Devocional: ¡Jesús lloró!

¡Jesús lloró!

Cuando visitas una ciudad, quizás lo primero que captura tu atención, sean las grandes construcciones y  su estilo arquitectónico. O eres tal vez, una persona que admira los monumentos históricos y las galerías de arte. Quizás te cautivan sus plazas  arboladas  o el lago que se deja ver entre los cerros. Es probable también que te llame la atención su gente y todo lo que proyectan a su paso. Las fábricas,  tal vez sean para ti, un medidor del progreso de ese lugar. Indudablemente, así como cada ciudad tiene su encanto y hasta sus facetas negativas, cada persona que la visita, tiene también su propia opinión y   sentir al respecto.

Yo me pregunto, cuál sería mi reacción al visitar ciudades como Hollywood, Las  Vegas y hasta ¡la misma Jerusalém! ¿Qué llamaría mi atención en cada una de ellas? Creo que por la vena artística que tengo, al entrar en la capital mundial del espectáculo, no podría evitar que se me escape alguna lágrima. Me imagino recorrer las calles, donde se han filmado infinidad de películas; las fachadas construidas para emular la Casa Blanca, o ¡algún castillo! Sin lugar a dudas, me invadiría una emoción especial, al recorrer esa ciudad. Me pregunto también, si al entrar a Las Vegas, capital del vicio,  la lujuria y la anarquía,   sería capaz de llorar como lo hizo Jesús, ¡aún antes de entrar a Jerusalém!.” Y cuando llegó cerca y vio la ciudad, lloró sobre ella” (Lucas 19:41)

Es que mientras todos miramos y admiramos el paisaje y cosas superfluas, Jesús mira la llaga social; la miseria, encerrada entre unos muros que se yerguen como mudos testigos de lo que acontece allí dentro de la ciudad. Cuenta el relato bíblico, en (Lucas 19:37) que los discípulos estaban bajando a una fiesta, donde se suponía que todo era bullicio y algarabía. Ellos no entendieron por qué el  Maestro lloraba. Jesús no era un sensiblero que se la pasaba llorando. Las veces que Jesús lloró, era porque algo le conmovía en su espíritu. El lloró por el pecado y la indiferencia que reinaban en Jerusalém. La hipocresía de los fariseos, la idolatría, la indolencia, la prostitución, y toda forma de pecado que laceraba el alma y el cuerpo de los habitantes de una Jerusalém, acostumbrada a ese estilo de vida;  ¡muy cauterizada, como para sentir algo por los suyos!. Cuando Pablo visitó Atenas, no fue indiferente a lo que allí ocurría; (Hechos 17:16) dice que su espíritu se enardecía al ver a la ciudad entregada a la idolatría

Los misioneros, somos enviados para trabajar, a diferentes ciudades. A veces vamos con algún conocimiento previo del lugar, pero otras veces, vamos a tientas y a ciegas. Solamente  movidos por la obediencia, y la pasión por servir a Dios, ¡deseosos de ganar almas para Cristo! Hacemos planes y proyectos; creamos estrategias, y hasta confeccionamos los planos para edificar templos. Todo eso está bueno, pero amados, tomémonos el tiempo de observar, de reconocer la tierra que habremos de conquistar. Necesitamos ver de la manera como  ve el Señor; ¡con los ojos espirituales!. Reconocer las llagas sociales, para ponerles remedio; ver las carencias para suplirlas, sean estas espirituales, físicas, materiales o emocionales. ¡No seamos indiferentes! Ayunemos, oremos y derramemos lágrimas de intercesión delante de Dios por nuestra ciudad. El no solo nos dará las estrategias para salir vencedores en la conquista de ese territorio,  sino que además nos suplirá todo lo que nos falte, conforme a las riquezas en Gloria en Cristo Jesús (Filipenses 4:19)

El último rey de Alhambra, al contemplar su ciudad amada, lloró amargamente. Su madre le dijo:“Lloras como una mujer, lo que no supiste defender como hombre”..Indudablemente, el jefe moro ¡no había sabido llorar a tiempo!  ¿lo harás tú?…¿Llorarás por tu ciudad?…

¡Jesús lloró!

Autora: Estela Schüsselin

Escrito para: www.destellodesugloria.org

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