentido común, soñar con que se colmara con una multitud.
Cuando la visión terminó, sentía que efectivamente yo había estado allí. Y me comporté como que era lógico que todo lo que había visionado iba a ocurrir, así de sencillo.
Había hecho un viaje a mi futuro y ahora estaba de regreso, enfrentándome a la realidad.
Cuando al fin se concretó la cruzada en 1996, el único que no estaba sorprendido era este servidor. La gente aplaudía azorada mi plantación de tomateras, pero yo la había disfrutado mucho antes, cuando compré las semillas en mi visión.
Uno de los secretos fue que creí en las semillas que había adquirido y, por consiguiente, me comporté como el dueño del plantío.
Aún recuerdo lo que sentí en mi interior, luego de tener aquella visión. Nada alrededor había cambiado, mi entorno continuaba inerte. El teléfono no comenzó a sonar y nadie vino a nuestra puerta a ofrecerme un ministerio o un puesto en la iglesia. Pero algo se había transformado en mi interior. Me sentía el «Pastor de los jóvenes». Apenas tenía las semillas y solo yo podía disfrutar lo que estaba bajo tierra, pero eso bastaba para sanar mi estima y alegrar mi presente. Cambió mi manera de levantarme de la cama y me puso erguido. Mi mirada adquirió otra personalidad y mi andar era seguro.
Para aquel entonces, la mayor multitud que me oía predicar era un puñado de quince jóvenes que soportaban mi inexperiencia con mucha valentía y arrojo. Pero yo me sentía un predicador de multitudes, había estado en mi futuro, y no cabía la menor duda de que eso iba a ocurrir.
Ahí es cuando te bañas, duermes, respiras, amas y lloras a través de la visión. No es un proyecto lo que te mantiene vivo, es tu futuro el que consume cada minuto de tu presente.
¿Te sientes identificado? Solo déjame que avance un poco más.
Ya nos conocemos y creo que me he ganado tu confianza. Si te doy un cheque por un millón de dólares, pero posdatado… ¿crees que puedes confiar que ya eres millonario?
Si me dices que no, herirás profundamente mi sensibilidad.
Si para ti soy una persona confiable, no veo por qué debes dudar de que ya eres millonario. El único detalle es que no puedes cobrarlo ahora, el cheque es para dentro de un año y dos meses, para ser exactos. Tiene el logotipo del banco, mi firma auténtica y los seis ceros que se necesitan. Ahora eliges cómo quieres vivir: o maldiciendo y desperdiciando tu presente, o levantas el ánimo y te paras derecho, sabiendo que en tu bolsillo tienes un cheque por cobrar.
Cuando el calendario coincida con la fecha estampada en tu cheque, irás al banco y lo harás efectivo. Si siempre has confiado en mí, lo normal es que no te sorprendas. Te lo entregó alguien confiable, se suponía que el cheque era mucho más que papel pintado.
Si tu visión proviene de Dios, no cuentas con el lujo de la duda. Él es confiable, su banco tiene solidez y hasta te permitieron entrar a la bóveda y observar tu dinero a cobrar en un futuro cercano. Eres un cheque posdatado.
¿Te da nervios la soltería?
Cuestión de tiempo.
¿Te parece que los ministerios y los dones te esquivan?
Observa tu cheque.
¿No consigues el empleo ideal?
Haz una llamada a tu banco y pregunta si tu dinero aún sigue ahí.
Aquella profecía ¿tarda en cumplirse?
Da un pequeño paseo por la bóveda del banco.
¿Aún no eres correspondido en el amor?
Vuelve a abonar la tierra.
¿Quisieras ser parte de un gran avivamiento?
Mira la fotografía de los tomates en tu bolsa vacía de semillas.
Cuestión de tiempo.
Los visionarios casi no disfrutan el presente, porque han incursionado en su futuro. No se detienen en una victoria o un sueño concretado, porque ya estuvieron allí antes. Y como el viejo soldado Ryan, sienten que cada minuto de sus vidas vale oro. Tienen una deuda eterna con la cruz y con aquel que los llevó a observar los años que estaban por delante.
No busques a un visionario en el parque de diversiones.
Tampoco los encontrarás en grandes ágapes o confraternidades tediosas. Mucho menos integrando burocráticos comités pastorales. No pasan su vida jugando al tenis o mirando televisión.
Ellos van por la conquista, quieren el oro de la medalla, el cinturón y la corona.
Están unos quince o tal vez veinte años adelantados.
Pertenecen a esa extraña raza de visionarios, y vieron demasiado como para estar quietos.
Autor: Dante Gebel
Adaptado de «El código del Campeón»
Editorial Vida-Zondervan