La Paz de Dios sobrepasa nuestro dolor

La Paz de Dios sobrepasa nuestro dolor.

Un martes 7 de julio de 2009, siendo las 2.00 p.m. recibí la noticia de que mi mamá había partido con el Señor, después de haber estado veintiún días internada. Cuando mi esposo me lo dijo, yo estaba acostada, él me despertó y con todo cuidado me dio la noticia. Siempre ante cada situación de la vida, le pido a Dios promesas, tengo muchos testimonios así. Y en esta circunstancia, no podía ser menos. Pero esa vez fue diferente, antes de que se la pida, Dios me la dio; él trajo a mi mente esta promesa:

“Y la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.

Era justo lo que necesitaba, porque yo no entendía lo que estaba pasando. Habíamos orado para que ella viviera, y hasta el final, eso fue lo que declaramos.

Lo que él me hizo entender en ese momento fue lo siguiente: “Yo sé que tú no entiendes por qué se tuvo que ir tu mamá, ya que todavía tenías deseos de que estuviese en la tierra, para que juntas siguieran compartiendo las cosas de la vida, las conversaciones que nunca faltaban entre ustedes, las palabras de fe que te daba, el amor de ella. Pero aunque tú no lo comprendas, yo te voy a llenar de una paz que sobrepasará tu entendimiento, tu razonamiento, y tu tristeza.

Esa paz, va a guardar el dolor de tu corazón escondido dentro del mío, cuando te refugies en mí, y tus pensamientos también serán guardados, no voy a permitir que te lastimes con pensamientos tristes, porque mi paz los absorberá en una forma sobrenatural.

Realmente recibí palabra de lo alto en ese momento, y no existe otra palabra que pueda llenar un vacío tan grande. Sólo la que viene “de arriba” la que nos envía “El Elyon” el Dios Altísimo.

La paz está íntimamente relacionada a la fe. Dice en Isaías 26.3: “Tu guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado”:

Luchamos con los recuerdos y también nos hacemos planteos como: “Porque no habré hecho más por ella o por él”. Al dolor hay que gastarlo, algunas personas se dicen a sí mismas: “Bueno, tengo que tratar de no pensar, tengo que tratar de olvidarme”. Sin embargo, tenemos que hacer justamente todo lo contrario, permitirnos sentir y elaborar todos esos recuerdos de la persona que partió, que tenemos dentro. Sólo cuando podemos expresar el dolor, cuando lo reconocemos, es que el dolor empieza a sanarse. Sólo cuando lo atravesamos es que lo curamos. Es exactamente ahí, donde el Señor nos envuelve con su consolación y nos propone confiar en él. Esa confianza será el resultado de encauzar nuestros pensamientos hacia sus promesas. Mi experiencia personal es que cuando me venía la tristeza yo declaraba en voz alta una promesa que me daba esperanza. Hasta que empecé a tener una paz completa, aunque sin duda las lágrimas siempre se van a asomar, porque eso es natural cuando recordamos a quiénes tanto amamos. Pero el dolor empieza a menguar porque la muerte termina con una vida, pero nunca con una relación.

Justamente es por este tipo de situaciones que aprendemos cosas muy importantes, por ejemplo recuperamos la sabiduría de la prioridad. Ahora, lo que antes era muy importante ya no lo es tanto, y lo que nos parecían cosas tonta,s ahora tienen un sentido muy grande.

Otra cosa es el legado que nos dejó el ser amado que partió, qué semillas nos sembró. En mi caso mi madre me dejó un legado de fe, ella tenía ese don. Y hoy en día cuando paso por circunstancias difíciles, el primer ejemplo que me viene es el de ella, porque lo viví a su lado. Y porque me dejó una herencia de fe, de la cual yo puedo echar mano e imitar su ejemplo.

Hay un himno que dice: “Si paz cual un río es aquí mi porción, si es como las olas del mar; cualquiera mi suerte, es ya mi canción: “Está bien con mi alma, está bien”. Se dice que quien escribió este himno lo hizo después de haber perdido a sus cuatro hijos en una tragedia en el mar.

En 1874, cuando el gran vapor Francés “Ville de Havre” cruzaba el Atlántico en su viaje de regreso de América, se encontró con el desastre. Abordo del vapor estaba la Sra. Spafford con sus cuatro hijos. En medio del océano el vapor colisionó con un barco grande. En media hora el “Ville de Havre” se hundió y casi todos abordo perecieron. Cuando tuvo lugar la colisión, la perturbada madre sacó a sus cuatro hijos de la cama y los subió a la cubierta. Dándose cuenta de que en pocos momentos el barco se hundiría, la Sra. Spafford se arrodilló con sus hijos, pidiendo a Dios que fueran salvos o les diera fuerzas para estar dispuestos a morir. Cuando el barco se hundió los niños se perdieron. La madre fue recogida por un marinero entre algunos restos flotantes, y diez días más tarde llegó a Cardiff. Desde ese puerto la Sra. Spafford envió un cable a su marido, un abogado en Chicago, con el mensaje: “Salva sola”, quien salió inmediatamente para Inglaterra para traer a su esposa a Chicago. El Sr. Spafford, un buen cristiano, enmarcó y colgó en su oficina el mensaje de su esposa.

Un hecho consolador, en medio del tristísimo evento fue que en una reunión en Chicago, dirigida por el conocido predicador Moody y su amigo Sankey quien lo acompañaba con la música, y poco tiempo antes de su viaje a Europa, los niños se habían convertido a Jesucristo. Dos años más tarde, cuando Sankey paraba en casa de los Sres. Spafford, durante una serie de reuniones Evangelísticas en Chicago, el Sr. Spafford escribió el himno: “De paz está inundada mi alma”, en memoria de la muerte de sus hijos. Un hombre de negocios que había sufrido algunos fuertes reveses durante la crisis financiera, y estaba en un profundo desaliento, al oír la historia del himno, exclamó: “Si Spafford pudo escribir tan hermoso himno de resignación, no volveré a quejarme nunca más.”

Este hombre decidió escribir una canción, transformó su dolor en música que bendice a muchísima gente por todo el mundo.

Termina este himno diciendo: “Mas no es la muerte que espero Señor, la tumba mi meta no es. Tu pronta venida, en tu tierno amor, esperando mi alma hoy está”.

Y es así como la paz de Dios lo llena todo en nuestros corazones, porque tenemos una esperanza bendita. Nuestro Príncipe de Paz un día vendrá y enjugará toda la lágrima. Mientras, nos amparamos bajo la sombra de sus alas hasta que pasen los quebrantos. Y como dice el Salmo 84.6 “Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente, cuando la lluvia llena los estanques”. Cuando nos toca pasar por el valle de las lágrimas, por el pozo del dolor, Dios mandará lluvias para que llenen esos pozos y otros beban. Dios usará tu dolor para bendecir a otros.

“Irán de poder en poder, verán a Dios en Sion”: y mientras vamos avanzando por la vida, cobraremos más fuerzas en El que dijo: “¡Yo Soy la Resurrección y la Vida, el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá!”

Autora: Silvia Truffa

Escrito para www.destellodesugloria.org

COMPARTE


Ahora puedes comentar con tu cuenta de Facebook: