Nuestra relación con el dolor

Nuestra relación con el dolor

Mucho se nos ha hablado sobre el dolor, pero poco se nos ha enseñado sobre él. Tal pareciera ser que el cristiano cree que nunca más lo va a experimentar o que nunca más sentirá tristeza en su corazón. Esto no es así y nunca lo será. Recordemos que somos alma, cuerpo y espíritu, lo que da cuenta de nuestra triple naturaleza y también de la triple naturaleza que tiene el dolor. Sobre eso les quiero compartir.

En el libro de Nehemías 1, versos del 1 al 4 (NVI) encontramos lo siguiente:

“Éstas son las palabras de Nehemías hijo de Jacalías: En el mes de quisleu del año veinte, estando yo en la ciudadela de Susa, llegó Jananí, uno de mis hermanos, junto con algunos hombres de Judá. Entonces les pregunté por el resto de los judíos que se habían librado del destierro, y por Jerusalén. Ellos me respondieron: «Los que se libraron del destierro y se quedaron en la provincia están enfrentando una gran calamidad y humillación. La muralla de Jerusalén sigue derribada, con sus puertas consumidas por el fuego.» Al escuchar esto, me senté a llorar; hice duelo por algunos días, ayuné y oré al Dios del cielo”

 ¿Por qué tomo este pasaje bíblico para hablar del dolor? Porque Nehemías nos da señales de cómo, como cristianos maduros, debemos vivir el dolor desde nuestra triple naturaleza. Cuando experimentamos dolor, lo debemos vivir desde esta triple naturaleza que mencionaba anteriormente, sólo así podremos enfrentarlo de manera correcta.

Este pasaje, nos da luces sobre cómo se enfrenta el dolor desde la perspectiva de los hijos de Dios. En primer lugar, debemos vivir el dolor en la carne: Sentarse y llorar. Así lo indica el versículo 4 de este pasaje: “Al escuchar esto, me senté a llorar”. El sentarse  ejemplifica el asumir el dolor cuando nos impacta de frente. Por otra parte, la acción de llorar se ha definido como “un fenómeno secretomotor complejo que es caracterizado por derramar lágrimas del aparato lagrimal, sin ninguna irritación de las estructuras oculares”. Se estableció una red neural biológica entre el conducto lagrimal y las áreas del cerebro humano implicadas con la emoción. Se cree que ningún otro animal puede producir lágrimas en reacción a estados emocionales, aunque es cuestionado por algunos científicos (sí, puede parecer una lata, pero ¡también la ciencia está al servicio de Dios!).

En segundo lugar, el dolor debe ser vivido en la mente o en el alma: Hacer duelo algunos días (Nehemías, verso 4: “hice duelo por algunos días”). Cuando alguien fallece o sufrimos una desilusión amorosa, vivenciamos un duelo que tiene distintas etapas, pero lo cierto es que cualquier circunstancia que añada dolor a nuestras vidas nos hace atravesar por un camino pedregoso. El duelo tiene distintas etapas: Negación y aislamiento; ira;  negociación; depresión; aceptación. No necesariamente pasamos por todas ellas, pero a grandes rasgos, la primera de ellas (negación y aislamiento) tiene que ver con el hacer de cuenta que la situación no ocurrió o a este “no poder creerlo”; la segunda de ellas es la ira, se siente rabia contra el mundo y todo lo que se está viviendo. La tercera es la negociación, es una forma de tratar de dominar la situación, tratando de pensar en los pro y los contra, evaluar responsabilidades y quitarse culpas. La cuarta no resulta muy positiva si las anteriores no se han cumplido o resuelto de buena manera, esta es muy dura y depende mucho del apoyo que tenga quien vive el duelo o en este caso, el dolor. La quinta y final es la aceptación, acá ya se procesó el dolor y se está intentando vivir con él. Como pueden ver, es muy importante superar exitosamente esta etapa, vivir el dolor en el alma nos hace estar mejor equipados y preparados para el siguiente paso.

En tercer lugar, el dolor debe ser vivido en el espíritu. Nehemías lo expresa muy bien en el versículo 4 cuando menciona que “ayuné y oré al Dios del cielo”.  Al vivir el dolor en el espíritu, estamos preparados para que Dios comience a hacer su trabajo. Si no lo vivimos en la carne y en al alma antes de vivirlo en el espíritu, estaremos en constante retroceso, experimentando y vivenciando la emoción una y otra vez, dañándonos cada vez más. Siempre debemos preguntarnos ¿Estoy listo para orar?

No es casualidad ni coincidencia que Nehemías exprese su dolor mediante esta oración y en este orden: “Al escuchar esto, me senté a llorar; hice duelo por algunos días, ayuné y oré al Dios del cielo” Sólo después de haber hecho esto, estuvo en condiciones de reconstruir el Templo, de empezar de cero…

La pregunta que te hago en este momento es: ¿ya te sentaste a llorar, hiciste duelo por algunos días, ayunaste y oraste al Dios del cielo?

Nunca es tarde para comenzar de cero y hacer las cosas en el orden divino, nunca es tarde para no volver atrás.

Autora: Poly Toro

Escrito para www.destellodesugloria.org

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