Me levantaré a abrir

Me levantaré a abrir…

Seguramente muchos coincidirán conmigo, en que no hay una época tan linda en nuestra vida,  como la del noviazgo. ¡Yo recuerdo muy bien este “tiempo de amores”! Eran años en que la tecnología no había hecho aún el “despegue masivo” por llamarlo de alguna manera, como ocurre hoy en día.  Actualmente, en este mundo globalizado, en cierta forma gracias a internet,  podemos comunicarnos a nivel mundial ¡en un solo “click”! A lo que quiero llegar, es a que antes teníamos días específicos para la  visita del novio y esperábamos con ansias ese momento. Hacíamos todas las tareas temprano y hasta con alegría. Nos preparábamos con mucho tiempo de anticipación y esmero. ¡Había que mantener encendida la llama del amor!

Hay una gran similitud con el “tiempo de amores”  que vivimos en la etapa de noviazgo con Jesús  ¿verdad? Es lo que Juan llama “el primer amor” (Apocalipsis cap. 2). Coincidirán conmigo también, en que una vez casados, aquella necesidad imperiosa de compartir con el ser amado y  que antes  fluía con tanta naturalidad, con el tiempo es necesario volver a cultivar. Es que la convivencia, anula en alguna manera, la expectativa del reencuentro. La rutina diaria, conspira  para apagar la llama de la pasión y peligrosamente,  la comunicación se hace más cada vez más distante. Es como que todo lo que podamos decirnos, incluso hasta declararnos nuestro amor, resulta obvio.

¡Qué bien  ilustra esta situación el pasaje de la mujer sulamita, en Cantares cap. 5:2-3! El amado llega, cuando ella dormía. El la llamaba  y esperaba  que su amada saliera a abrirle la puerta, porque su cabeza estaba llena del rocío de la noche. En el  “primer amor” de esta pareja, no hubiese sido necesario ni que el amado se anunciara;  ¡ella estaría velando! ¡Esperando con ansias su llegada! Sin embargo, la respuesta de esta mujer, es de alguien que estaba acostumbrada, familiarizada con las llegadas de su esposo y no generó en ella ¡ninguna urgencia por correr a abrirle!

Estaba cómoda en su cama y hasta parecería que le representaba una molestia pararse y abrirle la puerta. Muchas veces, estamos tan acostumbrados al amor, la amistad, la delicadeza de nuestro Señor, que nos envanecemos. Nos damos el lujo de dejar enfriar la llama de la pasión y hasta llegamos a sentir  en ciertas ocasiones, que le hacemos un favor con servirle. Nos hemos afanado en su obra y hemos dejado la comunicación profunda con El. Nos limitamos a una conversación tan superficial y convencional, como la que tienen muchos matrimonios. El entonces, se aleja un poquito de nosotros, como una estrategia para avivar la llama del amor.  De repente, en la oscuridad profunda de la noche,  vendrá con su cabello cubierto del rocío a llamarnos ¿Qué harás mi hermano? ¿Le abrirás? ¿O pondrás excusas para seguir cómodamente acostado? Si no le abres la puerta, El no se quedará afuera ¡te ama! Si no le abres… ¡Tu amado meterá su mano por la ventanilla! ¿Qué harás tú?

¡Yo me levantaré a abrir a mi amado!

Autora: Estela Schüsselin

Escrito para: www.destellodesugloria.org

COMPARTE


Ahora puedes comentar con tu cuenta de Facebook: