Cuesta ser el hermano…

Cuesta ser el hermano…

Hoy me desperté pensando en una historia bíblica que es muy conocida. En las escuelas dominicales en más de una ocasión nos hemos encontrado con ella y también en nuestros estudios bíblicos y prédicas. Es la parábola del hijo pródigo que aparece en el libro de Lucas, capítulo 15: 11-32.

En esta historia se relatan las aventuras (y desventuras) del hijo menor de un padre que pide anticipadamente su herencia y se va a vivir la “vida loca” mientras su hermano mayor se queda en el hogar. Después de hacer todo lo que le dieron ganas de hacer, este hijo menor se da cuenta de que lo que hizo no lo benefició totalmente y decide regresar a casa. Cuando el padre lo ve acercarse corre a su encuentro y hace una fiesta. De este hijo pródigo hemos escuchado hablar muchas veces, pero ¿qué pasa con su hermano? ¿quién se acuerda de él?

Trato de imaginarme la época y el escenario. Mientras el hijo menor andaba de fiesta en fiesta y de mujer en mujer, el hijo mayor trabajaba junto a su padre, estaba disponible para él, para acompañarlo y ayudarlo. Para él como hermano debe haber sido devastador todo lo que ocurrió y pensar en quedarse asumiendo sus tareas y las de su hermano debe haber sido tanto peor. Imagino que día a día cuando escuchaba rumores de su hermano sentía rabia e impotencia, no entendía lo que estaba ocurriendo y sólo quería ser capaz de acompañar lo suficiente a su padre. Cuando me imagino este escenario, me es más fácil entender su actitud frente al regreso de este loco hermano suyo.

En los versículos siguientes de Lucas 15 nos encontramos con lo siguiente  »El hermano mayor se enojó y no quiso entrar. Su padre salió y le suplicó que entrara, pero él respondió: “Todos estos años, he trabajado para ti como un burro y nunca me negué a hacer nada de lo que me pediste. Y, en todo ese tiempo, no me diste ni un cabrito para festejar con mis amigos. Sin embargo, cuando este hijo tuyo regresa después de haber derrochado tu dinero en prostitutas, ¡matas el ternero engordado para celebrar!” (versículos 28-31 NTV). Claro, cuando lo leemos sin tomarnos en serio la historia encontramos totalmente reprochable su comportamiento, pero permíteme ser “abogado de los pobres” e interceder por él.

Este hijo mayor creyó que lo estaba haciendo todo bien, es muy probable que en muchas ocasiones haya querido salir corriendo y debe haber sentido que el resto esperaba mucho menos de él. El quedarse lo definió como alguien perseverante y leal, adjetivos que a momentos le deben haber pesado mucho. Estoy segura que a ratos debe haber querido salir corriendo, pero no lo hizo por amor a su padre. Pero también por orgullo, no quería ser como su hermano, no quería que lo comparasen con él. No quería ser el que abandonara, quería ser el que se quedara. Sin embargo, nunca expresó su decepción frente a la no atención de su padre. Se encerró en sí mismo y cuando volvió a escena el hermano pequeño, volvieron a emerger los conflictos internos que tanto trabajo le costó  encerrar bajo llave.

Yo entiendo al hermano, soy capaz de empatizar con él. Soy capaz de sentir físicamente su malestar y sé que tú también, porque tú y yo alguna vez hemos sido el hermano del hijo pródigo. Alguna  vez hemos sentido que no reconocen nuestros esfuerzos o que finalmente no vale la pena hacer las cosas bien, total no te las destacan como se las destacan a otros que se han esforzado menos. Es horrible decirlo, pero TODOS hemos sido el hermano mayor que ha reclamado porque “alguien” no ha valorado lo suficiente nuestra entrega o diferencia.

El padre que era más sabio que tú y yo le responde en el versículo 31 y 32: » “Mira, querido hijo, tú siempre has estado a mi lado y todo lo que tengo es tuyo. Teníamos que celebrar este día feliz. ¡Pues tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida! ¡Estaba perdido y ahora ha sido encontrado!”». La sutileza del lenguaje me encanta porque dice TODO lo que el hijo mayor necesitaba escuchar. En primer lugar, el papá le dice “querido” tratándolo con ternura y afecto, haciéndolo especial, distinto. En segundo lugar, reconoce que SIEMPRE ha estado a su lado y declara que todo lo que él tiene también es suyo, o sea, reconoce su herencia. En tercer lugar, cuando habla de celebrar el regreso del hijo menor le dice “teníamos”, en plural, incluyéndolo en su alegría, en su momento especial. Y en cuarto lugar, comparte con él la alegría de recuperar de la muerte a alguien importante para los dos.

La próxima vez que te sientas como el hermano del hijo pródigo, deja que Dios te diga al oído lo mismo que le dijo este padre a su hijo. Es muy probable que muchos de los que leen este escrito ni siquiera hayan notado si esto les ha ocurrido o no, pero yo creo que nuestra (horrible a veces) naturaleza humana nos inclina a esto, pero Dios que es INFINITO amor nos recuerda que para Él somos “queridos” SIEMPRE,  que todo lo de Él es nuestro y en todo lo que se celebra Él nos incluye porque sabe que cuando Él es feliz, nuestro corazón late a mil por hora.

No te sientas mal ni avergonzado, a todos nos tocará en algún momento estar en cualquiera de estas posiciones y la garantía total es que Dios estará dispuesto a acompañarnos y a enseñarnos cualquiera sea la circunstancia.

Autora: Poly Toro

Escrito para www.destellodesugloria.org

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