Anecdotas Reflexivas – Más que una ilusión

MÁS QUE UNA ILUSIÓN

Los anuncios multicolores y estratégicamente colocados por todo el centro comercial le llamaron rápidamente la atención a mi hija de siete años. “Barbie estará aquí el próximo sábado a las cuatro de la tarde”, rezaba el rótulo llamativo de los carteles. La foto de una Barbie vestida de princesa completaba el poster. Con una sonrisa encantadora, una mirada gentil, un vestido impecable y un ademan de bienvenida, fascinaba a todas aquellas niñas ávidas por un encuentro de ensueños con la imaginación. Papi, me traerás el sábado —me pidió mi hija con un guiño seductor. Claro que sí cariño, claro que te traeré —le dije.

Toda la semana mi hija estuvo contando las horas que faltaban para la llegada del sábado. Cada día me lo recordaba no fuera que una repentina amnesia me hiciera olvidar la esperada cita. Por mi parte, cargué la batería de mi cámara de fotos y me aseguré de que tuviera espació la memoria. Quería inmortalizar el rostro de aquella niña, no quería perder lo que seguro sería una fiesta con la fantasía. Llegó el sábado, nos engalanamos para la ocasión. Leydi, mi esposa, iba tan ilusionada como mi hija y yo me sentía como una especie de papá Noel en el mes de octubre.

Llegamos al centro comercial a la hora prefijada. Subimos los cuatro pisos hasta el salón de juguetes y nos maravilló la cantidad de personas apiñadas para la ocasión. La voz melodiosa e inconfundible de Barbie sobrecogió a mi hija con un entusiasmo inusual. Saqué mi cámara como lo hace un hábil paparazi para tomar la instantánea de mi hija encontrándose con Barbie. Nos abrimos paso entre las personas y allí estaba… allí estaba un televisor de 50 pulgadas con una película de Barbie. No lo podíamos creer, no podía ser cierto, seguro Barbie estaba firmando autógrafos en algún lado, o posando alegremente para fotos con los niños. Nada de eso, todo había sido un elaborado engaño de marketing, Barbie nunca vino.

Estábamos decepcionados y me rompía el corazón ver el rostro de mi hija. ¿Dónde está Barbie papá? ¿Por qué no ha venido? ¿Acaso le ha ocurrido algo? Preguntas difíciles de contestar… ¿Cómo le explicas a una niña que todo lo que le habían prometido en aquel centro comercial era una mentira? ¿Cómo la confortas después de una semana de ansiosa espera? Simplemente no lo puedes hacer. Son esa clase de cosas por las cuales vamos a pasar en un momento u otro, querámoslo o no. Son sucesos desilusionantes que nos recuerdan lo poco confiables que podemos llegar a ser como especie humana.

Nos fuimos a casa con sentimientos entremezclados. A la par que lamentábamos el fiasco hicimos bromas y nos reímos de nuestra credulidad. Entonces me recordé, que en todos los años en que he sido cristiano, Jesús nunca ha fallado a una cita, nunca me ha defraudado en lo más mínimo, nunca me ha desilusionado. No lo ha hecho ni lo hará porque él no es un súper héroe de comics, él no es una personaje de fábulas, ni un fantástico personaje de cuentos de hadas. Él es “el verdadero Dios y la vida eterna” (1 Juan 5:20). Nunca ha fallado porque no puede, ni quiere.

Cuando uno sabe estas cosas le importa menos sufrir el desengaño en algún recodo del camino. Mi hija a su temprana edad va aprendiendo esta realidad. Yo, por mi parte, procuro recordármela todos los días. Jesús siempre viene sin importar, incluso, la integridad de sus anunciadores. El viene porque conoce cuando un corazón le busca. Aparece porque sabe cuánto le necesitamos.

Él nunca falta a un encuentro, nunca desilusiona al alma que le busca.

Autor: Osmany Cruz Ferrer

Escrito para www.devocionaldiario.com

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